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Este artículo se publicó en La Gaceta antes de convertirse en La Gaceta de la Iberosfera, no siendo entonces propiedad de Fundación Disenso.

Historias de Enric

3 de octubre de 2013

Uno de sus jefes –José María Izquierdo– le llamaba el titulador más vago del mundo y eso que, de jovencito,Enric González apuntaba maneras: su primer reportaje con firma fue uno el día que murió Elvis y que tituló “La insinuación de unas caderas”. También apuntaba maneras como redactor de versitos para las galletas chinas, pero sus barandas y, sobre todo, sus lectores, le impidieron que su vocación por el mínimo esfuerzo se saliera con la suya.

 

El primer ordenador que vio fue en la redacción de El Periódico de Catalunya –corrían los años de la Barcelona de entonces, la ciudad que fue– y por escándalos como el de Banca Catalana (cuya investigación le cerró las puertas de la Generalidad) pasó de la sección de sucesos a la de economía casi sin darse cuenta. Luego vendrían los viajes, como esa vuelta al mundo que dio a cuenta del millón de pesetas que le regaló su padre –Francisco González Ledesma– después de ganar el Planeta.

 

Hace poco leí un paralelismo entre Enric y Teo, aunque nuestro hombre quizás prefiera que le comparen conTintín. Es, en verdad, un tintinólogo. Con Arturo Pérez Reverte jugaba a responder por qué caballos apuesta elprofeso Wagner en Las joyas de la Castafiore. Eso fue en la Guerra del Golfo, donde se hartó de caviar y escribió crónicas al borde de una piscina. También cubrió la merienda de negros en Somalia y buceó en aguas contaminadas por una bomba atómica en un atolón del Pacífico.


Cree 
Enric González que el mejor lugar del mundo es el que está más lejos de los jefes, por eso –y no sólo por eso– fue corresponsal de su periódico en Londres, y en Nueva York, y en Roma. De allí regresó con cantidad de historias a las que daría forma de bestseller. También estuvo en París y en Jerusalén, con lo que sus lectores nos alegramos en la esperanza de futuras crónicas de elaboración propia. De lo que tendremos que olvidarnos –ay– es de historias de Pekín y de Buenos Aires, ciudades a cuyas corresponsalías renunció.

 

El País llegó cuando aún eran posibles los periodistas que se bebían dos bares antes de empezar la jornada y él tenía poco dinero en el banco y mucha rabia en el estómago. Fueron, cuenta, años maravillosos: los jefes pedían las cosas por favor, se podía opinar sin miedo en las reuniones y la Historia estaba de su lado. De El País se marchó porque no quería trabajar más para Cebrián, aquel ludópata bursátil que cobró como pirómano y cobró como bombero.

 

Los de Jot Down acaban de publicarle sus memorias.Memorias líquidas, se titulan. Con ellas ha debido de dar cumplimiento a una obligación clásica: conocerse a sí mismo. Y solo él sabe si su escritura le ha ayudado a escapar una vez más de la monotonía y el futuro previsible, horizonte que consumió a aquel viejo soldado en el desierto de los tártaros.

 

 

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