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Este artículo se publicó en La Gaceta antes de convertirse en La Gaceta de la Iberosfera, no siendo entonces propiedad de Fundación Disenso.

China entra y cambia el club

5 de octubre de 2016

Todos sabemos que antes de acabar la II Guerra Mundial, en 1944, en Bretton Woods Massachusetts los vencedores decidieron crear un orden económico y financiero mundial apoyado en el Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional para respaldar e impulsar la cooperación y la apertura económica de los países.

Estas dos instituciones continúan hoy dominando la estructura global financiera multilateral y todos los países del mundo son miembros, menos Corea del Norte y Cuba, a quien le queda muy poco para entrar, probablemente de la mano de EE.UU.

Este fin de semana la moneda China, el remimbi, ha entrado en el selecto club de las monedas que integran los SDR’s, la moneda mundial que utiliza el FMI. Es un claro reconocimiento a una ingente transformación social y económica que ha cambiado y asombrado al mundo, sacando a 600 millones de personas de la pobreza, contribuyendo durante más de diez años al 50% del crecimiento mundial y convirtiendo a China en la segunda economía del mundo por tamaño. Es el triunfo de la política de reformas comenzada por Deng Xiaoping, un hombre víctima de la Revolución Cultural de Mao Tse Tung, quien en 1978 diseñó un sistema combinando el capitalismo económico y el comunismo político “Socialismo con características chinas”.

La paupérrima China de 1978 con 226 dólares per cápita no parecía un rival no ya para EE.UU, Europa o Japón, sino para la mayoría de los
países emergentes. Dos generaciones más tarde, todos los gobiernos importantes del mundo visitan China cada año, Taiwán y el Dalai Lama entran por la puerta de atrás en los demás países, incluido el Vaticano. China es el principal socio comercial de todos sus vecinos, incluido Japón, y es determinante para la economía de todos los países.

Ser una moneda reserva mundial sin ser convertible, sin tener una economía de mercado y sin ser un país democrático es todo un revolcón al sistema que Bretton Woods quería implantar en el mundo. Pero lo más importante es que no era necesario, sino imprescindible incluir a China en el centro del poder financiero internacional.

En primer lugar para hacer irreversible su proceso de apertura financiera y su vinculación a la estabilidad económica mundial. En segundo para
reconocer no sólo su peso sino su influencia en la estabilidad mundial y el reconocimiento tanto en 1998 durante la crisis asiática, como en 2008 en la crisis financiera de EE.UU y la UE, de que China ha jugado un decisivo papel. La tercera de las razones porque China es hoy el principal socio comercial de muchísimos países, siendo esencial para el progreso de la economía mundial.

Indudablemente China ofrece un modelo económico y social alternativo a Occidente, como lo intenta Rusia en el plano geopolítico y militar. Además China hace sentir su presencia en Asia, principalmente en tema de aguas territoriales donde tiene conflictos con todos sus vecinos. Juega un importante papel en la política de desarrollo con la creación de su propio banco AIIB en competencia con el Banco Mundial y con la solitaria oposición de EE.UU.

Después de 30 años de expansión económica por encima del 10% anual, con una actual renta per cápita cercana a los 5.000 dólares y un 70% del PIB en manos privadas, la economía china ha entrado en un proceso de menor crecimiento que seguirá reduciéndose en el futuro. Tiene ya niveles de endeudamiento muy elevados de 250% del PIB, un altísimo nivel de créditos improductivos en su sistema bancario y un nivel de envejecimiento de su población de país desarrollado. También tiene 3,2 trillones de dólares norteamericanos en reservas, que le dan capacidad para absorber muchas deudas.

China es un país de partido único, sin elecciones, con la justicia sometida al Poder Ejecutivo. Cada diez años cambia el líder y con él, gran parte de su equipo. En 2017 siete miembros del Comité Central del Partido Comunista Chino van a ser cambiados. La creencia general es que ese momento supondrá el de mayor poder de Xi Jin Ping, el actual presidente. Con la bandera de lucha contra la corrupción, Xi ha puesto en marcha la mayor purga de altos cargos del partido desde hace treinta años y desgraciadamente la represión sobre la sociedad civil ha aumentado también. Muchos pensaban que la prosperidad económica traería la relajación del control político. No ha sido así, más bien parecería que el Partido Comunista Chino se prepara para un descontento a medida que la economía crezca menos. China necesita crecer por encima del 5% hasta el 2020 para absorber los nuevos demandantes de empleo. Millones de chinos no tienen pensiones ni sanidad públicas, por lo que su gran tasa de ahorro privado no puede disminuir.

China es un modelo para muchos paises emergentes como Vietnam o Camboya, pero también puede serlo en África y algunos países latinoamericanos han intentado seguir su modelo político aunque con desastrosas consecuencias económicas. Para aquellos que con la caída del muro de Berlín hace 25 años auguraban el triunfo total del paradigma político y social occidental, China y otros están demostrando que la historia es más compleja. Aunque también la globalización y la interconexión económica hacen a China plenamente dependiente del mundo exterior, no hay posibilidades ya para vivir hacia dentro. La mayor parte de las reservas chinas, su gran tesoro ahorrado durante dos generaciones, está en dólares y el resto en euros o yenes. China entra en la cúspide del poder financiero mundial como un reconocimiento a lo mucho que ha cambiado, pero también a que el mundo del futuro será muy distinto del que idearon los países occidentales en 1994.

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