«Ser es defenderse», Ramiro de Maeztu
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Este artículo se publicó en La Gaceta antes de convertirse en La Gaceta de la Iberosfera, no siendo entonces propiedad de Fundación Disenso.

Podemos y la protesta de los privilegiados

14 de febrero de 2017

Resulta sorprendente que haya aún quien se asombre de datos como el que revelaba el CIS recientemente en su barómetro de enero: la gran mayoría de quienes votan a Podemos en Cataluña está contra la autodeterminación, y menos de un 20% considera que la independencia es legítima. 

La pregunte surge sola: y si esto es así, ¿por qué la dirección del partido apoya la autodeterminación, el llamado “derecho a decidir”?

La debilidad, también en este caso –como tantas veces en política- es la explicación. Pues no cabe duda de que lo hace, en primer lugar, por cálculo político; la causa nacional, la causa española, es débil, y resulta poco rentable desde el punto de vista político. Esa debilidad es la clave de todo lo que está pasando en Cataluña en los últimos años. En realidad, el discurso a favor de la autodeterminación es muy vulnerable desde la izquierda y la lucha contra los poderosos y la casta, pero lo cierto es que, hoy por hoy, no tiene alternativa. Y no la tiene porque Podemos ha renunciado a ser una izquierda nacional.    

En términos objetivos –que diría un marxista-; ¿a quién beneficia la defensa del “derecho a decidir”? 

Si recordamos que esta última trifulca en al que estaos comenzó con la pretensión nacionalista de  negociar una situación tributaria como la del País Vasco y Navarra con el Estado –es decir, recaudar y gestionar sus propios impuestos- nos iremos haciendo una idea.  

Cuando Podemos se manifiesta a favor del derecho a decidir, lo que hace es, esencialmente, defender las aspiraciones egoístas de la burguesía catalanista, defendiendo, so capa de una “aspiración democrática”, que los ricos puedan desentenderse de los necesitados. De la gente, vaya. 

Las grandes fortunas catalanas son las beneficiarias de ese derecho a decidir, y esto lo saben las bases de Podemos, que entienden perfectamente que en Cataluña la cuestión social y la “nacional” son incompatibles; por el contrario, la pertenencia a España es un seguro para las clases asalariadas, trabajadora y media. 

Los nacionalistas mienten cuando sugieren –sibilinamente- que hay una transferencia de rentas de unas comunidades autónomas a otras, cuando se dice que Cataluña contribuye más que los demás a la caja común.  

Lo que sucede es que, en un sistema de progresividad fiscal y redistribución de rentas –que es lo que los grandes intereses quieren eliminar- como es el español, pagan más quienes más tienen, y en Cataluña hay un mayor número de personas y sociedades con rentas o beneficios altos que en otras muchas partes de España. 

Pero los catalanes tributan directamente a la misma caja que los demás españoles; no como el régimen vasco-navarro, en el que existen una serie de privilegios que les permiten una gran autonomía en la gestión de sus propios impuestos, que es a lo que los independentistas aspiran.   

Por eso, el reconocimiento de las pretensiones “nacionales” repercute negativamente en lo social pero no solo fuera de Cataluña, como quiere el nacionalismo burgués, sino también dentro de la comunidad catalana. De modo que esto es lo que la dirección de Podemos defiende: que las rentas altas radicadas en Cataluña puedan dejar de tributar a la caja común.

Por qué la dirección de Podemos, pese a esto, mantiene su postura a favor del “derecho a decidir” es, en parte, explicable por la razones políticas antes apuntadas; pero, sobre todo, porque entienden que la unidad de España no es, en absoluto, un valor a defender. Porque, aunque las conveniencias de todo tipo les empujan en sentido contrario, como el escorpión que no pudo evitar clavarle el aguijón a la rana pese a que con ello se ahogaba, el desprecio a la nación está en su naturaleza. 

Defendiendo el “derecho a decidir”, Podemos hace suya la protesta contra la redistribución de rentas, contra la solidaridad y contra la justicia social. Defendiendo el  “derecho a decidir”, Podemos respalda la protesta de los privilegiados. 

Pero la buena noticia que nos ha traído este fin de semana en Vistalegre – el triunfo de la ambición sobre la inteligencia, de la radicalidad frente al realismo- es que las posibilidades de Podemos se desvanecen.

Su fracaso, déjenme creer que previsible, podría abrir las puertas a un partido auténticamente soberanista y social que terminase con la impostura podemita y  que defendiera la soberanía del pueblo español tanto frente a los desafíos de quienes la niegan como base de la comunidad política, como frente a quienes la sacrifican al proyecto transnacional. 

Porque, para ninguno de los dos supuestos, tiene Podemos respuesta.  

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