«Ser es defenderse», Ramiro de Maeztu
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Este artículo se publicó en La Gaceta antes de convertirse en La Gaceta de la Iberosfera, no siendo entonces propiedad de Fundación Disenso.

¡Elisenda está como un tren!

De las expresiones castizas emitidas por varones al paso de una hermosa mujer, es decir: los piropos, siempre me ha sorprendido aquella de !estás como un tren!

Pase lo de estar más rica que un pastel del Corte Inglés que una vez escuché a un murciano salao, o la recurrente de ¡viva la madre que te parió!, excluyo por supuesto la innoble expresión del sevillano que al pasar la chavala exclamó ¡eso es carne y no lo que echa mi madre al cocido!

Pero lo de estar como un tren es algo distinto. Habla de la fascinación que desde mediados del siglo XIX ejercen vagones y locomotoras en las mentes de los hombres. Esos convoyes sobre los railes provocaban tanto la admiración asombrada de quienes los contemplaban embelesados como la ruina de los propietarios de las carrozas y diligencias de aquellos años.

La prosopopeya es un tipo de metáfora ontológica , que consiste en atribuir propiedades humanas a un animal o a algo inanimado (objeto concreto o abstracto), a lo que se hace hablar, actuar, reaccionar, como si fuera una persona. Prosopopeyico me torno a veces cuando me asomo a las vías en la Estación de Atocha. Los trenes allí estacionados parecen tomar vida.

Habitualmente una docena de locomotoras y dos o tres cientos vagones protagonizan en mi mente una especie de “Rebelión en la estación”.

Los vagones comentan acalorados los privilegios inaceptables de las locomotoras. Las continuas y cuidadosas revisiones casi milímetricas de todas sus partes. Ellas sólo soportan el peso de una o dos personas mientras ellos cargan con decenas de viajeros de toda calaña. Las locomotoras van siempre delante, el paisaje se les da por entero y ellas deciden si parar o seguir, si acelerar o frenar. Tanta es la temperatura del acalorado debate que algunos vagones se dirigen hacia las desprevenidas locomotoras armados de barras metálicas y las golpean enardecidos por la intensidad de los agravios.

Las pobres locomotoras sufren inermes los golpes y quedan inutilizadas para hacer su trabajo. Los vagones ya no podrán moverse de su lugar, su envidia los ha matado. Mi sencilla prosopopeya remeda la vida misma. ¡Cuántas veces los hombres se vuelven contra los que arriesgan, inventan o emprenden, contra los que tiran del carro con generosidad y esfuerzo! El discurso de Podemos evoca mucho ese tipo de sentimiento que lleva en su seno el suicidio mismo de la democracia y de la paz social.

En el personaje de Muñoz Seca Elisenda estaba como un tren, no como un vagón o como una locomotora. El tren no entiende de las diferencias sino de la cooperación. El tren con locomotoras o decenas de vagones es uno y eso lo hace grande, fuerte y admirable.
¡Ojalá no se nos vaya el tren!

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