«Ser es defenderse», RAMIRO DE MAEZTU
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Este artículo se publicó en La Gaceta antes de convertirse en La Gaceta de la Iberosfera, no siendo entonces propiedad de Fundación Disenso.

¿Se defiende la libertad negando la libertad de edición?

11 de enero de 2017

Un escalofrío ha recorrido Europa en 2016. La nueva edición de ‘Mein Kampf’de Hitler ha sido el libro de no ficción más vendido en Alemania. Cierto, ha sido una edición crítica preparada por un equipo de historiadores -antinazis, valga la redundancia- dirigida por Christian Hartmann y encargada por el Instituto de Historia Contemporánea de Múnich; y no es precisamente barata ni manejable. Pero la verdad es que tenían prevista una edición de 4000 ejemplares, que antes de llegar a las imprentas el volumen ya había 15000 encargados, vendidos y pagados, que se han vendido unas diez veces más, y que la venta sigue creciendo. Todo esto contado por la nada sospechosa la revista Der Spiegel. ¿Qué está pasando aquí?

 

Los derechos de publicación de Mi Lucha y de toda la obra publicada del dictador alemán habían quedado bajo custodia del Land de Baviera tras la muerte de Hitler en abril de 1945. Durante todo este tiempo, las autoridades bávaras han prohibido la reedición del libro en alemán y su traducción o edición en otros idiomas. Su edición legal, claro, porque -cosas del libre mercado- había una demanda y hubo, aunque no legal o al menos no respetuosa con los derechos, una variada, reiterada y millonaria oferta editada en muchos países y a lo largo de todas estas décadas. Al fin, en 2016 los derechos de autor han desaparecido y su edición es legal.

 

Sin embargo lo más llamativo no es la demanda popular de un libro que obviamente se sigue mencionando en todos los libros de historia; de un libro sin el que, para bien o para mal, no se entiende la historia alemana del siglo XX. La primera cosa llamativa es que las autoridades democráticas alemanas, en nombre de la libertad, han prohibido durante setenta años la publicación de un libro del que sin embargo se hablaba a todos. ¿Se defiende bien la libertad limitando la libertad de edición? Y la segunda sorpresa, o paradoja, es que, cuando finalmente se ha levantado la censura se ha querido “limitar los daños” promoviendo una edición muy voluminosa, muy cara (por tanto, no accesible para los jóvenes ni para los grupos sociales más favorecidos) y que da más espacio a tres millares y medio de anotaciones no ya críticas sino agresivas que al texto original. ¿Tan peligroso se sigue considerando ese libro para las conciencias de los alemanes de 2016?

 

España, en esto, parece haber sido distinta y mejor. Como es sabido, en nuestra complicada legislación, las obras anteriores a 1987 pasan a dominio público 80 años después de la muerte del autor. Y eso hace que al terminar 2016 los escritores muertos en 1936 pasen aquí a ser de dominio público. Afortunadamente, aquí no ha habido una reacción de las autoridades contra la libertad.

 

Las obras de los muchos escritores españoles muertos en el año de inicio de la Guerra Civil pasan pues a ser de dominio público. Y muy contra la moda y contra el espíritu de la malhadada Ley de Memoria Histórica, la Biblioteca Nacional de España ofrece una versión digital de las obras, ya que son de todos. Y todos juntos, sin sectarismos, sin miedos, sin etiquetar de buenos ni de malos a los que son, nada más y nada menos, historia de España, y lo son unidos (http://www.bne.es/webdocs/Servicios/Informacion_bibliografica/autores-dominio-publico-2017.pdf). Allí está, por supuesto, Federico García Lorca,con Miguel de Unamuno, sin censuras y sin peros. Allí están juntos los fusilados en los dos lados -porque en los dos lados los hubo- y no se oculta la existencia de Víctor Pradera, de Álvaro Alcalá Galiano, del beato padre Gafo y tantos como él más o menos interesantes autores, del pobre Melquíades Álvarez, de monseñor Manuel Irurita (a la espera de que mientras procede su beatificación como mártir le quiten su plaza en su Pamplona natal), del doctor José María Albiñana, de san Pedro Poveda, de Juan de la Cierva, de Ramiro de Maeztu, Ramiro Ledesma, Onésimo Redondo, Julio Ruiz de Alda yJosé Antonio Primo de Rivera en esto unidos, o de Pedro Muñoz Seca. Lo verdaderamente ridículo, mucho más que don Mendo, es el miedo alemán a la libertad de imprenta. Afortunadamente en esto, al menos por ahora, hemos demostrado más altura de miras. O simple sentido común, como país.

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