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Este artículo se publicó en La Gaceta antes de convertirse en La Gaceta de la Iberosfera, no siendo entonces propiedad de Fundación Disenso.

La nueva arquitectura de España

14 de febrero de 2016

Con la inquietante imagen aún en la retina de Rita Barberá fisgoneando desde su aristocrática ventana, y lo esperpéntico de la imputación de la totalidad de los concejales del PP del ayuntamiento de Valencia, nos vemos sorprendidos por un nuevo registro en la sede popular a cuenta de la investigación por el caso Púnica. De Valencia a Madrid, rodeando por Murcia y Castilla y León, esta trama es ya otro célebre culebrón en el haber de la corrupción de la formación de centro derecha.

En éstas que los dirigentes nacionales vuelven a encontrar una excusa para marcar distancias con Esperanza Aguirre y remiten a la lideresa en la capital como fuente de explicaciones. Con nosotros no va nada, vienen a decir. Sirvan las presuntas irregularidades financieras del partido en Madrid para poner de manifiesto que la regional habita el flamante edificio genovés sin título al efecto. Deduzco por ello que quien lo ha sido todo en la política patria, mora el inmueble en precario y en eterna cuarentena. Puedo imaginar que con motivo de la remodelación del insigne emplazamiento, se ordenara la construcción de un ascensor con hilo musical interpretado por Joaquín Sabina a lo dos tibias y una calavera, totalmente independiente, para dar acceso a las dependencias de la primera planta, cuartel general de Aguirre.

Y es que el PP es un partido moribundo. Se ha convertido en un partido tóxico y contaminado por la negación de sus principios y por la incapacidad de atajar el problema de la corrupción. Lo primero le ha llevado al divorcio con su masa social, plasmado en la debacle electoral del pasado 20 de diciembre; lo segundo le ha condenado al cruel ostracismo de quienes tienen su casa sin barrer pero se aúnan en la mediocridad de los intereses personales y de partido. Queda demostrado que para pertenecer al sistema oligarca es condición sine qua non lucir condecoraciones manchadas por el presunto soborno. Porque hay que tener claro que a pesar de que las donaciones a los partidos pudieron en tiempos ser legales, éstas forman parte irremediable de una pérfida relación entre donante y donatario. El adalid de la lucha contra esta lacra en la campaña de 1996 se ha ido convirtiendo desde entonces en fiel reflejo de la peor etapa del felipismo.

En este sentido tiene mucho que ver la publicidad; el “destape”. Los populares nunca fueron hábiles en granjearse la afinidad de los medios de comunicación. Lejos de ello, siempre se afanaron en rescatar de quiebras aseguradas a prehistóricos enemigos, del mismo modo que de facilitar el patrocinio de duopolios televisivos que disfrutan con su ridiculización. Si bien es cierto que el PSOE se lleva la palma en esto de pervertir el dinero, la izquierda fue siempre maestra en minimizar las propias miserias y engrandecer las de los demás. Si no que se lo digan a Pedro Sánchez. Con 90 diputados, el peor resultado de la historia cosechado por su partido, ha logrado adoptar poses de presidente. Su porte, su gesto, sus puestas en escena en las ruedas de prensa son las de quien se sabe a un paso de La Moncloa. Lo acaricia, lo nota, lo siente…máxime cuando el viernes pasado saltó definitivamente por los aires el consenso de 1978. Una imagen vale más que mil palabras y la negación de la mano de Rajoy a Sánchez fue la escenificación de quien se considera traicionado. La traición a Rajoy, que al fin y al cabo ganó las elecciones, es la deslealtad con los votantes del PP y sobre todo, con el conjunto de los españoles moderados, aunque no cabe duda de que ambos carecen de legitimidad para gobernar la nación.

Ahora se constata lo que algunos hemos venido diciendo desde hace tiempo. Aquel “acuerdo” camuflado por una ficticia concordia, no fue más que el atrezzo en el que a cada elemento se le otorgó una función, en modo alguno favorable a los intereses de España. Lejos de lo que se nos ha adiestrado durante estos años de “paz social”, fueron los socialistas y los separatistas aquellos que permitieron la participación de la derecha en el proceso tendente a la nueva arquitectura de España. Una evolución sólo posible a través de un maremágnum de partidos residuales, siempre de espaldas a la mayoría de españoles moderados. Van alcanzando su objetivo y, en estas circunstancias, la derecha ya no es necesaria.

 

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