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Este artículo se publicó en La Gaceta antes de convertirse en La Gaceta de la Iberosfera, no siendo entonces propiedad de Fundación Disenso.

El principio de la historia

10 de noviembre de 2016

A principio de 1990 se puso de moda “el fin de la Historia” del profesor Francis Fukuyama, con la idea de que democracia parlamentaria y economía de mercado habían ganado la partida a los totalitarismos, para establecerse en todas las sociedades. 25 años más tarde sobre la antiglobalización, el miedo al libre comercio y a la inmigración, se destruyen los mapas políticos de las economías más avanzadas y prósperas. Por primera vez la democracia no impulsa el centrismo, sino todo lo contrario.

Y para muestra un botón: el país más próspero y poderoso de los siglos XX y XXI ha celebrado unas elecciones presidenciales que cambian su fisonomía política y su papel en el mundo. Más de la mitad de sus votantes están en “la política de la rabia”, proporción mayor que en Grecia, Austria, Hungría. Su nuevo presidente republicano llega con mayoría en las dos Cámaras y el Partido Republicano está dominado por el tea party o por fuerzas radicales externas, lo cual supone un apoyo electoral muy amplio. Algo está pasando con los electorados en los países ricos que no concuerda con los análisis y los sondeos.

Los aliados tradicionales, la UE, Arabia Saudita, Turquía, Korea y Japón más México y Canadá, todos tienen motivos de desconfianza. Los adversarios Rusia, Irán y hasta China no podrán saber cuál es el límite posible al tirar de la cuerda. No son buenas noticias. Hay voces que nos tranquilizan con el argumento de que el presidente norteamericano no tiene todo el poder (los famosos check and balances), aunque el Partido Demócrata ha sido barrido. Pero el mundo no se va a sentar a esperar a que Trump revele sus planes. Del cambio climático pasando por el futuro de la OTAN a las relaciones con Rusia o China, el resto de los países empezarán a posicionarse, los mercados también. Una muestra, y de las grandes, de riesgo político en los países desarrollados, algo a lo que no estábamos acostumbrados y que no sabemos cómo va a acabar.

Las circunstancias marcaban una subida de tipos por la FED, con el ciclo económico norteamericano ya en su segunda mitad, y un dólar un poco más fuerte. Todo ello atractivo para atraer ahorro internacional que le diera impulso a su economía. Países emergentes y materias primas tenían una de cal y otra de arena. Japón y la UE conseguían tiempo para un poco más de crecimiento y de inflación. Pero la incertidumbre política en EE UU apunta más a la volatilidad que a un marco estable y predecible, aquí todos fastidiados. La situación en México o en Corea del Sur por razones distintas puede ser muy volátil. El liderazgo de EEUU en América Latina y en Asia entra en una fase final.

 

Desde principios del siglo XX, EEUU había sido capaz de dominar sus instintos aislacionistas. Ahora, después de su primer presidente de color y su primera mujer candidata a la Presidencia, esas fuerzas parecen dominantes. Con el Brexit es la primera vez que grandes economías, en un mundo globalizado, intentan reducir su apertura después de dos siglos de expansión del libre comercio y haber sido países ampliamente beneficiados por la extensión de libertad económica.

Algunos creen que esto es sólo un Brexit más grande: primero un gran susto, nervios en los mercados y después resulta que no es para tanto. Pero ni el tema Brexit ha terminado ni los EEUU son Reino Unido. Todos los países del mundo llevan desde al menos el años 1940 con una política con respecto a Norteamérica. No en temas de importaciones y exportaciones, sino en temas de seguridad, soberanía y monedas.

Alemania vende 56.000 millones de euros a Reino Unido, pero tiene bases militares USA en su territorio. No es lo mismo. La moneda reserva del mundo es el dólar, la FED arrastra a todas las monedas con sus decisiones, ningún interés económico del mundo puede administrarse sin poder tener presencia en el mercado norteamericano. El futuro de las inversiones en la zona del Atlántico y también en la del Pacífico no pueden ignorar la postura norteamericana.

Desde luego es la crisis del Partido Republicano y su relación con sus electores la que marca la diferencia. Si Ronald Reagan consiguió para los republicanos el voto de los trabajadores con una oferta optimista, los Republicanos lo buscan ahora con pesimismo separándoles de otras realidades sociales o étnicas. Pero es que además, como en cierto sentido le pasa a la socialdemocracia europea, los votantes republicanos quieren más soberanía directa porque no se fían de sus representantes, así no será fácil forjar consensos domésticos o internacionales.

Todo lo que pasa es por algo y mucho para bien. Veinticinco años después de su éxito como la única superpotencia, pero con dos guerras fallidas e inmerso en una tercera, EEUU mira hacia dentro ¿Es Trump el hombre para construir el futuro? ¿Las fuerzas y las personas que le han aupado tienen agenda para ese futuro? Hoy no lo sabemos. La campaña no nos lo ha dicho.

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