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Este artículo se publicó en La Gaceta antes de convertirse en La Gaceta de la Iberosfera, no siendo entonces propiedad de Fundación Disenso.

La masacre del remolcador 13 de marzo que ordenó Fidel Castro

La madrugada del 13 de julio de 1994 el dictador cubano Fidel Castro daba la orden de hundir un viejo remolcador en el que intentaban escapar de la dictadura comunista 72 cubanos. Entre las 37 víctimas se encontraban diez niños de corta edad, los barcos que abordaron al remolcador 13 de marzo sabían que los niños iban en el barco y no hicieron nada pare evitar su muerte. Castro condecoró días después personalmente a los autores de la matanza, su Gobierno jamás realizó una investigación de los hechos ni permitió recuperar los restos del barco hundido. Los cadáveres de las víctimas jamás fueron entregados a sus familias. Este es un ejemplo más de la crueldad que Castro, a quién los políticos internacionales con excepciones como la de Tump, han elogiado tras su muerte el pasado 25 de noviembre.

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El plan de fuga estaba bien diseñado. Al frente estaba el jefe de operaciones del Puerto de La Habana, Fidencio Ramel. Había conseguido amarrar el viejo remolcador 13 de marzo en una zona discreta del puerto. Era una embarcación de casco de madera recientemente arreglada que podía alcanzar la costa de EEUU en Los Cayos (Florida) gracias a su motor diesel de 1.500 caballos de potencia.

A las dos de la madrugada del 13 de julio de 1994, los 72 integrantes de la expedición bajaron de un autobús junto a la estación eléctrica de Tallapiedra. Desde allí doscientos metros escasos separaban a los cubanos del embarcadero en el que se encontraba el remolcador. Poco antes de las tres de la mañana salían rumbo a la libertad. Mientras recorrían la bahía hasta ganar mar abierto, circulaban con las luces apagadas para no ser vistos desde la Capitanía del puerto. Pero algo salió mal, cuando enfilaban el canal de acceso, junto a la Fortaleza de La Cabaña, tres remolcadores modernos, con casco metálico – Polargo 2, Polargo 3 y Polargo 5- embistieron albarco en el que se encontraban los 72 civiles. Una vez desviado de su ruta lo acosaron hasta llegar a mar abierto.

Primero utilizaron potentas mangas de bombeo para atacar a los tripulantes de la embarcación, mientras hacía eso empujaban el remolcadore hacia una zona de aguas profundas. En un momento dado, dos de los remolcadores que acosaban se separaron del lugar.

Ese momento fue aprovechado por los fugitivos para advertir al tercer remolcador y a una patrullera del Servicio de Guardacostas del Ministerio del Interior, que se había unido a la persecución, de que había muchos niños a bordo. Pero no sirvió de nada, unos minutos después los dos barcos que se habían separado del 13 de marzo le abordaron. Uno chocó con su proa de acero contra la débil proa de madera del barco acosado, otro le envistió por la popa. Se abrieron dos vías de agua que en pocos minutos enviaron al barco de refugiados al fondo del mar.

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No contentos con este ataque, hicieron varias maniobras a gran velocidad en la zona para hundir a los supervivientes o aplatarlos con sus quillas. Desistieron de continuar con esa operación cuando se dieron cuenta de que se aproximaba un carguero griego que había presenciado toda la maniobra.

El resultado fue que 37 de los ocupantes del 13 de marzo murieron. Entre ellos había diez niños de corta edad.

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Pese a las exigencias internacionales para que se investigaran los hechos, Castro solamente consintió que se hiciera público el informe elaborado por los capitanes de los cuatro barcos asaltantes. No consintió que se recuperasen los cuerpos ni el barco hundido y dio, como versión oficial, que habían muerto en un accidente y que los otros tres remolcadores y el guardacostas habían acudido a socorrerlos. Sin embargo, se conoce la realidad de lo que ocurrió gracias a un carguero de bandera griega que se encontraba en maniobra de aproximación al puerto de La Habana y que fue testigo de lo ocurrido.

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