«Ser es defenderse», Ramiro de Maeztu
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Este artículo se publicó en La Gaceta antes de convertirse en La Gaceta de la Iberosfera, no siendo entonces propiedad de Fundación Disenso.

Nosotros no parimos

«¡Nosotras parimos! ¡nosotras decidimos!». El lema, acompañado por un gesto manual que pretendía representar una vagina, es un clásico del movimiento a favor de la libertad de las gestantes para abortar los fetos, es decir, para acabar con la vida –abortar es despedazar- de otros cuerpos alojados en sus úteros. Tal voluntad, entendida como liberación, y circunscrita efectivamente a las que pudieran ser madres, sólo recibió un respaldo legal en Cataluña, una vez comenzada la Guerra Civil, siendo la cenetista Federica Montseny quien legalizó unos meses después tal práctica para toda España en 1937. Casi medio siglo después, en la socialdemócrata España de 1985, se despenalizaron algunos casos de aborto inducido, hoy llamado, con evidentes propósitos eufemísticos, «interrupción voluntaria del embarazo». Las últimas modificaciones legales van en la línea del establecimiento de unos plazos durante los cuales, y al margen de la ontogenia del feto, se podría acabar con su vida. La alusión al aborto, entendido como derecho e identificado gratuitamente con posiciones de izquierdas, tiene, tal nos parece, profundas conexiones con la campaña lanzada por la Asociación Hazte Oír, que ha hecho circular recientemente por Madrid un autobús con las siguientes frases impresas en su carrocería:

«Los niños tienen pene. Las niñas tienen vulva. Que no te engañen. Si naces hombre, eres hombre. Si eres mujer, seguirás siéndolo.» 

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Y las tiene en relación con la palabra «mujer» incluida en los laterales del vehículo. En efecto, dado el credo católico que inspira a Hazte Oír, no cabe duda de que la campaña busca la neutralización de determinadas campañas de las plataformas LGTBI, propagadoras de la llamada «ideología de género», ya implantada en diversos ambientes educativos, pero también con los sectores proabortistas que engrosan las filas del feminismo. La polémica, convenientemente judicializada, está servida, y oscurece en gran medida una posibilidad de debate situado más allá de la sensibilidad, la ofensa, y el subjetivismo, en suma. Como de costumbre, el griterío se ha polarizado entre dos posturas de borrosos contornos: «la ultraderecha», que de algún modo seguiría arrastrando a una «derecha» siempre sospechosa de radicalización, y «la izquierda», cada vez más alejada de sus raíces fundacionales, y más identificada con las mentadas ideologías de género, frecuentemente teñidas de un ramplón anticlericalismo.

La potencial maternidad, ¿argumento definitvo?

Si el debate en relación con el lema y la circulación del autobús se ha centrado en las ofensas e incitación al odio que podrían llevar aparejadas las letras impresas, no han faltado quienes han intentado ir más allá, discutiendo a propósito de esos niños y niñas, hombres y mujeres. Dos posiciones han destacado en el intento de deslinde sexual: por un lado, aquellas que se apoyan en lo cromosómico, en los pares XX e XY que, no obstante, admiten una serie de variantes, que impiden establecer un criterio definitivo; y los que lo hacen, tal es el caso de Hazte Oír, apoyándose en argumentos que más que genitalistas, podríamos llamar exogenitalistas. Al cabo, tener pene o vulva no aclara la cuestión, pues el grado de desarrollo al que ha llegado la cirugía permite la implantación o mutilación de genitales externos. En definitiva, los penes y vulvas esgrimidos por la Asociación presidida por Ignacio Arsuaga, bien pudieran haberse sustituido con mayor fortuna por ovarios y testículos, sin perjuicio de que los atributos citados sirvan perfectamente a los intereses que se adivinan en una campaña que no ha dejado a nadie indiferente.

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Cabe, no obstante, ensayar una vía alternativa a las comentadas. Una vía que conecta maternidad y mujer, pues que la mujer pueda ser madre es una propiedad esencial, no accidental, de la misma que va más allá de las apariencias externas. Mientras la hembra pare, el varón, el macho, no puede hacerlo, por más que este haya sido mutilado u hormonado. Y utilizamos el término varón para evitar la palabra de «hombre», que añade aún mayor complejidad… Así pues, la maternidad, es decir, la gestación, pero también el parto, sería el punto de partida para reconducir un debate que quisiera ir más allá de los intereses meramente ideológicos, pero también políticos y económicos, que se esconden tras esta creciente polémica identitaria ligada a una expresión como la de «orientación sexual» que hunde sus raícen en el más radical voluntarismo, pero también en un mercado pletórico ávido de personalísimos consumidores. La conclusión es evidente: los hombres, con o sin vulva, con o sin pene, no parimos.

Sirvan, pues, estas líneas para terciar en un agitado debate en el que comparecemos acogiéndonos a una idea de racionalidad que no ha de buscarse en íntimos mentalismos, sino en algo más fisicalista y operativo, en las manos, las mismas que intervienen en los partos en los cuales, Sócrates, hijo de una partera, se inspiró para dar nombre a su arte: la mayéutica.

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