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Este artículo se publicó en La Gaceta antes de convertirse en La Gaceta de la Iberosfera, no siendo entonces propiedad de Fundación Disenso.

Pseudointelectuales y policía del pensamiento

31 de marzo de 2017

La semana pasada escribí un artículo sobre el documental de María Poumier, “el fruto de nuestras entrañas”. Para los que no leyeron el artículo anterior diré que el citado documental versa sobre la industria generada en torno a la llamada “maternidad subrogada”. La autora denuncia la mercantilización de la procreación humana  -análoga a la que realiza la industria del aborto- y la profunda degradación moral que esta mercantilización supone. Explica de paso la crisis de fertilidad de alcance mundial que nos remite, a poco que se reflexione, a la “cultura de la muerte” denunciada hace años por Juan Pablo II y sobre la que ha teorizado ampliamente Benedicto XVI. Para su argumentación, María Poumier entrevista a gente procedente de la extrema izquierda –como Lucien Cerise- y también, entre otros, a un sacerdote católico como el padre Oliver Horovitz. Todo esto es menos que un resumen de los contenidos de dicho documental que, por supuesto, recomiendo vivamente ver aunque solo sea como elemento crítico de reflexión en torno a un problema gravísimo, con múltiples consecuencias a corto, medio y largo plazo

 

 

Pero resulta que a Zoe Valdés, escritora cubana nacionalizada española, le parece que el origen comunista y filocastrista de Maria Poumier invalida los argumentos expuestos en el documental. Por tanto, decidió apostillar un comentario poniendo en duda la “seriedad” no se si de mi artículo, del documental o de ambos. Otra persona, menos creativa que Valdés, abundó en la misma línea “argumental” y además denunció que se borrara el comentario de Valdés.

Esto no tendría el menor interés si no fuera por prevenir a los lectores de una lacra muy utilizada por la criptopolicía de la ideología dominante: la culpabilidad por asociación. En la España de hoy se utiliza como estrategia para neutralizar a todos los que manifiestan discrepancias respecto de la citada ideología y siempre acaba con las víctimas en el mismo sitio: el ostracismo o la irrelevancia social. Últimamente, gracias a la reforma del Código Penal de Alberto Ruiz Gallardón hay hasta “fiscales” encargados de someter a golpe de multa o cárcel a quienes instigan “odio”. Naturalmente, qué es el “odio”, cómo se mide y qué peligrosidad supone para los españoles lo decide unilateralmente el biempensante de turno.  

Desde el Cardenal Cañizares y el Obispo de Alcalá, Monseñor Reig Pla, hasta el célebre autobús de hazteoir.org, han instigado al “odio” y han estado en el punto de mira de estos chequistas reciclados. El mecanismo funciona como sigue: se crea un estereotipo a golpe de medio de comunicación y se consigue que resulte odioso, después se te asocia acríticamente con ese estereotipo. Finalmente, se te extermina socialmente hablando, y esos mismos medios jalean tu ejecución como un bien a la humanidad. Valdés y su secuaz no andan muy lejos de este esquema al pretender que lo que alguien opine o piense sobre una cuestión le condena por siempre jamás en todo otro asunto.

En realidad, ser comunista o anticomunista no quita para que uno pueda opinar en un momento determinado cosas muy sensatas. Por desgracia, hay quien pretende que las opiniones de Maria Poumier en la cuestión de Cuba, por discutibles que puedan ser, invalidan lo que pueda decir en el tema de los vientres de alquiler. Más bien al contrario, María Poumier denuncia con valentía e inteligencia una de las más repugnantes lacras a la que ha contribuido de manera sustancial toda la plaga liberal a este lado del charco y al otro también.

Hace falta tener estropeados todos los mecanismo lógicos para pensar así. Ese esquema reaccionario nos llevaría a aceptar –sensu contrario- la degradante neo-prostitución de los vientres de alquiler, acertadamente denunciada en “el fruto de nuestras entrañas”, solo porque discrepamos con ella en este u otro aspecto.

Personalmente, jamás he sido comunista, ni siquiera de izquierdas. En mi familia ha habido varias víctimas de regímenes comunistas y similares. Pero esto no me obnubila. No he hecho una profesión de algo tan intelectualmente pobre como es el anticomunismo, a todas luces insuficiente para responder a los desafíos de la época. Tampoco creo en la estafa de la culpabilidad por asociación, que en España practica la izquierda y la derecha, desde el PP hasta la CUP, con indudable maestría.

Por último, distingo bastante bien entre los literatos y los ideólogos: una cosa es la literatura y la poesía y otra muy distinta el pensamiento riguroso en el que las ideas se siguen unas con otras sistémicamente. Esta línea aparece difusa en la España de hoy y por eso vemos a menudo opinar de lo divino y de lo humano a novelistas, cineastas, actores y demás, que casi nunca tienen la más mínima idea de casi nada. En este sentido el páramo cultural español, tan criticado por la izquierda en los años 60 y 70, resulta de plena actualidad en la España contemporánea en una medida que jamás nadie llegó a imaginar.

Pero eso no quita que a menudo tanto escribiente, servilmente consultado por unos medios de comunicación que casi siempre se limitan a explotar la estupidez y el egocentrismo de los consultados, puedan sostener en pie una idea capaz de dar más de dos pasos sobre cuestiones como la cultura, el sentido de la vida, el hombre, el mundo, la política, etc. En palabras de Ortega y Gasset, lo característico de nuestra época es que el hombre vulgar, sabiéndose vulgar, tiene derecho a sostener su vulgaridad y a afirmarla donde quiera.

Por todo ello es necesaria gente audaz y sacrificada que, como María Poumier, denuncie con valentía lo que los biempensantes de turno creen que es una cosa intrascendente. Los que critican esto o no saben nada o simplemente no entienden ni uno solo de los síntomas que manifiestan el signo de los tiempos.

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