«Ser es defenderse», Ramiro de Maeztu
La Gaceta de la Iberosfera
Buscar
Cerrar este cuadro de búsqueda.
Este artículo se publicó en La Gaceta antes de convertirse en La Gaceta de la Iberosfera, no siendo entonces propiedad de Fundación Disenso.

Arturo y el principito

1 de octubre de 2014

Nazi es el insulto fatal, lo inasumible, la etiqueta del proscrito. Es la reductio ad hitlerum de la que hablaba Leo Strauss. El debate no lo gana quien desarrolla más argumentos, sino quien consigue que el adversario tenga que negar el haber colaborado con Vichy, entre otras cosas porque si no consigue desmentirlo lo afeitan y lo exhiben en una jaula. En el tema permanente de lo catalán también vuelan en las dos direcciones las acusaciones de criptofascismo. Para los separatistas España es poco más que la herencia de la legión cóndor, y han expoliado el archivo de Salamanca con falsas razones de hace casi un siglo, de aquellos años treinta que añoran tanto, cuando unieron sus delirios de independencia a la izquierda soviética y acabaron provocando una guerra. Que la perdieron, por cierto. En aquel tiempo a Saint-Exupery también le señalaron con el dedo. Le acusaban de ser el embajador oficioso de Petain sólo porque tampoco era un entusiasta de De Gaulle, y es que él había visto las consecuencias de una guerra civil cuando fue corresponsal en la España republicana, de la que escribió que allí se fusilaba con la misma naturalidad con la que se talaba un árbol. Hasta a su Principito lo han catalogado a veces como un libro fascista, por elitista, porque lo escribió el hijo de un vizconde que había sido criado en un castillo, en esa Francia clandestinamente patricia, que forma parte de la verdadera resistencia, la que ahora lleva meses en la calle contra el totalitarismo familiar de lo posmoderno.

 

Pero de todo esto el que de verdad sabe es Artur Mas, que estudió en el Liceo y es un amante de la poesía francesa. Antes de avanzar en su proyecto golpista, a veces se ponía tierno y hacía frases. Que nos dejen cuidar de nuestra rosadijo muy cursi en alguna ocasión, como si fuera el Principito, que el del libro también estaba obsesionado con cuidar de su flor. Es lógico que se sienta identificado, Artur es el heredero. Pujol había hundido Excalibur tan adentro en la roca que sus hijos consideraron que era más fácil convertirse en millonarios que sucederle. Y Arturo, que hasta entonces hablaba español como un tío de Valladolid -que en español había conocido y enamorado a su mujer, y en español había fundado su hogar- decidió un buen día aplicar la normalización lingüística en su casa y convertirse en Artur, el hereu. El principito que se desvela para cuidar la rosa. El resto, y lo que esté por venir, ya no hay manera de convertirlo en literatura infantil. Quisiera decir que la historia juzgará con dureza a quienes de nuevo alientan una ruptura social y fraticida, los que hablan de David y Goliath y están pensando más en Caín y Abel. Pero lo dudo, porque los que provocaron la última tragedia aparecen en los libros de texto como héroes. Creen que así, -reinventando el pasado a su real gana- compran las mejores opciones de futuro. Eso sí que es el triunfo de la voluntad. Y sólo por casualidad coincide con el lema del gran congreso del partido nacional-socialista alemán.

.
Fondo newsletter