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Este artículo se publicó en La Gaceta antes de convertirse en La Gaceta de la Iberosfera, no siendo entonces propiedad de Fundación Disenso.

El realismo fantástico, la literatura para cambiar la realidad

26 de octubre de 2016

Es noticia, y noticia triste, que publicar libros sea mal negocio, cada vez peor, y aún peor en España pese a nuestro teórico mercado de cientos de millones de lectores. Un 95% de editoriales pequeñas o muy pequeñas en un mercado controlado por los grandes y sus intereses, amén de su potencia. Pero en ese paisaje desolador hay mucho espacio para la esperanza: al margen de los debates de Arturo Pérez Reverte con los académicos más rancios y menos taquilleros, es verdad que si un género o un libro conectan con los posibles lectores (incluso si son jóvenes de la LOGSE), se venden. Y el realismo fantástico, con variantes tan dispares como la Historia alternativa, la Política ficción, la ciencia ficción o la ficción histórica, venden. 

Un precursor de esa huida de los géneros que el realismo decimonónico definió como “ortodoxos” (la novela o novelón a su cabeza) fue el francésMarcel Aymé (1902-1967). Un hombre que conviene recordar para entender dónde puede o no puede ir nuestra literatura. 

Ante todo, un anticonformista: amigo de Louis-Ferdinand Céline y de RobertBrasillach, Aymé no se conformó tampoco con los caminos al uso, aunque con su capacidad como escritor pudo irle mucho mejor en dinero y en fama. No le importó: no renegó de sus amigos, no aceptó entrar en la Academia de Francia aunque fue elegido para ello, y no se ciñó a los géneros ya establecidos. Fue, en suma, un luchador, un soñador y el gran padre de lo que hoy llamamos realismo fantástico. En sus cuentos, relatos y novelas se sirvió de la fantasía para ser al mismo tiempo inteligentemente despiadado en la sátira política contra los poderosos de su tiempo, contra la hipocresía burguesa, contra el consumismo desbocado y el materialismo de un lado y de otro.

Es notable que Marcel Aymé haya sido tan poco traducido en España, pero basta para conocerlo ‘El novelista Martín’ que sorprendentemente publicó la Universidad de Cádiz en 2013 -y que por ello sigue fuera del circuito habitual de las librerías. En esas páginas nos encontramos a la vez lo mejor de la tradición literaria francesa y lo más atrevido de la literatura con futuro hoy y mañana.

Imaginemos un parlamento que estableciese por Ley que el año ha de tener 24 años – ¿democracia? O un Parlamento que decidiese suprimir a los sujetos improductivos o molestos – ¿ficción o predicción? O un novelista que no consiguiese dominar a sus propios personajes, y que éstos entrasen y saliesen del relato a su gusto ¿delirio? Aymé escribe sobre problemas reales de su tiempo y del nuestro, pero recurre a la fantapolítica, es decir a un recurso literario, cómico, agridulce, que le permite expresar opiniones políticamente incorrectas desde el escudo de la fantasía y con el respaldo deun público cansado de la realidad pero lector de ficción.

Aymé, hijo de la Francia interior y no precisamente de una familia sin problemas, durante la Primera Guerra Mundial era estudiante de bachillerato. Fue víctima de la gripe española de 1918 y cumplió su servicio militar después, en las fuerzas francesas de ocupación en Alemania. Un hombre, pues, del siglo XX. Abandonados los estudios, sin una orientación profesional clara, decidió escribir, o mejor dicho seguir haciéndolo: algo que tantos alumnos de hoy en día dejan de hacer, sometidos a la presión de la moda y la sociedad. No Aymé.

Fue escritor profesional en los años 20 y 30, pero no rompió del todo la barrera del éxito, de los grandes premios y de las grandes editoriales. Quizá la rigidez del modelo francés, el modelo novelístico sólido para la ficción, no era para él. Pero en 1933 triunfó como guionista de cine (en La Rue sans nom de Pierre Chenal) y como como autor de La Jument Verte. El nuevo medio le fue favorable y supo sintonizar con el público, sin por ello renunciar a sus propias ideas y sueños. Fue, antes de 1939, un literato conocido en su país, original pero, quizá precisamente por su independencia de criterio, no en la primera fila de los reconocimientos oficiales. 

Ante el dolor, el desencanto y la confusión de la derrota de 1940, Aymé no dejó de escribir. Siguió siendo guionista de cine, fuera de los focos, y sobre todo fue escritor incansable de cuentos y relatos de ficción. Usó su innumerable lista de novelas breves para describir, más con la imaginación que con la descripción directa, la sociedad francesa de su tiempo y sus sueños para ella. Nadie ha podido negarle calidad en la escritura ni popularidad al ser leído, ni la sintonía con el siglo XX: sus personajes sueñan y viven en sueños, chocan con el azar, con lo fantástico y con la oposición de los que, materialistas, niegan la fantasía. Para él no había imposibles, y se sirvió de ello en su obra.

Si hubiese sido de izquierdas sería hoy uno de los grandes literatos del siglo XX, y se le reconocería ese rol genial en el análisis social, en un tiempo de crisis y en el desarrollo fantástico. Pero no lo fue. Antes de la guerra escribió ocasionalmente en Je suis Partout, donde colaboró aún más en los años de la ocupación alemana, en 1945 estuvo entre los que intentaron salvar la vida de Robert Brasillach (lo que Charles De Gaulle no concedió), trató de apoyar y rehabilitar a su amigo Céline y escribió una novela, también fantástica, hirientemente crítica con la Liberación y la represión del colaboracionismo, Uranus. En la postguerra, hasta su muerte en 1967, fue más bien un conocido autor de teatro, sin todo el prestigio y reconocimiento que habría tenido en otro caso.

Gracias a Marcel Aymé, junto a otros, la novela y la narración dejan de estar atadas a la realidad y su descripción. Pueden volar en la imaginación, en la fantasía, sin que sea un cuento de niños. Puede a veces incluso parecerlo, pero ya no es tanto huir de la realidad como un camino para cambiarla. Es frío y preciso a veces, y a la vez tan dolorido como incisivo. Si alguien quiere imaginar su entorno vital y personal quizá la mejor película sea… Los Chicos del Coro. No por casualidad.

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