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Este artículo se publicó en La Gaceta antes de convertirse en La Gaceta de la Iberosfera, no siendo entonces propiedad de Fundación Disenso.

¿Qué es el “deep state”?

10 de marzo de 2017

El “deep state” –el Estado profundo- es aquél conjunto de poderes del Estado e instituciones que, gane quién gane, permanece en el poder para decir qué puede y qué no puede hacerse y, sobre todo, para perjudicar a aquellos que no les gustan. 

 

 

En los EEUU es el “deep state” el que está denostando la agenda con la que Donald Trump ganó las elecciones. Obsérvese que no es la agresividad con Irán o el prosionismo de la nueva administración lo que está en el punto de mira sino la restricción de la inmigración de masas, el proteccionismo económico o los ataques a lo políticamente correcto. Es esto lo que se busca derribar y no la supuesta agenda intervencionista en política exterior, que Hillary Clinton llevaba en su programa con harto descaro.

Ahora resulta que gente de la comunidad de inteligencia de los EEUU pasan información a periódicos como “The New York Times” y los periodistas se acogen a los privilegios que les confiere la primera enmienda para no declarar y revelar  sus fuentes. Esta es la estrategia que se ha utilizado con Michael Flynn, recientemente dimitido, al que se ha forzado a renunciar por su supuesta connivencia con Rusia, no por su fanatismo irracional para con Irán.  Ha sido precisamente ese “deep state” el que ha realizado una acusación en el fondo carente de pruebas. Por supuesto, llueve sobre mojado porque desde el triunfo de Trump el pasado 8 de noviembre los periódicos se están desgañitando para convencer al pueblo norteamericano de que Rusia y sus “hackers” están detrás de una victoria que nadie esperaba dentro del “establishment”.

Curiosamente, esto lo dicen y lo airean los mismos que desde la cúspide del Estado y desde el corazón del “cuarto poder” han fomentado guerras y difundido mentiras para provocarlas, los mismos que han alentado “revoluciones naranjas” o financiando grupos proclives a los golpes armados. Desde las grabaciones realizadas por la NSA a Angela Merkel y a Dilma Rousseff y la injerencia en la política exterior de Rusia y Ucrania a cargo del “National Endowment for Democracy”, ese “deep state” carece de la más absoluta legitimidad moral para condenar a nadie, dejando al margen que no se ha aportado ni una sola pieza de convicción capaz de demostrar que Trump debe su elección a los “hackers” de Vladimir Putin.  Es precisamente por eso, porque no buscan demostrar si no conformar a su gusto a la opinión pública, por lo que liberan la información en los medios. Así consiguen un doble efecto: propagandístico, por un lado, y por otro lado, eluden la demostración al acogerse a su derecho a no declarar.

¿Existe algo así en España? Desde luego que si. Aquí, como en EEUU, el “deep state” lo forma ese complejo político mediático que, desde el PP hasta la CUP y desde “La Razón” hasta la COPE pasando por “El País”, utiliza la cobertura del Estado y, en general, la arena pública que el Estado le confiere, para disparar sobre enemigos ideológicos que atentan contra alguna pieza esencial de la ideología dominante y de sus intereses.

El último caso ha sido el del autobús de hazteoir, sobre el que han abierto fuego las instituciones liberales de la Comunidad de Madrid, la izquierda en bloque y la prensa en general. Por desgracia la conferencia episcopal –salvo honrosas excepciones- ha mirado para otro lado y ha ninguneado el problema. Pese a lo grave que resulta que un fiscal “especial” busque indicios de delito en una idea contenida en la totalidad de los libros de fisiología humana, medicina y biología especializados, desde casi ninguna tribuna pública se ha denunciado lo que supone la existencia del “deep state”. Como no puede ser de otro modo, en España  como en EEUU la única esperanza están en la gente y en la defensa a ultranza de la verdad.

Una pena que hazteoir en sus folletos informativos haya escenificado la exigencia de fidelidad perruna por parte de la ideología de género con una foto de un grupo de niños franquistas saludando brazo en alto a la bandera “gay”. Algunos estamos hartos de que los malos siempre sean los mismos y de que no se llame a las cosas por su nombre. Quizás sea esto –la verdad por encima de todo- lo primero que haya que tener claro para una renovación total de nuestro achacoso y querido país.

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