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Este artículo se publicó en La Gaceta antes de convertirse en La Gaceta de la Iberosfera, no siendo entonces propiedad de Fundación Disenso.

Los tuiteros del diablo

10 de enero de 2017

En Alicia en el País de las Maravillas, Humpty Dumpty le dice a Alicia: “lo importante no es lo que signifiquen las palabras; lo importante es saber quién manda; eso es todo.” Ochenta años después, Víctor Kemplerer, en sus apuntes filológicos acerca de la lengua en el Tercer Reich, llegaría a parecida conclusión. 

En la España de hoy es posible enviar a prisión a un señor que vende libros en los que se sostiene la tesis de que la persecución y matanza de los judíos durante la IIGM no tuvo lugar, mientras se exonera a quienes, dando por sentados los crímenes, se burlan de las víctimas. Sorprendentemente, lo primero no cabe acogerlo a la libertad de pensamiento, prensa, expresión o investigación, mientras lo segundo es archivado por un juez en la sección “humor”.

¿Quién dijo que en España no hay seguridad jurídica? Por el contrario, las sentencias son perfectamente previsibles en función de determinadas variables, entre las que se encuentran las ideológicas y las políticas (y, no pocas veces, también las económicas).

El concejal madrileño de Ahora Madrid (Podemos, vaya) llamado Guillermo Zapata, uno de quienes hicieron mofa de las víctimas, fue fustigado a cuenta de sus tuits antisemitas, pero la verdad es que el antisemitismo, en esto, jugó el mismo papel que la evasión de impuestos en el encarcelamiento de Al Capone.

Porque lo que verdaderamente estremeció a la opinión pública fue la crueldad del susodicho. Una crueldad a través de la que twitter ha desnudado la pretendida sensibilidad exhibida en otra ocasiones para según qué causas.  

La crueldad, que se mide más por la cercanía con el objeto de la burla, que por el número de personas sobre cuyas desgracias y dolor se hace mofa. Exige, por eso, un  sadismo más específico reírse de Irene Villa, o de las pobres criaturas raptadas, vejadas y asesinadas en Alcasser, -un dolor que lo fue, que lo es, de todos los españoles- que celebrar una matanza como la de Paracuellos (para lo que, en cualquier caso, hacen falta notables dosis de degeneración moral).    

Stalin, imprescindible fuente patrística de todo sádico-ideólogo que se precie, lo explicó certeramente: “la muerte de un hombre es una tragedia; la de un millón, una estadística”.

Pues, efectivamente, las cifras no tienen cara ni ojos. Irene Villa sí. Seguramente haya pocos españoles que no guarden en su retina el brillo de los ojos, grandes y alegres, de Irene Villa.

¿Cómo ocultar la naturaleza patológica de un tipo que convoca al empalamiento de alguien por discrepancias de opinión, de quien encuentra gracioso la evocación de una inocente niña mutilada –o la de tres asesinadas-, de quien gusta exhibir de forma deliberadamente ofensiva su anatomía premenárquica en una capilla al grito de “arderéis como en el 36”? ¿Cómo no considerar patológicas las irrefrenables pulsiones criminales, las llamadas a torturar a Gallardón o los tuits de la “bollera feminazi camionera” (sic) que se descojonaba (creo que aquí cabe la expresión) de la muerte de un teniente coronel?

Tortura, incendio, crimen; en realidad, nada les interesa que no sean conceptos abstractos. Proclaman su amor a la “humanidad” mientras odian a los seres humanos… 

Hace un siglo, Freud y Pareto barruntaron que la ideología, en lugar de ser el resultado de un proceso lógico era, en realidad, un disfraz, una simulación; en no pocos casos, cabe añadir, la ideología es la forma social en que cursa una patología. Por supuesto, existe patología sin ideología, pero es improbable que haya ideología sin patología.

Y precisamente la ideología marxista-leninista produce una patología bien definida: la crueldad. Convertida en coartada de los más bajos instintos del resentimiento y el odio, la ideología marxista-leninista ha protagonizado el mayor genocidio de la historia de la humanidad, el más universal y el más lesivo para el género humano. Cien millones de muertos lo atestiguan.

La razón básica de esa crueldad marxista-leninista es, después de todo, la ausencia, la nada que conduce a la inhumanidad a esos tuiteros que desean la muerte a los ancianos (“los viejos”) para que el PP deje de ganar elecciones, como hemos visto tras los resultados de los últimos comicios, y que ha saltado a los medios no sin un cierto escándalo. Una crueldad hija de la ausencia, que se expresa en la forma en que hoy puede hacerlo, pero que puede mañana desbordarse sobre otros cauces, si se dan las condiciones. 

Los tuits, en fin, revelan aquello de lo que hablaba Hanna Arendt cuando decía que la seducción totalitaria quedaba para las elites y la chusma -no cabe duda en cuál de las dos categorías incluiría Arendt a estos tuiteros diabólicos-; el resto, debía ser hechizado mediante la propaganda. 

La buena noticia es que, con estos mimbres, y dado el probable triunfo de la facción de Iglesias, el llamado populismo –que no lo es- de Podemos está imposibilitado de crecer sobre el humus de una clase media empobrecida y crecientemente proletarizada, que sería su única baza para obtener el poder.

Antes o después, alguien deberá ocupar ese lugar.

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