«Ser es defenderse», Ramiro de Maeztu
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Este artículo se publicó en La Gaceta antes de convertirse en La Gaceta de la Iberosfera, no siendo entonces propiedad de Fundación Disenso.

Defender el tratado con Irán

19 de enero de 2017

Con motivo de la expulsión de 35 diplomáticos rusos de los EEUU, el ministro Lavrov anunció la expulsión de otros 35 diplomáticos estadounidenses. Pero el presidente Putin se interpuso, canceló la expulsión e invitó a todos los diplomáticos a la fiesta de Navidad del Kremlin. Es un movimiento sencillamente genial que nos pone en el hilo de lo que queremos tratar aquí: ¿Qué interesa más a Rusia, una escalada de represalias en caliente para contentar a los amantes de la “mano dura” o una actitud conciliadora capaz de apaciguar los ánimos y cerrar la vía hacia una actitud de tensión innecesaria?

El senador Bob Corker, presidente del Comité de Relaciones Exteriores de los EEUU, ha declarado, refiriéndose al acuerdo con Irán, que “no cree que vaya a romperse”. Durante la campaña electoral, Donald Trump, que tomará posesión hoy día 20, dijo: “tenemos un mal acuerdo, pero tenemos un acuerdo”. Parece que, para el presidente Trump, los acuerdos deben respetarse. Es de esperar que todo esto muestre el camino en la buena senda; es decir, en la que indica que el acuerdo entre Irán y los EEUU se mantendrá como está.

Hay razones para ello. De hecho en 2007, y en 2011 de nuevo, las 17 agencias de la inteligencia estadounidense informaron al presidente Obama –y a quién quisiera leerlo- que “con elevada confianza”, Irán no tenía un programa armamentístico atómico en marcha. Por razones que a nadie se le escapan, la prensa mundial no hizo caso de estos informes de inteligencia de la misma manera en que ahora hace caso de los absurdos informes sobre el “hacking” ruso. A este respecto, cabe preguntarse: ¿por qué habría que no hacer caso a 17 agencias de inteligencia y sí dar credibilidad a los bulos de que Irán estaba solo a unos meses de la bomba atómica?

Según el “partido de la guerra”, Irán querría engañar a Occidente con el tratado y acabará obteniendo armas atómicas pero, en realidad, los primeros interesados en no renunciar al tratado son los propios iraníes. Traicionar lo firmado y mantener un programa secreto significaría arriesgarse a un ataque preventivo israelí, país que sí tiene armas atómicas, y de manera incontrolada al no firmar el Tratado de No proliferación Nuclear. Además, animaría a sus vecinos saudíes y turcos a armarse igualmente y llevaría menos seguridad a la región.

Por parte de los EEUU, la renuncia al tratado equivaldría a divergir y a aislarse claramente respecto de los aliados de la OTAN –Francia, Alemania y UK-, que sí que creen que es un buen acuerdo. La cosa no solo acabaría ahí, dado que tanto estadounidenses como europeos se verían abocados a renunciar a la venta de casi dos centenares de aviones comerciales de Airbus y Boeing a Irán. Además, Occidente tiene en común con Irán un enemigo: los terroristas suníes del ISIS y de Al-Qaeda.

Así las cosas, el tratado con Irán es del mayor interés para todo Occidente y constituiría una estupidez gigantesca –o algo peor- denunciarlo.

Esperemos, por tanto, que lleguen a la política norteamericana nuevos vientos capaces de enterrar para siempre el nefasto legado de los dos Bush y del tristemente célebre Barack Obama, un legado de guerra innecesaria y de conflictos sin fin.

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