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Este artículo se publicó en La Gaceta antes de convertirse en La Gaceta de la Iberosfera, no siendo entonces propiedad de Fundación Disenso.

¿Occidente, Europa, UE? ¿Es lo mismo?

15 de febrero de 2017

En medio de terremotos, tanto sísmicos como políticos y culturales, el medievalista florentino Franco Cardini, que durante muchas décadas ha sido el investigador y el animador más sugerente de la derecha europea (perdón por lo de derecha) y de la Universidad italiana, ha sido provocador sobre lo que estamos viviendo y vamos a vivir en 2017. (http://www.barbadillo.it/62680-focus-di-f-cardini-se-leuropa-occidente-si-interroga-sul-tramonto-della-civilta/)

 

Hablando del ensayo Décadence, de Michel Onfrey, ha comentado su aparición en Francia, modestamente escandalosa, y su no traducción aún en Italia (ni en España, añadamos). Hay de todos modos “otros ensayos de autores ilustres dedicados a temas similares”. Todo se está acumulando: las incertidumbres ligadas al “nuevo rumbo” iniciado por el presidente Trump, la semi-guerra que después del Brexit el Gobierno británico ha declarado a Europa, amenazando incluso con convertir la isla de Albión en un paraíso fiscal, las polémicas desatadas en torno a la cumbre de Davos a propósito de la enorme concentración mundial de riqueza en manos de unas pocas decenas de individuos, todo ello ha roto el velo de lo que quedaba de inconsciencia en muchos de “nosotros”, el velo de la complicidad político-mediática que nos impedía reconocerlo del todo: estamos al borde del abismo, a un paso del precipicio.

 

Quién sabe si los últimos terremotos en Italia no han parecido a muchos un anticipo, si no han provocado por analogía un cierto tipo de pánico extendido sobre nuestro futuro. Por lo menos el nuestro, “europeos”, “occidentales”. ¿Pero qué significan esas dos palabras? ¿Hablamos de sinónimos o de cualidades diferentes?

 

Cree el profesor Cardini que dos libros recientes pueden ayudarnos a responder a la pregunta, en estos tiempos de cambios históricos y políticos en medio de los que necesitamos un hilo de Ariadna para no perdernos en el laberinto. Paolo Prodi, recientemente fallecido, y Massimo Cacciari nos presentan un Occidente sin utopías, en un libro publicado por Il Mulino como suma de dos ensayos: ‘Profecía, utopía, democracia’, de Prodi, y ‘Grandeza y puesta de sol’, de Cacciari. Luciano Canfora, en cambio, en La esclavitud del capital, lanza un rayo de luz limpia, hiriente y sin piedad sobre lo queGabriel García Márquez llamaba en 1991 “el fundamentalismo democrático”, la idea dominante en el mundo euro-atlántico tras el fin de los fascismos y durante el enfrentamiento con el Este comunista de que “la democracia parlamentaria tal y como se ha venido configurando en el mundo euro-atlántico no sólo es característica de ese mundo sino que además es la única buena forma de gobierno, o, en suma, la mejor”. Pero si, tras las ilusiones de la agresión a Irak en 2003 -cuando con ligereza idiota se hablaba de “exportación de la democracia”- se duda que se pueda exportar fuera de Occidente, ¿qué se quiere decir? ¿Que la democracia, por definición un sistema “perfecto” o en todo caso mejor, no es adaptable a pueblos de un modo u otro “inferiores”? ¿O en cambio que puede haber habido en el pasado y haber aún hoy alternativas a ella, que nos toca ir a descubrirlas olvidando al fin nuestras pretensiones de superioridad (una superioridad, entre otras cosas, contradictoriamente “democrática”), y reconociendo que existen valores también en las experiencias de los demás?

 

El libro de Canfora está encabezado por una frase que lo corona: “En el escenario del mundo conviven dos utopías distintas, muy distantes las dos entre sí pero las dos en dificultades: la utopía de la hermandad y la utopía del egoísmo”. La reflexión sobre la utopía parece pues el eje que une a los dos libros y a los tres autores [no traducidos tampoco en España]. El viejo Joseph de Maistre habría señalado que las dos utopías son en realidad hermanas, hijas las dos del materialismo moderno que las ha generado. Pero en la base de la utopía de la hermandad está de todos modos el recuerdo desacralizado de la fe cristiana, está la sombre del hambre y la sed de justicia de la que hablan las Bienaventuranzas. En la base de la utopía del egoísmo está la desolación de la auri sacra fames, el materialismo ni “científico” ni “dialéctico” sino vulgar y glotón del tener por tener, del poseer por poseer, la ceguera de un mundo que cada vez más ha tratado un medio -la riqueza- como si fuese un fin.

 

Y con estos mimbres tenemos nosotros no sólo que definir los límites entre esas dos utopías, sino sus alternativas, y en medio de esa lucha saber quiénes somos “nosotros”, si los “occidentales” empachados y aterrorizados ante el abismo, si los europeos ya sin una respuesta propia, o qué. Incluso si desaparece la UE o si cambia en todo menos en el nombre, y todas las seguridades que quedan se eclipsan.

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