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Este artículo se publicó en La Gaceta antes de convertirse en La Gaceta de la Iberosfera, no siendo entonces propiedad de Fundación Disenso.

La ‘pelea’ entre Orbán y Macron marca la ‘cumbre de la solidaridad’ europea

Iba a ser la 'cumbre de la solidaridad', de cerrar filas frente a la 'espantada' británica. Decir que no les ha salido demasiado bien es quedarse corto. 

Los dioses de la Historia parecen tener un malicioso sentido del humor, y han querido que el Premio Princesa de Asturias de la Concordia otorgado a la Unión Europea haya coincidido aproximadamente en el tiempo con una cumbre del Consejo Europeo en la que ha reinado cualquier cosa menos la concordia, y con el inicio de unas negociaciones sobre el 'Brexit' a cara de perro.

Iba a ser la 'cumbre de la solidaridad', de cerrar filas frente a la 'espantada' británica para demostrar al mundo y a los europeos que el proyecto sigue adelante imperturbable y en medio de una fraternal armonía. Decir que no les ha salido demasiado bien es quedarse corto.

La disputa más sonada la han protagonizado Hungría y Francia o, para ser más precisos, Viktor Orbán y Emmanuel Macron. 

El primer cañonazo, previo a la propia cumbre, partió del antiguo banquero y ministro de Economía socialista, hoy presidente de Francia y de ideología confusa y difusa, quien declaró que «los países europeos que no respeten las normas deben pagar las consecuencias políticas plenas», mirando indisimuladamente a los rebeldes de Visegrado -Hungría, Polonia, Chequia y Eslovaquia-, que se niegan a pagar la 'broma' de Angela Merkel dando entrada en su país a la 'cuota' decidida por Bruselas de los inmigrantes procedentes de Oriente Medio y el Norte de África irresponsablemente invitados en su día por la canciller.

El primero en responderle fue el ministro polaco de Exteriores, Witold Waszczykowski: «Espero que el presidente Macron (…) explique sus palabras a polacos, húngaros y a los nacionales de otros países de Europa Central”.

Pero Orbán ya es veterano en estas lides, lleva años recibiendo palos de sus socios y no está para comentarios excesivamente diplomáticos. Empezó, para abrir boca, achacando la salida de tono del francés a su bisoñez en el panorama comunitario. «Ya se irá haciendo a cómo funcionan aquí las cosas», ironizó, añadiendo que la cumbre «no ha tenido un comienzo demasiado prometedor».

Puede decirse que ha estado suave, teniendo en cuenta la ofensiva verbal de Macron previa a la cumbre. Acusó a los de Visegrado de «volver la espalda a Europa» al negarse a acoger los 'refugiados' que 'les toca', añadiendo que han demostrado «una visión cínica de la unión que solo serviría para proporcionarles crédito sin necesidad de respetar sus valores». Valores que parecen ser, esencialmente, anegar el Continente con una población cuyos valores están a años luz de los europeos. Todo muy diplomático.

«Europa no es un supermercado», añadió el francés, aunque uno es lo bastante viejo para recordar cuando el proyecto pretendía ser exactamente eso. «Europa es un destino común. Se debilita cuando permite que se rechacen sus principios». 

Pero el húngaro no se deja intimidar, y no se ha cortado a la hora de afirmar que «nunca» habrá consenso sobre inmigración en el seno de la UE. Remachó la idea y la amplió asegurando que, pese a las proclamas, los países de Europa Occidental están intentando «deshacerse de los inmigrantes que dejaron entrar sin ninguna justificación» por el sencillo procedimiento de enviarlos a Europa del Este.

“Hungría está situada en la frontera exterior de Europa», había recordado en Radio Kossuth en abril. «Así que si se ponen en peligro las fronteras de Hungría, se ponen en peligro las fronteras de Europa. Hungría está defendiendo las fronteras de Europa al defender las propias».

Además, «si no estuviéramos defendiendo las fronteras de Europa, austriacos y alemanes tendrían un serio problema», porque los inmigrantes no tienen Hungría o cualquier otro de los países del antiguo Bloque Oriental como su destino de elección, sino las grandes y generosas economías occidentales.

Por lo demás, la base 'moral' y jurídica de la posición europea sería que se trata de refugiados políticos, protegidos por la legislación internacional. Solo que los propios eurócratas reconocen ya que no es ese el caso.

La abrumadora mayoría de los recién llegados de África a Italia, que son hoy el grueso, no son legítimos refugiados o solicitantes de asilo, sino inmigrantes ilegales, ha reconocido, entre otros, el propio presidente del Consejo, Donald Tusk.

Tusk envió la semana pasada a varios jefes de Estado del club europeo para informarles de que, solo en el último año, la inmigración ilegal en Italia ha aumentado un 26% respecto al año anterior. Tusk añadía que la actual política comunitaria «no bastaba» y que había que controlar la ruta mediterránea, proponiendo que la UE colabore con la guardia costera libia.

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