«Ser es defenderse», Ramiro de Maeztu
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Este artículo se publicó en La Gaceta antes de convertirse en La Gaceta de la Iberosfera, no siendo entonces propiedad de Fundación Disenso.
Pofesor de Historia y Filosofía. Escritor, ha publicado: ‘Europa bajo los escombros’, ‘El fracaso de una utopía’, ‘Antes que nadie’, ‘Nuremberg, juicio al nazismo’ y otros dos libros en colaboración: ‘Proceso a José Antonio’ y ‘El libro negro de la izquierda’. Colabora en medios del grupo Intereconomía. @FernandoPazdice
Pofesor de Historia y Filosofía. Escritor, ha publicado: ‘Europa bajo los escombros’, ‘El fracaso de una utopía’, ‘Antes que nadie’, ‘Nuremberg, juicio al nazismo’ y otros dos libros en colaboración: ‘Proceso a José Antonio’ y ‘El libro negro de la izquierda’. Colabora en medios del grupo Intereconomía. @FernandoPazdice

Lloraremos cada día por nuestros hijos

30 de mayo de 2017

Lo de Colonia, las mil denuncias por acoso sexual y violación durante la Nochevieja de 2015 que terminaron convertidas en un escándalo de descomunales dimensiones, tuvo su mucho más terrible prólogo en lo que sucedió en la británica localidad de Rotherham. Durante tres decenios, bandas organizadas de musulmanes perpetraron miles de violaciones, que fueron ocultadas a la luz pública por la policía, la prensa y los políticos.

El objetivo de su depredación eran las niñas de tez más blanca, en su mayoría hijas de la clase trabajadora, hoy despreciada y abandonada por la chusma política londinense. Y todo eso lo hicieron no solo con la pasividad de la policía, sino con su complicidad, la de ellos y la del resto de tragasables habituales.

Este episodio en modo alguno es el único, pero sí quizá el que mejor ilustra el estado de la cuestión. Es ya un poco tarde para que nadie se llame a engaño: hoy, en Europa, se promueve el islam. Y se promueve desde la clase política eurócrata, eficazmente auxiliada por las nacionales; lo promueve el poder del dinero; y, como verdaderos replicantes, lo promueven los voceros del régimen que, tras el reciente crimen islamista de Manchester, han vuelto a poner en marcha la maquinaria.

La estrategia de esta semana pretende que el terrorismo “internacional” –pudoroso eufemismo para omitir su verdadero adjetivo, que es “islámico”- debe enfrentarse desde la unión de los europeos, lo que equivale a sugerir que la Unión Europea es la mejor garantía en la lucha contra ese terrorismo de evanescente definición.

La verdad, por supuesto, es exactamente la contraria. La UE, con sus políticas migratorias, es justamente la causa de la llegada masiva de los desplazados procedentes de países islámicos y de su asentamiento en nuestro continente, entre los que se cuentan no pocos radicales y terroristas; una vez aquí, el espacio Schengen les facilita la impunidad.

De hecho los estados nación son, sin duda, mejor garantía contra el terrorismo islámico que el territorio sin fronteras comunitario; no es casualidad que la recuperación de esas fronteras nacionales resulte ser uno de los atractivos de las posiciones políticas que mantienen las fuerzas soberanistas.

Sin embargo, la propia naturaleza de la UE impide modificar esa política. Las economías que, como la alemana, viven de las exportaciones demandan de forma creciente una mano de obra cada vez más barata para seguir siendo competitivas (en España pasa algo parecido, aunque aquí nos hemos vuelto competitivos con la crisis, gracias a la caída de los salarios debida al desempleo). Berlín, no se le oculta a nadie, ha sido clave para la atracción de estos desplazados, pero no es el único beneficiario.

A manos de las administraciones progresistas, el laicismo está perdiendo su pretendido virtuosismo. Así, el ayuntamiento de Madrid se niega a poner el popular belén alegando que no todos los madrileños son católicos, pero se apresura a celebrar el Ramadán. De modo que, o bien la izquierda cree que lo que sí somos todos en Madrid es musulmanes, o bien no les interesa la laicidad sino como paso para erradicar el cristianismo, que es su verdadero objetivo.

Es ¿sorprendente? la simultaneidad de argumentos en todos los medios, desde las emisoras de la Iglesia hasta los de la extrema izquierda: el mensaje apenas presenta matices: el objetivo es disociar el islam de la violencia que se comete en su nombre. Por ejemplo, la perífrasis con la que los medios se refieren al ISIS  -algo que repiten ad nauseam- “el autodenominado Estado islámico”, no pretende cuestionar su entidad estatal, sino ocultar su naturaleza islámica. Por ridículo que pueda parecer, esta técnica tiene su eficacia: en España nos hemos pasado cuatro décadas llamando fascista a ETA y el resultado es la enorme confusión a la vista de todos. Por ese camino, estamos llegando a oír afirmaciones como que el terrorismo islámico no tiene nada que ver con el islam.

En un plano más moderado, es recurrente la idea de que no todos los musulmanes son radicales, y mucho menos terroristas. Las cifras de apoyo a los terroristas son variables, y resulta complicado deslindar lo que es verdad de lo que es propaganda en este asunto, pero lo cierto es que la práctica ausencia de manifestaciones públicas de rechazo del terrorismo islámico por parte de la comunidad musulmana resulta bastante elocuente. En todo caso, es significativo que se emplee una argumentación que presupone la culpabilización de todos los musulmanes por el mero hecho de serlo, algo que nadie hace.

Por otro lado, ese argumento es difícilmente sostenible desde el punto de vista de la lógica y la realidad. Claro, no todos los musulmanes son terroristas o radicales. Tampoco todos los nazis invadieron Polonia, qué quieren que les diga.  Y es que ese «todos» no es capaz de camuflar la inanidad del pensamiento que trata de desarrollar: pues nunca se produce el que todos, pero todos, los miembros de una colectividad sean igualmente partícipes de cualesquiera hechos. Ni siquiera todos los miembros de una banda que se forma expresamente para delinquir son acusados de la comisión de iguales delitos, o del mismo delito en idéntico grado. Es obvio que no todos los musulmanes son terroristas, pero también lo es que todos los terroristas son musulmanes.

En su inmensa mayoría, los medios están en el colaboracionismo con la clase política que hace ya tanto tiempo ha abandonado a los ciudadanos europeos. Su tarea es la de modelar las conciencias de la población para evitar la rebelión contra las elites. Por eso demoran días publicar que quien se ha estallado en un concierto, o quien ha conducido un camión contra un mercado se llama Abdul o Muhammad, pero no dejan pasar unos minutos cuando el agresor es un «supremacista blanco». Y si no lo es, se lo inventan y se quedan tan frescos: como aquel asesino de origen iraní que gritaba «soy alemán» y la prensa le hizo nazi en menos que cantó un gallo.

Esta semana, la primera ministro polaca, la señora Szydlo ha declarado que “O Europa se levanta o lloraremos cada día por nuestros hijos”. Lo que es una obviedad constituye un escándalo en nuestras sociedades, porque nunca como hoy han sido prohibidas las verdades más elementales.

La primera ministro polaca tiene razón. Europa debe defenderse. Los medios están narcotizando con enorme eficacia la respuesta de la población, para que Europa no se levante. Tiene razón la ministra polaca: porque el martirio es la gloria de los vencidos, pero la de los vencedores, es el poder.

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