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Este artículo se publicó en La Gaceta antes de convertirse en La Gaceta de la Iberosfera, no siendo entonces propiedad de Fundación Disenso.

En recuerdo de Bleiburg

26 de mayo de 2017

El pasado 12 de mayo tuvo lugar en la localidad austriaca de Loibach la 72ª conmemoración de la masacre de Bleiburg. El acto recuerda a los soldados croatas, chetniks, diversos colaboracionistas y miles de civiles -hombres, mujeres y niños-que fueron asesinados al final de la Segunda Guerra Mundial por los vencedores, comunistas o no. La misa católica transcurrió con la protección de la policía austriaca y la asistencia de unas 15.000 personas, incluidos el presidente del parlamento croata Gordan Jandrokovic junto con varios ministros de aquél país.

Naturalmente, diversas “ONGs”, grupos “antifascistas” y fuerzas de la izquierda austriaca protestaron para que el gobierno de Carintia prohibiera un acto que en un país como aquél -ocupado no de hecho pero sí espiritualmente- blasfema contra la historiografía oficial.

¿Que ocurrió en Bleiburg? Pues que los restos del ejército de Pavelic, el ejército alemán, diversos combatientes eslovenos y serbios, junto con enormes columnas de refugiados civiles se replegaban hacia Austria con el fin de rendirse a los británicos. Eso hicieron en mayo de 1945 pero, una vez desarmados, los británicos entregaron a los prisioneros a los partisanos comunistas de Tito, quién por aquellas fechas comenzó la ejecuciones a buen ritmo, hasta llegar en números redondos a la cifra de 200.000. En realidad, el nombre de “masacre de Bleibug” se refiere a diveros asesinatos en masa ocurridos a lo largo de varias semanas.

Durante la era de Tito, naturalmente, el crimen fue silenciado, no así en el Reino Unido, donde un nieto de Leon Tolstoi, Nikolai, se tomó el trabajo de escribir un libro sobre el asunto, relacionando con las masacres al primer ministro Harold Mac Millan que en mayo de 1945 era «minister resident» en el Mediterráneo. Tolstoi, a cambio, recibió una querella de Mac Millan.

Por supuesto, esto no era más que otro crimen más de los vencedores: había otros muchos cometidas por los defensores de la “libertad”, la “democracia”, el “proletariado” y demás, como si la retórica altisonante pudiera ocultar la sangre inocente vertida. Por ejemplo, miles de húngaros pagaron con su vida solo por residir en Voivodina, de la que también fueron expulsados en condiciones infames, medio millón de alemanes. Así mismo, el nacionalismo serbio, que por entonces se había sumado al carro de los comunistas, asesinó en Kosovo a miles de albaneses  acusados de “colaboración” con los alemanes.

A estas masacres -por supuesto, no las únicas- se suman infinidad de represalias y fusilamientos, como caracteriza a todo régimen comunista que se precie; eso sí: con el apoyo singular de las democracias occidentales que, en el mejor de los casos, hacían la vista gorda o incluso colaboraban. Constituye por tanto un gran error -cuando no una estafa histórica- denominar Bleiburg como “crimen del comunismo”, dado que al derramamiento de sangrre colaboraron fuerzas que no eran comunistas.

El caso de Bleiburg sirve de enseñanza por un doble motivo: primero, porque un gobierno actual, el croata, se niega a olvidar a sus muertos y asiste oficialmente a una misa en la que se habla de amor, concordia y recuerdo, no de venganza o de revancha. Segundo, porque es un caso evidente de cómo los errores históricos acarrean consecuencias así mismo históricas. El caos incubado en los Balcanes tras la Primera Guerra Mundial por el empecinamiento de EEUU, Reino Unido y Francia, principalmente, para combatir las aspiraciones alemanas explotó unos veinticinco años después y, pese a la tenaz propaganda marxista, de contenido antinacional y antipatriótico, volvió a hacerlo cincuenta años despúes en la tristemente célebre “guerra de los Balcanes”. Para gestar la catástrofe las potencias occidentales contaron con la inestimable ayuda de Stalin, primero, y después de Josif Broz Tito.

Es por eso por lo que las pretensiones de la izquierda austriaca, en aras de un supuesto “olvido” y del omnipresente “antifascismo”, no solo son profundamente idiotas sino también criminales. Bajo la cobertura internacionalista de la izquierda tuvieron lugar numerosas masacres al final de la Segunda Guerra Mundial, por lo que tras sus pretensiones de “olvido” y de “reeducación” histórica a golpe de Código Penal, se oculta la sangre de cientos de miles de inocentes sacrificados en los altares del progresismo planetario.

El asunto suena harto familiar en España, donde ciertos ayuntamientos y gobiernos -por acción u omisión, verbigracia el del PP- cercenan aquellas historia que no les gusta para escamotear a las nuevas generaciones su pasado que huele a cadáver.

 

Todo esto es un juego muy peligroso que no se sabe donde ni cómo puede acabar. Pero de momento, vaya desde aquí una oración por las víctimas de la infamia británica y comunista en Bleiburg.

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