«Ser es defenderse», Ramiro de Maeztu
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Este artículo se publicó en La Gaceta antes de convertirse en La Gaceta de la Iberosfera, no siendo entonces propiedad de Fundación Disenso.

Lo de Santiago

Me resistía a comentar la noticia que ayer saltó en un medio y que tiene conmocionada a la archidiócesis compostelana. Llevo a la ciudad y al Apóstol muy en el corazón y pensé que el silencio era en este caso mejor que la palabra. Pero como lectores reclaman que me pronuncie y tampoco quiero dar la impresión de que quien calla, otorga, pues algo diré sobre el asunto. Y en primer lugar afirmaré que no soy conocedor de todo lo que ocurre en la archidiócesis de Santiago.

Que la catedral de Santiago estaba dejada de la mano de Dios no necesita probarse. Los hechos lo acreditan de sobra. Aquello era el puerto de Arrebatacapas bajo un deán, también archivero, impresentable. Que no debería ocupar ese cargo y no sólo por la edad. Le roban el Codex Calixtinus, tesoro eclesial y cultural de la catedral, la archidiócesis y Galicia y comienza a destaparse el escándalo. El robo en sí era suficientemente grave como para que temblaran los cimientos de la catedral y no digamos ya sus responsables. Pero había bastante más cosas, malolientes, tras su desaparición y el largo periodo en el que estuvo desaparecido. Cuando se procedió a la detención del ladrón, digamos de momento presunto, se descubrió que de la catedral no había desaparecido sólo el extraordinario documento sino cientos de miles de euros. Hallándose en poder del detenido nada menos que dos millones de los mismos.

Y todo por obra de un simple electricista que de hecho era el amo de la catedral. Tenía llaves de todo, intervenía en todo, conocía todo y era la mano derecha y el hombre de confianza del deán y canónigo archiver,o cargos que recaían en la misma persona. Y nada menos que dos millones de euros, por lo menos, nadie los había echado en falta. La casa de Tócame Roque era un modelo de orden y pulcritud comparado con la catedral del Apóstol. Mientras tanto, sotto voce, comenzaban a circular rumores de homosexualidad bajo las naves románicas del santo templo.

Y ahora, Don Julián Barrio, arzobispo de Santiago. Y último responsable de la archidiócesis y de su catedral. Es sin duda una buena persona. Aunque de escaso arranque y demasiada intención de pasar desapercibido. El robo del Códice, algo así como si al director del Prado le robaran Las Meninas o al arzobispo de Toledo la custodia de Arfe, le colocó en un dontancredismo irresponsable e incomprensible. No pasaba nada. El responsable directo de la catedral y del Calixtinus, como deán y archivero, seguía en ambos cargos como si lo que le hubieran sustraído hubieran sido un par de euros. Por fin, y tras no pocas insistencias de algunos, el archivero dejó de serlo pero seguía como presidente del cabildo. Como lo que no puede ser no puede ser y además es imposible, el arzobispo terminó dándose cuenta de que su apatía, indolencia, laissez faire o lo que se quiera eran imposibles para él y para el protegido y también se quedó sin el segundo cargo, el más representativo.

A la incapacidad organizativa, en la vigilancia y en todo, del cesado se vino a unir el rumor, extendido, sobre su moralidad. Que incluía a algún otro miembro del cabildo. Y aquí, Don Julián, una de cal y otra de arena. Los rumores tenía que conocerlos salvo que no se entere de nada, cosa que no creo, pero en su línea habitual, poniéndose de perfil y mirando para otro lado. Aunque, es preciso reconocerlo, en este caso terminó actuando como debía y antes de que estallara el escándalo. Don canónigos, muy conocidos, recibieron del obispo la prohibición de aparecer por la catedral, de confesar y de decir misa en público. No he visto los documentos que lo declaran pero diversas fuentes me confirman su existencia. Pues ya ve, Don Julián, como en ocasiones, actuar como se debe ahorra muchas vergüenzas. En eso no fue usted a remolque sino que actuó como debía. No sé si se dará cuenta de lo afortunadísimo que estuvo haciendo lo que hizo, haciendo lo que debía hacer. Pues se ahorrado, nada menos, que pasar por encubridor de vicios nefandos en su catedral.

El imputado en el robo, o en los robos, no es evidentemente persona de fiar. Ni en su conducta, ni en sus testimonios. Que lógicamente van encaminados a reducir su condena. ¿Pretende, con sus declaraciones, «enmerdar» el juicio, de acuerdo o no con su defensor o defensora? Pues no sería sorprendente. Aunque esas consideraciones no tengan nada que ver con el delito que se le imputa. ¿Permitirá el tribunal adentrarse por ese camino? Pues no lo sabemos. ¿Intenta un arreglo con la Iglesia ofreciendo no revelar escándalos a cambio de que se pida menos condena? Es posible.

Creo, sin embargo, que mucha más importancia que una declaración como la que ahora se está utilizando la tendría el contenido de las libretas si ellas tuvieran alguno más que la simple anotación de gastos e ingresos para llevar una elemental contabilidad de sus actuaciones profesionales en la catedral. ¿Son además una agenda erótico-homosexual de la catedral compostelana? Me resisto a creerlo. 

Lo que dice del Seminario menor me parece una clara declaración enmerdatoria. Y contada con una litaratura poco afortunada y creíble. Tengo de los actuales Seminarios Mayor y Menor de Santiago muy buenas referencias. Y el relato me parece propio de un novel en literatura pornográfica que quiere hacer sus pinitos sobre el tema. No pongo la mano en el fuego por nadie pero lo encuentro muy poco verosímil. La archidiócesis de Santiago no está podrida aunque lo estén algunos de sus miembros. Que es preciso poner en la calle cuanto antes. Con lo que nos ahorraríamos lamentables episodios que dan carnaza a los enemigos de la Iglesia. Porque el mariconismo en la Iglesia lleva a estas lamentabilísimas situaciones. Claro que tolerancia cero con la pederastia. Pero también con el mariconismo. No me extrañaría una película con un argumento basado en hechos desgraciadamente muy reales y compostelanos. La vida de aquel seminarista que terminó casado con persona del mismo sexo y con canónigos en el relato. ¿Los mismos de ahora? Pus no voy a extenderme en ello. Creo que sus últimos días fueron en el seno de la Iglesia, feliz conclusión de una vida desgraciadísima en la que figuraron personas que jamás habrían debido figurar.

Don Julián, Don Javier, Don Manuel… Estoy muy con ustedes en el calvario que están pasando o alguno acaba de pasar. Claro que ustedes no querían eso. Hasta es posible que alguno incluso ignorara la bomba de relojería que tenían en su presbiterio. Pero lo propio de las bombas es explotar. Por eso una elemental prudencia reclama que no haya bombas. Ni siquiera petardos. Ya ven lo que termina ocurriendo con ellas y con ellos. Con las bombas y con los petardos. Que explotan. Y dejan heridos a los obispos y a la Iglesia. No se puede correr el riesgo. Y ojalá todo ello sirva de aviso a navegantes para que sucesos como los que se están viviendo no se vuelvan a producir nunca más. Nunca mais que se diría en Santiago.

 Don Julián, he tenido con usted algún desencuentro, hoy me tiene rezando por usted y por su Iglesia, esa Iglesia tan mía, la Iglesia de mis vacaciones veraniegas. De todo corazón con su persona en los días tristes que le han tocado. Quiera el Señor concluirlos cuanto antes y en bien de su iglesia. Y de usted. Y que los demás tomen nota. No nos merecemos los católicos, y no se merece Dios Nuestro Señor, una Iglesia en la picota por nuestras propias dejaciones. Tiene, señor arzobispo, en su catedral los restos mortales del Hijo del Trueno. Y todos los obispos españoles, de algún modo, son sucesores de aquel. Pues, señor arzobispo de Santiago, señores obispos de España, truenen. Cuando sea preciso y cuanto sea preciso. El buenismo sin sentido lleva a penosas situaciones como éstas.        

 

 

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