«Ser es defenderse», Ramiro de Maeztu
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Este artículo se publicó en La Gaceta antes de convertirse en La Gaceta de la Iberosfera, no siendo entonces propiedad de Fundación Disenso.

Elena y los alabarderos

17 de abril de 2014

Fue un mes extraño aquel agosto madrileño en el que vino Benedicto. Por el día era un botellón permanente y atípico, porque se regaba sólo con agua y con sonrisas inesperadas, de esas que uno creía que sólo podían existir en las películas de Doris Day y Tony Randall. De noche eran vigilias castellanas, rosarios y el acompañar fervoroso y algo perplejo a los pasos más famosos de la Semana Santa española, figuras y cofrades que recorrían la calle Alcalá con la naturalidad de violeteras, como si hubiesen estado aquí toda la vida. A los peregrinos de aquella JMJ no les faltó de nada, ni siquiera su mijita de persecución y acoso, porque el entonces ministro Rubalcaba se mostró muy diligente en garantizar el derecho de expresión de nerones y dioclecianos, amparados en la masa y en la siempre lamentable ausencia de cristeros.

Aparte de ese flagelo improvisado, también hubo Via Crucis litúrgico, y doña Elena, la otra infanta, participó en él junto al Cristo de la Buena Muerte, el de los legionarios, igual que este jueves santo probablemente acompañará suyo, el de los alabarderos. Hay en esas fotos, sin pretenderlo, discursos enteros sobre historia, necesidad y futuro de la monarquía. También -aunque en otro sentido- cuando en su momento la descubrieron festejando entre la multitud y de incógnito el Mundial de fútbol. O en la imagen de ese traje taurófilo con el se presentó en nosequé acto institucional, en mitad del acoso ideológico a la Fiesta. A menudo se lo agradecen con sinceridad en Las Ventas. Y no sólo aplauden el nueve y el diez o el uno, también desde los tendidos de Sol. Si ni siquiera protesta el siete. No es anécdota. En España casi siempre han sido más soberanos las plazas de toros que el congreso de los diputados. Los tendidos tienen vocación de Estados Generales, y es en realidad nuestra forma auténtica de parlamentarismo.

Incluso ahora, en medio del huracán que sopla sobre la Corona -como aquel que se abatió contra Benedicto en la JMJ, y que aguantó abrazado al báculo- es muy probable que sólo la hija mayor de los reyes pueda acudir a las Ventas sin que se forme un escándalo. Quizá porque la simpatía que genera la infanta no está cimentada ni en lo campechano ni en lo populista, pilares que generan adhesiones muy veletas. En realidad es todo lo contrario. Elena, sin duda, ha heredado toda la majestad que quedaba en esa familia. 

Oscar Wilde tiene un cuento muy feo sobre una infanta española. Sin embargo escribió un diálogo magnífico sobre otra Helena, en su Dorian Grey: “-Yo estoy con los troyanos, luchaban por una mujer. -Fueron derrotados. -Hay cosas peores que la derrota.”

Y es muy cierto que las hay, por eso es preferible el destino de los fieles alabarderos.

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