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Este artículo se publicó en La Gaceta antes de convertirse en La Gaceta de la Iberosfera, no siendo entonces propiedad de Fundación Disenso.

Es mejor que los borbones no juren

13 de diciembre de 2016

El 17 de noviembre de 2016 fue noticia el discurso de Felipe VI en las Cortes abriendo la legislatura. Un discurso de circunstancias convertido en espectáculo por la extrema izquierda y los nacionalistas antiespañoles, con exhibiciones republicanas de bastante mal gusto en general. Pero no es novedad, ni es escandaloso. Quizá sí sea noticia la mala de educación, especialmente por parte de… los educados gracias a las leyes del mismo sistema que ha hecho posible una reina Letizia Ortiz. Porque es una evolución bastante lógica del sistema político inaugurado por el anterior rey en la misma aula en diciembre de 1978. Lo que pasa es que allí han pasado muchas cosas, algunas de las cuales retratan bastante bien a los Borbones de hoy y de ayer.


El día de Santa Cecilia de 1975, 22 de noviembre, Francisco Franco estaba apenas muerto y enterrado -enterrado en el monasterio del Valle de los Caídos por su heredero político- y su sucesor tomó posesión de la Jefatura del Estado. Importa recordar que la legitimidad jurídica, no sólo la histórica, llega a este Estado desde su refundación franquista. E importa recordar, para que no se olviden, cuáles fueron los primeros pasos del retoño de la Casa de Borbón -no el ‘mayor’, pero sí el ‘elegido’- al frente de España.

 

Aquel día 22, memorable sin duda, Juan Carlos I de Borbón fue proclamado rey ante las Cortes, las mismas que lo habían visto elegir sucesor por el anterior Jefe del Estado. De hecho, sus primeros pasos esos días fueron inequívocos: él juró fidelidad a los principios e instituciones que heredó, él presidió la inhumación de Franco, él lo nombró a perpetuidad capitán general de los tres Ejércitos, él creó el ducado de Franco. Todo esto hace muy difícil la relación de la dinastía con la que PSOE y PP -sin dudas ni matices en el PP- llaman ‘memoria histórica’.

 

Pero lo que hace insoportable el contenido de aquel juramento, del que proviene todo lo que Felipe VI pueda hoy tener o representar, es lo que su padre dijo y la historia –no memoria subjetiva recuerda. “Como Rey de España, título que me confieren la tradición histórica, las Leyes Fundamentales del reino y el mandato legítimo de los españoles, me honro en dirigiros el primer mensaje de la Corona, que brota de lo más profundo de mi corazón”. Y así empezó; rey porque Franco lo había querido, rey conforme las leyes de Franco y rey tras jurarlas dos veces delante de su familia. Incluido el hoy Felipe VI.

 

“Una figura excepcional entra en la Historia. El nombre de Francisco Francoserá ya un jalón del acontecer español y un hito al que será imposible dejar de referirse para entender la clave de nuestra vida política contemporánea. Con respeto y gratitud quiero recordar la figura de quien durante tantos años asumió la pesada responsabilidad de conducir la gobernación del Estado. Su recuerdo constituirá para mí una exigencia de comportamiento y de lealtad para con las funciones que asumo al servicio de la Patria. Es de pueblos grandes y nobles el saber recordar a quienes dedicaron su vida al servicio de un ideal. España nunca podrá olvidar a quien, como soldado y estadista, ha consagrado toda la existencia a su servicio”. No hace falta decir más. Pero sí recordar.

 

Un año después, las mismas Cortes aprobaron el 18 de noviembre de 1976la Ley para la Reforma Política que las Cortes. El 15 de diciembre se cumplen 40 años del fin político del franquismo; pero no fin jurídico, puesto que son sus instituciones y no otras las que sirven aún hoy de base a la única convivencia posible; y no fin humano, porque los mismos que se deshacían adulando a la familia Franco y a sus herederos han protagonizado todo esto. Eso sí, ¿dónde quedó la “exigencia de comportamiento y de lealtad”?

 

“El Rey es el primer español obligado a cumplir con su deber y con estos propósitos. En este momento decisivo de mi vida afirmo solemnemente que todo mi tiempo y todas las acciones de mi voluntad estarán dirigidos a cumplir con mi deber”. Era verdad que debía ser así; pero no fue después cierto.

 

“La Patria es una empresa colectiva que a todos compete; su fortaleza y su grandeza deben de apoyarse, por ello, en la voluntad manifiesta de cuantos la integramos. Pero las naciones más grandes y prósperas, donde el orden, la libertad y la justicia han resplandecido mejor, son aquellas que más profundamente han sabido respetar su propia Historia”. Pues bien, ha sido el anterior rey y su Casa los que más han hecho estas décadas para alejar España de su identidad histórica, en nombre de vaporosos intereses de política a corto plazo. Y a ellos se debe justamente que en las Cortes se pueda insultar al Jefe del Estado, que se pueda negar la existencia de España o que se aplauda el crimen y el delito. No es hora de lamentarlo, sino de saber por qué y por quién sucede.

 

“Es de pueblos grandes y nobles el saber recordar a quienes dedicaron su vida al servicio de un ideal”. Podemos discutir si Franco fue o no y en qué grado o con qué acierto uno de esos hombres. Pero es difícil pensar, desde cualquier punto de vista, que Juan Carlos I lo haya sido. Y mucho menos que la relación entre la familia reinante, los juramentos, la lealtad y la honestidad haya sido nunca fácil. Por eso Felipe VI tiene mucho que agradecer a los batasunos, a Podemos y a toda la recua de republicanos: sólo gracias a ellos y a nefasta memoria de las repúblicas de los siglos XIX y XX tiene entre nosotros la monarquía alguna posibilidad de sobrevivir. No por méritos propios sino por deméritos ajenos, sólo gracias a que no hay un Goya vivo para retratar sin piedad todas sus miserias, y sólo convirtiéndose en algo muy distinto de esto que vemos. Si quieren, y si se atreven.

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