«Ser es defenderse», RAMIRO DE MAEZTU
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Este artículo se publicó en La Gaceta antes de convertirse en La Gaceta de la Iberosfera, no siendo entonces propiedad de Fundación Disenso.

A mi segundo arzobispo, con afecto pero sin tragarme tonterías.

Yo tengo dos arzobispos. Bueno, en teoría debería tener muchos pues todos los de la Iglesia son en teoría míos. Pero eso es algo parecido a lo de que todos los hombres son mis hermanos. Vale. 

Los arzobispos son tantos que a la mayoría no los conozco ni de nombre. Ni hasta de diócesis. Cagayán de Oro, Calabozo, Lingayen-Dagupan… Aunque haya arzobispos que me parezcan cagalladas, otros que merecerían el calabozo y algunos que me son tan lejanos, al menos en el espacio, como los habitantes de Lingayen-Dagupan. De Cagayán me parece, por citar algún ejemplo, el arzobispo de Tanger, Agrelo, además sin grelos ya que el a parece privativo, y yo adoro los grelos, y en calabozo deberían estar unos cuantos, por ejemplo Chámame Pepe. Que hoy parece ir de franciscanos.

Manifestada mi aceptación arzobispal,como la episcopal, la cardenalicia y la papal, en lo que marque el reglamento a su entera disposición y en lo que no lo marque, a la mía, diré por que tengo dos arzobispos. Aunque ahora tenga un interregno algo más confuso aunque sea breve. Mi arzobispo es naturalmente el de Madrid, donde resido. Y aquí tuve a Morcillo, Tarancón, Suquía y Rouco. Cuatro personalidades, quzá la más apagada la del vasco y la más destructiva la del fenicio. Pero vaya pedazo de arzobispo y de cardenal Tarancón. De los que llenaban el espacio en el que estuviera. Repito que en mi opinión el que pasaba más desapercibido era Don Ángel. Aunque para Madrid fuera muy bueno comenzando la reconstrucción de lo que su antecesor destruyó. O permitió que destruyeran. Tal vez, como buen fenicio, acomodándose a lo que le indicaban. 

Yo, que en mi juventud tuve buena talla, ahora ya va menguando la mía y creciendo la de los que llegan, tenía que mirar normalmente hacia abajo. Que eran los más. De ahí un cierto sentido reverencial por mi parte a quienes me igualaban o excedían. Don Fernando Quiroga, Don Marcelo, Don Carlos Amigo… Y también Don Vicente Enrique y Tarancón. Llenaban. Un recordado jefe mío en Renfe me decía que no había que fiarse de aquellos a quienes las gallinas podían picotearles el traspuntín. Recién llegado a mi vida profesional y admirando a quien era la repera en Renfe, doctor ingeniero de Caminos, Canales y Puertos, Jefe del Departamento de Instalaciones Fijas, el que con Material y Tracción se llevaba toda la inversión de la Compañía y superando a la otra con mucho, luego director de Obras e Instalaciones, me quedé con ello. Y más cuando su antecesor, mi primer jefe en Renfe, y el mejor sin duda de los que tuve, era de los que había que mirar hacia arriba. Y además doblándome el peso.  Años después comprobé que lo de las gallinas no era regla general. Aunque en la actualidad pueda tener algún ejemplo en España. Don Casimiro Morcillo, Don Enrique Pla y Deniel fueron figuras insignes de la Iglesia hispana y ya quisieramos hoy a unos cuantos como ellos. 

Pero una vez más vuelvo a perderme con mis arzobispos, sean altos o bajos, haya gallinas o no. O cigüeñas. Que éstas picotean donde les parece y no en sitios tan desagradables. Habitualmente, quiero decir que toda mi vida, he tenido uno o dos arzobispos. En mis años galaicos mi metropolitano. Y ninguno más. Fue Don Fernando Quiroga y Palacios. Su segundo apellido le retrataba.  Un verdadero palacio para la Iglesia compostelana. Luego vine a Madrid y comencé a tener dos arzobispos. El madrileño y el gallego. Que en mi tierra natal rezaba todos los veranos por mi arzobispo Fernando, Ángel, Antonio María y Julián. Ahora tengo tres, cuestión de días. Mi arzobispo administrador Apostólico, mi arzobispo electo y mi arzobispo Julián. Curioso este último nombre que hoy llevan tres obispos españoles cuando no es tan corriente. Tres eran tres las hijas de Elena… Tampoco. Y podría tener todavía un cuarto arzobispo que no llegó porque alguien no lo hizo bien. O queriéndolo hacer bien le devoraron los acontecimientos. Un arzobispo coadjutor. Pero ese no llegó nunca. Uno de los de las gallinas desbarató la opción. Si fuere para mal, otra cruz negra en su historia. En la que son negras unas cuantas.

A la espera de un buen digresionador que me digresionice lo haré yo e iré a lo que pensaba cuando comencé a escribir. Que uno de mis arzobispos emuló a Burt Lancaster en un dicho que en mi juventud conocía todo el mundo. Y que por devoción a mi arzobispo compostelano no voy a repetir.

La maravillosa plaza del Obradoiro, mi querido Don Julián, no es ningún atrio de gentiles sino un permanente y clamoroso atrio católico. Un atrio de peregrinaciones que llegan para abrazar al Apóstol. Si lo rebaja usted a un atrio de gentiles, renuncia usted al pasado, al hoy y al mañana. Nadie va a Santiago a dialogar. Van a abrazar o a no se sabe qué. Pero a dialogar ni usted se lo cree.

Qué duda cabe de que Santiago es una ciudad de encuentro. Pero en eso pasa como con el diálogo. El encuentro como en el metro o el diálogo para hablar del tiempo o del próximo partido del Madrid no tienen el menor sentido eclesial. En el puticlub se encuentran y dialogan dos personas. Y en muchos sitios mas. Se encuentran los delincuentes para perpetrar su delito y dialogan sobre ello. Se encuentra el pederasta con su víctima, los abortados con Rajoy, tal vez Izquierda Unida con Podemos, yo, ayer, con tres amigos en una partida de mus. Olvidemos esas memeces del encuentro y el diálogo como fines de nuestras vidas. Nos encontraremos, y dialogaremos, cuantas veces hagan falta. Para acordar la comunidad de propietarios si hemos de pintar el portal, el entrenador de fútbol con sus futbolistas para animarles a ganar el partido y la pilingui con el cliente para incrementar el precio del encuentro.

A los gentiles, Don Julián, hay que encontrarlos y dialogar con ellos para convertirles a Cristo. Lo demás son zarandajas. En el atrio de la catedral o en el de San Martín. Ya sé que eso usted lo sabe de sobra y que además usted lo pretende. Pero ahórrenos las tonterías que sabe perfectamente que lo son. Que usted no es un Amigo, un Peteiro, un Chámame Pepe o un Sin Grelos, todos conocidos en Santiago. Con los resultados que están a la vista.

Y el día en el que la Plaza del Obradoiro sea un atrio de gentiles, mi querido Don Julián, ustad estaría de sobra como arzobispo de Santiago. Pues no contribuya a eso. El Obradoiro tiee que ser un atrio de amor a Cristo y a su Iglesia, a la Santísima Virgen, al Apóstol… El diálogo, si es que hay alguno que venga a dialogar, a la Herradura, a la estación del ferrocarril o al estadio del Compostela. Eso no quiere decir que no se pueda dialogar también con alguien en el Obradoiro, en Platerías, en la Quintana o en Azabachería. Pero darle a los gentiles un atrio nuestro me parece un error.

Y dejémonos ya de buenismos: diálogo, encuentro… Todo eso está muy bien siempre que sea para algo. Y en católicos para llevar a Cristo. Dialogar por dialogar, encontrarnos por encontrarnos, para hablar del tiempo, de fútbol, de incidentes policiales tan de actualidad en Santiago o de donde vamos a pecar ese día no creo que sea como para propiciarlo desde el arzobispado. Ya lo sabemos hacer solos.

http://www.revistaecclesia.com/clausura-de-las-xv-jornadas-de-teologia-organizadas-por-el-instituto-teologico-compostelano/    

 

 

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