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Este artículo se publicó en La Gaceta antes de convertirse en La Gaceta de la Iberosfera, no siendo entonces propiedad de Fundación Disenso.

¿La UE es como la URSS, un imperio agonizante?

28 de diciembre de 2016

Hace 25 años Mijail Gorbachov destruyó un imperio. No sólo liquidó la URSS como poder mundial alternativo al occidental, sino que primero permitió la dispersión de sus países vasallos y aliados (no siempre pacífica) y dio pie después a la descomposición de la misma Unión Soviética. Fue muy fácil ver la parte positiva de aquel gigantesco cambio, entre 1988 –la retirada de Afganistán- y 1991 –el fin de la URSS y su compleja sucesión: era el comunismo el que, creíamos, perdía la Guerra Fría y desaparecía de nuestras pesadillas. La bandera roja que se arriaba en el Kremlin había ido asociada a mucho sufrimiento y a muchos millones de muertes. 

“Nadie ignoraba entonces que se trataba de la disolución de un Estado genocida, fundado sobre un proyecto tan imposible como sangriento de construcción del socialismo y de destrucción de todo lo que no se sometiese a éste. Y de hecho sólo un Estado inspirado en la URSS (la China de Mao) ha matado a más de sus ciudadanos en números absolutos y sólo otro de base igualmente marxista (la Camboya de Pol Pot) la ha superado en números relativos de muertos, deportados y torturados. ¿Una buena noticia? Sí, sin duda. Pero es hora más que sobrada de reflexionar y de leer sobre qué fue y qué quiso ser la URSS, sobre cómo cayó y qué dejó de legado. Más aún a la luz de lo que estamos viendo suceder ahora”.

Pero era mucho más que un sistema político, social y cultural que desaparecía. Era, además, todo un bloque geopolítico que dejaba de importar y pasaba a ser coto de caza de otros o, como mucho, conglomerado de pequeñas y respetuosas potencias sin capacidad de decidir. A la vez que el comunismo perdía (sin desaparecer, tanto por su persistencia ideológica en la batalla de los valores como por la supervivencia de comunismos excéntricos como el cubano, el coreano, el vietnamita o, ante todo, el chino) perdía el viejo imperio ruso-soviético. Al menos de momento. 

Una cosa llevó a la otra. El fracaso económico y sobre todo el fracaso de proyección del comunismo ruso llevó a aquella derrota; y esa derrota se plasmó en un retroceso imperial. Que no era lo mismo, porque uno puede ser enemigo del comunismo sin serlo de una Rusia libre, pero que en  aquel momento lo pareció. Y es que cuando un Imperio asocia su suerte a la de una ideología corre el riesgo de caer cuando tal doctrina tropiece. De esa muerte murió la URSS; de esa vida se arriesga a renacer un espacio imperial sunnita; de esa duda se arriesga a no terminar de nacer un imperio ¿chino o neo-marxista?; y desde luego en esa encrucijada está Occidente, tanto en la vertiente americana cono en la polvareda europea.

 

La Unión Soviética era la “cárcel de los pueblos”. Y lo era de verdad, porque 15 Repúblicas Socialistas y cientos de entidades reconocidas formaban un enorme despliegue de variedad que todos suponíamos unida por el puño de hierro de Moscú. La prueba –a contrario- viene dada por lo que pasó hace un cuarto de siglo: cuando Moscú, por voluntad culpable deGorbachov, aflojó su puño, no sólo retrocedió el mundo comunista sino que a la vez se descompuso el imperio ruso. Dejaron de creer en lo que durante 75 años había dado sentido a su poder; y no han vuelto a ser un poder mundial hasta reencontrarse con otra doctrina que diese contenido a razón a su poderío, y diese a pueblos y gentes distintas razón para vivir juntos. Un imperio.

En el espacio musulmán, con mil problemas, faltan muchos elementos para construir un imperio. Pero tienen una razón para unir a millones al hacerlo, que es, sencillamente, el grito que todo lo legitima, Allah akbhar. Desde luego es incompensible para occidentales economicistas, hedonistas y en todo caso materialistas, que se pueda pensar en dimensiones imperiales y que se puede hacer con un sentido religioso. Pero se puede, por supuesto que se puede. Nuestros mayores lo hicieron, y seremos ciegos si no vemos que se puede hacer, y que se puede hacer pasando por encima de nosotros. 

Mientras que vemos apuntar una posibilidad imperial china (basada en la cantidad) y una musulmana (basada en la fe), la realidad  imperial deEstados Unidos busca su propio camino, y Rusia quizá lo reencuentra, con la única seguridad de no encontrarlo ya en las decisiones de 1945. Y dejando a Europa, a la Europa de la Unión Europea para ser exactos, huérfana tras unas décadas de cómoda subordinación y de opulenta dependencia sin responsabilidades imperiales reales. Sólo un político europeo del siglo XXI puede  pretender hacer geopolítica a partir del “bienestar”. Se reprocha a los rebeldes contra la inercia y contra la continuidad hacia el abismo que rompen casi un siglo de tabúes, como lo hacen en Francia la Le Pen, en AustriaHofer y en la Gran Bretaña del Brexit el polémico Farage. Pero ahí está la UE: o encuentra un camino, con el nombre que sea, que dé a todos un sentido y dé una razón para la vida y la lucha en común, o en vez de imperio europeo tendremos una Europa dispersa, de pequeños países impotentes y sometidos a los verdaderos imperios. Nuestra elección de hoy es la misma que Rusia ya afrontó. ¿Queremos un Putin o un Gorbachov?

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