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Este artículo se publicó en La Gaceta antes de convertirse en La Gaceta de la Iberosfera, no siendo entonces propiedad de Fundación Disenso.

Los jueces y el cachondeo

24 de abril de 2014

Elpidio quiere ser trending topic, porque la telebasura y las redes sociales hace tiempo que han equiparado las togas con el chándal, y el prestigio con la popularidad. Sucede parecido con las princesas del pueblo y las de palacio. Pero de las instituciones que nos salvan de la barbarie o la tiranía, la primera es la Justicia, y no tiene maldita la gracia que la moda atroz del garzoneo la liquide.

Los abogados y los gitanos -que son razas paralelas- coinciden también en su desconfianza hacia los tribunales, aunque cada uno tiene su estilo para expresarla. El calé lo suelta como un mal de ojo -pleitos tengas y los ganes-, y los asociados de despachos caros utilizan una liturgia más solemne. Te sientan en una interminable mesa de madera -de la que presumen diciendo que en Google Earth se puede encontrar la cicatriz que ha dejado en el Amazonas- y luego sentencian con voz grave, nacida en el nudo de una corbata de Hermès: es mejor un mal acuerdo que un buen juicio.

A los dos les creemos por instinto, como homenaje a Kafka y haciendo memoria de los últimos ministros de Justicia, que aquí lo ha sido hasta Belloch. Y al hacerlo nos unimos a la mayoría estadística que -desde que Guerra se ciscó en la tumba de Montesquieu– considera que en España uno de los grandes desastres es la administración de justicia. Un socialista ochentero explicaba el descontento con un argumento profundo: tengan en cuenta, decía, que a diario muchos ciudadanos pierden juicios. Pedazo de argumento progre. Con la misma solidez lógica afirman que el aborto no obliga a nadie a abortar, que es como decir que el derecho a tener esclavos no te obliga a comprarlos, ni a darles de latigazos.

Pero hasta el progresismo patrio, anclado en el 68, sería soportable con tribunales aseados. Con jueces. No hace falta el Salomón toledano de Zorrilla, que llamó a testificar al Cristo de la Vega y le hizo prestar juramento con su mano atravesada (un milagro literario antecedente del de Marcelino Pan y Vino). Ni siquiera es necesario que tengan la sabiduría popular de Sancho. Sólo que sean jueces, no aspirantes a Gran Hermano.

Pascual Sala, cuando su Tribunal legalizó la Eta electoral, decía que era un atentado cuestionar su independencia. Sin ánimo de ofender, sólo de describir, de verdad que el magistrado parecía una de esas meretrices de película del oeste, con mejillas inundadas de colorete para ocultar que hace mucho que perdieron la capacidad de ruborizarse. Por supuesto que no se cuestiona la honestidad de esas mujeres, del mismo modo que no hay dudas sobre la independencia del TC, porque hay una clara unanimidad en entender que no existe.

Elpidio ya ha sido trending topic. Francisco de Quevedo habría colaborado con este tuit: Mal juez fue, y está entre los bufones, pues por dar gusto no hizo justicia, y a los derechos que no hizo tuertos, los hizo bizcos.

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