«Ser es defenderse», Ramiro de Maeztu
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Este artículo se publicó en La Gaceta antes de convertirse en La Gaceta de la Iberosfera, no siendo entonces propiedad de Fundación Disenso.

Ave, Zinedine Zidane invictus

7 de noviembre de 2016

El sol desaparecía y se asomaba y yo me calaba ladeada mi boina negra de lana para disfrutar de los domingos al sol. Tan contenta, parafraseando a Zinedine. Dejándome acariciar por el sol de otoño que trajo algo de ‘Deshielo a mediodía’, como esa novela del Nobel Tomas Tranströmer. Eché mano de la disciplina Thomas Mann, que cuentan no solía dormir más allá de las 8 de la mañana. Mientras el graderío vibraba con las notas del himno y ¡altas en decibelios! el partido contaba con un contrincante demasiado serio, el que te obliga a salivar. Y no me refiero a los pepinos de Leganés. Eché mano, otra vez, de la disciplina de Thomas Mann que desayunaba dos veces, la variedad de quesos y el vermú no tenían nada que envidiar a una merienda en la plaza de toros de Murcia. Eso sí, hubo entradón y eso que el aficionado madridista no iba de válvula, como dicen los castizos en Las Ventas; vamos, que ‘de gratis total’ nada, como en el derbi de Shanghái que se jugaba a la misma hora en Nueva Condomina. Para esto hemos quedado, murcianos… El Leganés se presentó ante el Real Madrid como todos, con voracidad caníbal. Inexpertos, evidentemente, con acusados fallos que intentaban suplir con el deseo de ser. Si el Madrid, además, sigue desperezándose y con las legañas de las primeras partes aún pegadas, escasos de ideas, sin gracia y sin frescura, el rival se crece, claro. Los primeros treinta minutos del Madrid comienzan a ser una especie de grados de separación entre espectador y juego, mezcla de sueño, pesadilla, de diván de psicoanalista… peor que esos 7 grados que me separan a mí de ser un cañonazo como Beyoncé.

Como soy de natural optimista yo no perdía la mañana enteramente, el garbo de Zidane en la banda es lo suficientemente generoso como para suplir esos momentos ‘empanada’ del equipo. A ver, tristes, el Real Madrid lleva “mil y quinientas” obras, como decía Lope de Vega, de la mano de Zidane. Os traduzco, lleva invicto desde abril, líder en la Liga, máximo goleador y  tercer equipo menos goleado. Y sin Benzema, “aquel que huye del mundanal ruido”, que escribió Fray Luis. Pero hubo Morata; por lo tanto, sin llegar al clamor, hubo fragmentos de peloteo bueno (golazo) y los hubo también rayando con la tragedia. Morata es esa candidez del sin sentido in crescendo. Ni siquiera quiero saber si esa lentitud es deliberada, pero también lo llevaron frito a patadas. La primera parte iba camino de infumable a mortal y el estómago ruge, así que las croquetas de choco fueron un buen apoyo. Entonces, Bale tiró de repertorio, en los terrenos de sol puso en pie a la afición. La de sol, por descontado, siempre bullanguera, como la de los toros, se lo pasa en grande. Está claro, hacen falta los futbolistas buenos, y Bale fue el más pillo y hábil entre los buenos. Ronaldo sigue en su cruzada contra sí mismo y sus cabreos homéricos (os recuerdo, también, que Cristiano firmó un hat trick contra el Alavés) y ya es, al mismo tiempo, escenario y voz, a veces con un suspiro de impotencia, otras cargando el gesto… Y el árbitro, hombre de dios, vuelva del picnic y mida ese rasero. Para ver escenas trágico-cómicas como ese balón que primero, deportivamente, devolvió el Madrid y que, posteriormente, con esa falta sobre Bale (de nuevo) Mateu mandó a tomar viento el fair play con el pito brillando por su ausencia, prefiero irme al teatro. Y luego nos fríen los oídos fuera con ‘absurdeces’ tipo: “Las buenas maneras son especialmente necesarias en el caso de las personas corrientes; los guapos pueden permitirse el lujo de no tenerlas”, que dijo Evelyn Waugh. ¿A los árbitros no se les sanciona? Tremenda indignación corría por mis venas que entendí que unmatrimonio de anchoa y boquerón con pisto era lo único que aplacaría mi ira. Y bravo por el rendimiento de Kovacic. Y Nacho, reitero, en mi equipo siempre.

 El Atlético de Madrid sigue demostrando la obsesión por el buen oficio, pero parece abducido por el Marianismo “sí, pero no” o por el “sí, bueno, no” de Raúl. El pertinaz sirimiri derivó en aguacero monumental. Y jarreando concluyes que el Atlético está perdiendo esa magia, que le cuesta ser ese trozo de carne que te añade a la báscula el carnicero para dar el peso entre dos y estamos a un telediario de desembocar en otro bipartidismo, futboleramente hablando. Y eso que, climatológicamente, estábamos avisados; chaparrones traicioneros se avecinaban, pero la caída estrepitosa de los de Simeone en San Sebastián fue más aquello de Leonard Cohen y su ‘Old ideas’,“un manual para vivir con la derrota”. Un Simeone con inagotable presencia pero que, en la rueda de prensa posterior, parecía recién salido de la lavadora de la ropa sucia con el sabor de la derrota en los labios. A última hora de la noche, el Sevilla y el árbitro lograron que Luis Enrique, -que no le hace falta viajar a Nepal-, siga viviendo en un Nirvana permanente.

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