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'SORPRESAS DE OCTUBRE'

Trump describe a los Biden como ‘una familia criminal’

El presidente Trump durante un acto de la campaña electoral 2020 (Carlos Barria / Reuters)

El hombre del siglo XXI es un yonqui de sensaciones fuertes. Olvida en seguida, y después de una noticia escandalosa o de un motivo de pánico necesita otra noticia que le absorba y le haga olvidar la anterior, otro terror que le mantenga en vilo. De ahí las ‘sorpresas de octubre’, y de ahí que sea mejor dosificarlas, dejando el plato fuerte para el final, para que el votante se acerque a la urna con el regusto aún fresco en el paladar.

Es lo que están haciendo los dos personajes que gestionan ese tesoro de información sucia que ha resultado ser el disco duro del portátil de Hunter Biden, vástago del otro tipo, el que no es Donald Trump, ya saben. Nos referimos al ex alcalde de Nueva York Rudy Giuliani y al ideólogo/periodista Steve Bannon.

El ‘tempo’ es esencial en todo esto. Los antitrumpistas tienen legiones, ejércitos de estrategas y periodistas que podrían crear una elaborada narrativa para ‘explicar’, justificar y dar la vuelta al escándalo más evidente… si tienen tiempo. En este caso, no lo han tenido, y su primera reacción ha sido de una torpeza asombrosa: tirar de nuevo de la gastadísima y desacreditada ‘trama rusa’, ocultar, censurar, esconder al candidato demócrata.

Pero unas semanas son una eternidad en Washington, así que las sorpresas deben continuar y, a ser posible, escalonarlas de manera que cada una contradiga de modo aplastante las excusas que los medios hayan pergeñado para la anterior. Después de todo, a juzgar por las palabras de Giuliani, tienen donde elegir.

Lo más gordo de cuanto parece contener el disco duro es un cuadro bastante coherente de negocios sucios que tienen como centro a Joe Biden, que se retrotraen a las acciones bélicas en Irak y que consisten, básicamente, por decirlo de forma dramática, en poner en almoneda los intereses del país frente a sus más poderosos y peligrosos rivales, como la China comunista.

Alta traición. Eso son palabras mayores: imaginen convertir en presidente de la primera potencia mundial a alguien fatalmente comprometido con los líderes de la segunda potencia, quizá incluso objeto de extorsión.

Pero si antes he hablado de un rasgo de nuestro tiempo que hace conveniente dejar la guinda para la víspera -una retentiva similar a la del pez ese de Buscando a Nemo-, hay otra que aconseja no centrarse en temas complejos, aunque transcendentales: el predominio de la imagen.

No queremos complicados esquemas de transacciones financieras ni tener que seguir explicaciones geopolíticas sobre cómo esta decisión -por la que Biden se embolsa un pastizal- pone en peligro el país en tal o cual escenario. No por nada la política actual se traduce en consignas breves e infantiles y en la foto del líder. Se buscan titulares y personajes reconocibles haciendo cosas que no deben en vídeo.

Lo primero ya lo ha hecho Trump calificando a los Biden de “familia criminal”, así, sin anestesia; algo que ha continuado Giuliano diciendo que los correos dibujan “un patrón de treinta años de crimen en provecho de la familia Biden”.

Lo segundo también lo sugiere el propio Giuliani cuando habla de “imagenes tan degeneradas que resultan difíciles de describir”. Y eso puede hacer mucho más daño que un recibo firmado por Biden por la venta a China de la nación con todo lo que contiene.

Porque es difícil votar por alguien cuando uno tiene en la cabeza su imagen, o la de alguno de sus próximos, haciendo cosas realmente feas. O, sencillamente, llevando una vida de disipación y desenfreno radicalmente diferente de su imagen pública.

Piensen, por ejemplo, en Pablo Iglesias. Estoy convencido de que nada dañó tanto sus perspectivas de voto como la compra del chalet en Galapagar. ¿Por qué? ¿Qué tiene de malo comprarte legal y limpiamente un bonito chalet con tu propio dinero? ¿Cómo podría eso ser peor que sus amenazas, sus oscuras conexiones con Venezuela e Irán, su defensa de pasados genocidas? Que ninguna de esas cosas importan un comino al votante de Podemos, que incluso está dispuesto a creer que son manipulaciones de ‘los fascistas’. El chalet, en cambio, se opone a todo el relato del líder proletario que vive entre ellos, en un piso cutre de Vallecas, feliz de conversar con el panadero y el quiosquero del barrio. Es una traición a la imagen. Uno se siente tonto votando como adalid de la clase obrera a un tipo que tiene casita para invitados al otro lado del jardín.

Compren palomitas por sacos, las van a necesitar.

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