«Ser es defenderse», Ramiro de Maeztu
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Este artículo se publicó en La Gaceta antes de convertirse en La Gaceta de la Iberosfera, no siendo entonces propiedad de Fundación Disenso.

Napoleones de barrio

29 de abril de 2016

El pasado 13 de abril estaba previsto que se discutiera en el Consejo de Barrio de Gracia la expropiación y derribo de la Parroquia de Santa María. El argumento de fondo era que la iglesia está “infrautilizada” y es “anacrónica”. La iniciativa había recibido apoyos desde los “procesos participativos” del partido de Ada Colau y contaba con el respaldo del concejal responsable del distrito. Sin embargo, los planes del Ayuntamiento se vieron frustrados por una revuelta vecinal.

En unos pocos días el Síndic de Greuges recibió más de 55.000 cartas de ciudadanos que pedían poner fin a esta ofensiva laicista. Ante el aluvión de quejas, el defensor del pueblo catalán pidió explicaciones al Ayuntamiento. El directorio de Ada Colau tuvo que justificarse y optó por restar importancia a la protesta asegurando que todo se había debido a una simple confusión. Los orcos ‘colauitas’ se batían en retirada.

La Hora Santa de oración convocada por el párroco, Mossèn Rafael, se convirtió en un acto de acción de gracias. La movilización realizada en el barrio por los Jóvenes de Santa María fue un ejemplo edificante de fe en acción. “No sé qué hubiera pasado si no hubiéramos hecho nada, lo que sé es lo que ha pasado después de hacerlo, y es que la parroquia de Santa María de Gracia continúa en pie, y que los que han vivido esta situación en primera persona lo vieron claro [la amenaza], y por eso nos movilizamos”, decía a través de Facebook Marcos Vera, presidente de la asociación juvenil. Los Jóvenes de Santa María ya saben lo que es plantar cara al abuso de autoridad. Hace unos años, su asociación hermana, los Jóvenes de San José, se movilizaron ante el intento del anterior alcalde, Xavier Trias (CiU), de expulsarles de las calles por llevar café y comida por las noches a los indigentes de la ciudad.

La Parroquia de Santa María de Gracia se fundó en 1835 y es la más antigua del barrio. Forma parte de su identidad local: transmite consuelo y fe a sus vecinos y realiza una enorme labor social con los más necesitados. Es, por tanto, un símbolo de las raíces cristianas de Cataluña. Por ello, no es casualidad que esté en el punto de mira del laicismo radical. El barrio de Gracia es, desde hace unas décadas, el campo de batalla de una guerra cultural impulsada por la izquierda alternativa. Esta nueva izquierda ha acertado con la estrategia de pensar globalmente y actuar localmente. Ha trabajado a largo plazo cultivando día a día un rico ecosistema en el que han germinado asociaciones culturales, clubes deportivos, ONGs y plataformas vecinales de lo más variopinto. Después de mucho tiempo, esta nebulosa indefinida ha acabado cobrando forma en organizaciones políticas como Barcelona en Comú (BComú), Podemos o las CUP.  

La nueva política se construye desde la base. Nosotros también debemos asumir que ha pasado el tiempo de los líderes providenciales y que la regeneración la traerán grupos reducidos de voluntarios trabajando por un ideal común. Antes de constituir su propio partido, Ada Colau se hizo un nombre propio a través del activismo social en V de Vivienda y en la PAH. La asociación universitaria Contrapoder sirvió a Pablo Iglesias y su camarilla para hacer la gimnasia revolucionaria antes de lanzar Podemos. Rita Maestre y los podemonios saben bien que no se puede aspirar a asaltar los cielos sin haber asaltado antes unas cuantas capillas.

Eduardo Galeano, autor de referencia de la izquierda alternativa de Gracia, decía que «mucha gente pequeña, en lugares pequeños, haciendo cosas pequeñas, puede cambiar el mundo». El párroco y los Jóvenes de Santa María han demostrado la gran verdad que encierran estas palabras. En su obra “El Napoleón de Notting Hill”, Chesterton nos describía la rebelión emprendida por un idealista para defender la identidad local de su barrio frente a burócratas y especuladores. Los oligarcas de Londres no tomaron en serio las reivindicaciones de este pequeño agitador hasta que fue demasiado tarde. En esta divertida novela, Chesterton reivindica el valor del arraigo y la trascendencia de la acción del hombre común para provocar grandes cambios. La gesta de un héroe de barrio acaba adquiriendo tintes épicos. De ahí que el título de la novela no sea un oxímoron, sino una distinción bien merecida.

En la revuelta de Gracia, Mossèn Rafael y Marcos Vera han descubierto el talón de Aquiles del laicismo radical. En estos momentos en que la política de Palacio está tan agitada, esta pequeña gran victoria corre el riesgo de pasar inadvertida. La nueva izquierda ha sido vencida en su feudo y en su propio campo de juego. No en los despachos, sino a pie de calle. Los burócratas del Ayuntamiento se han topado con un activismo de base que ha sabido organizarse a través de una red de ayuda mutua. Un grupo de voluntarios católicos tuvo la audacia de movilizarse al grito de STOP Desahucios (parroquiales). Los ‘colauitas’ han probado su propia medicina. El estallido de una revuelta espontánea y alegre les ha obligado a abortar sus planes y el bien común ha vencido a BComú.

 

La victoria de Gracia demuestra que lo pequeño sigue siendo hermoso y que Sí Se Puede. En la encíclica ‘Laudato Si’, el Papa Francisco destaca el valor del compromiso comunitario de esas “asociaciones que intervienen a favor del bien común preservando el ambiente natural y urbano”. Y cita de forma expresa las iniciativas vecinales que surgen para proteger un lugar común. “A su alrededor se desarrollan o se recuperan vínculos y surge un nuevo tejido social local. Así una comunidad se libera de la indiferencia consumista. Esto incluye el cultivo de una identidad común, de una historia que se conserva y se transmite”. Nuestro verdadero adversario no es el bolivarianismo, sino el conformismo. El renacimiento no vendrá de la inercia fofa de una mayoría silenciosa, sino del trabajo entregado de pequeños grupos de idealistas. En un tiempo en el que el establishment clama por la llegada de un Bismarck a La Moncloa, es más necesario que nunca volver la mirada a nuestros napoleones de barrio.

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