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Este artículo se publicó en La Gaceta antes de convertirse en La Gaceta de la Iberosfera, no siendo entonces propiedad de Fundación Disenso.

Torturados por ETA, palizas y destornilladores en los ojos

En los últimos años del franquismo, Francia era un auténtico santuario para los asesinos etarras. No importaban sus crímenes. Eran admirados porque mataban, eso creían, para acabar con el régimen en España. Franco murió en 1975, pero las autoridades francesas siguieron manteniendo una inacción continuada durante otros quince años más. Un tiempo en el que los crímenes cometidos por la banda terrorista de ultraizquierda en su terrirtorio iban siendo enterrados para desesperación de los familiares de las víctimas a las que se les negaba el consuelo de saber qué pasó con sus seres queridos.

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El 24 de marzo de 1973 era sábado. Cuatro amigos -Cesáreo, José Humberto, Jorge Juan y Fernando- comieron juntos en casa de uno de ellos, Cesáreo Rodríguez Ponte, y salieron a jugar una partida de cartas al bar de siempre, en Irún. Tras la partida, Cesáreo, que había sido el anfitrión se fue a trabajar y los otros tres decidieron ir a San Juan de Luz a ver una de esas películas que la censura no permitía reproducir en España. Vieron “El último tango en París”. Después decidieron tomar unas copas antes de volver a Irún. Pero en esa localidad no quedaban entradas y continuaron camino hasta Bidart, donde sí pudieron ver la proyección.

Una vez de vuelta decidieron parar en un local a la salida del municipio francés y entraron en un bar llamado Lycorne.

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Allí estaban los etarras Tomás Pérez Revilla, Prudencio Sudupe Azkune, Jesús de la Fuente Iruretagoyena, Ceferino Arévalo Imaz, Manuel Murúa Alberdi y Sabino Atxalandabaso Barandika.Entre ellos, secuestraron y asesinaron a los tres amigos. No por una información obtenida por sus redes en España, ni po tener la certeza de que fueran agentes de Policía. Los etarras pensaron que eran policías, y eso bastó para sentenciar a muerte a los tres jóvenes.

Los etarras se confundían, pero no les importó que Fouz Escobedo fuera empleado de una compañía de transportes, que Quiroga Veiga fuera un agente de aduanas en Irún y que García Carneiro estuviera en el paro y buscando trabajo. Tampoco les importó que tuvieran edades comprendidas entre los 23 y los 28 años. Los habían condenado por una corazonada, que además era falsa.

Existen varias versiones sobre cómo se produjo el secuestro y muerte de los tres jóvenes. Quizá eso sea lo de menos.

Más importante es que la Policía francesa cerró el caso sin encontrar los cuerpos y sin haber intentado localizar el coche,un Austin Victoria 1300, en el que se habían desplazado.

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Después de los hechos, mucho después, conocemos algunos detalles gracias a los libros de memorias publicados por los etarras o por personas que se movieron en su entorno.

Dos son las publicaciones que relacionan la desaparición de los tres jóvenes con la actuación de ETA. La primera es el libro de memorias del etarra Juan Manuel Soares Gamboa “Agur ETA”. En ese libro explica como a la listas de víctimas de la banda terrorista vasca hay que añadir el nombre de los tres amigos desaparecidos. Que, según el que fuera jefe militar de ETA, fueron torturados y asesinados. El propio Pérez Revilla fue el encargado de darles el tiro en la nuca que puso fin a los sufrimientos de los tres jóvenes dándoles un tiro en la nuca cuando llevaban varias horas siendo torturados.

El segundo libro nos da más información. Es la autobiografía escrita por Mikel Lejarza “El Lobo”, el agente del SECED que logró infiltrarse en ETA durante años consiguiendo desarticular en varias ocasiones su cúpula dirigente. En su libro, el agente de los servicios secretos cuenta como los etarras “vieron aparcado un Austin Victoria con matrícula de La Coruña y los confundieron con policías de información. Los gallegos, además, iban vestidos con traje y corbata. Se produjo una pelea y mataron de un botellazo a José Humberto Fouz. A los otros dos se los llevaron para interrogarlos y fallecieron durante las torturas a las que fueron sometidos. ‘Peixoto’ me confesó que los torturadores introdujeron en uno de ellos un destornillador por un ojo. ‘Y cómo gritaba el tío’ me llegó a decir el cabrón. Según él, quien dio la orden de la desaparición fue Tomás Pérez Revilla”.

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