«Ser es defenderse», RAMIRO DE MAEZTU
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Este artículo se publicó en La Gaceta antes de convertirse en La Gaceta de la Iberosfera, no siendo entonces propiedad de Fundación Disenso.

Ramos de testarazos… como mandan los cánones

13 de marzo de 2017

De camino al Real Madrid-Betis creo que me crucé con Fernando Tejero, el portero de Aquí no hay quien viva. La tarde iba de porteros y yo sin saberlo aún. O era él o alguno de sus hermanos clavaditos al actor, José María o Antonio, que eran miembros de la cuadrilla de Enrique Ponce. Aquí no hay quien viva del huracán que se movió. Para colmo, un partido tan tarde provoca que llegues empalmando comida con cena.

Vamos, que no llegas ya en tu sano juicio. Di no a la última cerveza o acabo como Dorothy Parker: “Después del tercer Martini estoy debajo de la mesa, /después del cuarto debajo de mi anfitrión”. La preprimavera te lleva a despertar antiguas historias y, claro, terminas reconociendo que ya no somos como éramos. El sábado debutó Míchel, en Málaga. Y Sálvame Deluxe, en Telecinco. Para darle coherencia a este rompecabezas traigo aquella mítica frase de Míchel cuando era comentarista de TVE: “A este equipo el corazón no le miente”.

Míchel le puso corazón al debut malacitano, pero no pudo ser. Mientras, Sampaoli lucía tatuajes nuevos. Igual que a los futbolistas no les dejan salir con pendientes y demás abalorios, al resto del staff no les deberían dejar ponerse otra cosa salvo la equipación reglamentaria. ¿No son suficientes crestas y mechas? Y encima mal escritos, como uno de los que el entrenador sevillista luce en el brazo.

Esta semana hemos vivido un acontecimiento histórico a escala planetaria, con el FC Barcelona, al estilo exministra Leire Pajín. Lo explicaba Hemingway en su ‘teoría del iceberg’, en The Paris Review, “el témpano de hielo conserva siete octavas partes de su masa debajo del agua por cada parte que deja ver”.

Y claro, pasa lo que pasa, de las profundidades salen paridas como las de John Carlin que te estropean el relato: “La victoria del Barcelona contra el PSG ha despertado sentimientos similarmente cutres en un sector del madridismo. Saben que ese 6 a 1 vale más que ganar la propia Copa de Europa”. Este muchacho es el mismo que dijo en otro artículo, “somos la élite cosmopolita porque escribimos y leemos El País”. No hay más preguntas, Señoría. Ya avisó Scott Fitzgerald: “Action is character”, es decir, los personajes se describen a sí mismos por medio de sus actos.

Enhorabuena por la victoria, pero cuando se silencian detalles ¿insignificantes? como unos penaltis, la cosa no se sostiene. “La incredulitat inclosa dels jugadors”, apuntaba Jordi Puntí en El Periódico. En Can Barça están empezando a sufrir una especie de ‘síndrome de la Moncloa’: Cuando todos los que te rodean te dan la razón y, evidentemente, uno no siempre la tiene.

En el Real Madrid-Betis, escenas turbadoras. Inquietantes. En la previa, con los jugadores madridistas ya pisando el Bernabéu, una moza requería con insistencia a uno de los blancos. Hecho, selfie y firma. Conseguida la hazaña, entre saltitos subió las escaleras haciendo gestos de alegría agitando el móvil. Casi pierde el selfie. Al llegar a su asiento, cogió la cara de su acompañante y lo empotró con un beso. El resto, seguimos sin ver un partido tranquilos. Toda una tragicomedia coral.

El Madrid no conseguía más que pases sueltos en tandas intermitentes. La derrota del Barcelona exigía un compromiso a cara o cruz. Entonces Ramos, que se ha empeñado en que el Madrid siga llenando la vitrina de trofeos este año, se pasó la franela a la zurda y testarazo como mandan los cánones. Antes, Keylor nos pegó un zamarreón con doble mortal y pirueta metiéndose el gol en propia puerta. El corazón de los madridistas haciendo ¡boom! El escudo en mi camiseta sacudiéndose al ritmo de la taquicardia. Eso sí, en el último minuto nos salvó la vida. Y yo termino cada partido como si acabara de salir de la montaña rusa de Coney Island.

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