«Ser es defenderse», Ramiro de Maeztu
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Este artículo se publicó en La Gaceta antes de convertirse en La Gaceta de la Iberosfera, no siendo entonces propiedad de Fundación Disenso.

Liberalismo pasado de rosca

Ningún economista fue capaz de prever la magnitud de la crisis que se nos venía encima. Ninguno. Una vez desatada, eso sí, todos elaboraron sesudos análisis y diagnosticaron las causas en centenares de libros. A cojón visto, macho seguro. 

Hoy hay más libros explicando la crisis que manuales de autoayuda. Y como recompensa a sus impagables pronósticos, hemos convertido a los economistas en las nuevas rockstars televisivas. De plató en plató pizarra en ristre. Se trata, por lo general, de economistas adscritos a la llamada corriente liberal. 

De un tiempo a esta parte, no se sabe muy bien por qué razón, parece que la derecha española ha de ser necesariamente liberal, esto es, ha de ser lo que nunca ha sido. Liberal en sentido amplio, toda vez que se trata de un corriente de pensamiento que responde a una forma de entender el mundo. No sólo en lo económico. El liberalismo, de aplicarse strictu sensu, ha de permitir el comercio de drogas o armas. Y la prostitución. Y el suicidio (acto íntimo e individual). Y tiene verdaderos problemas para ofrecer una doctrina coherente en asuntos como la inmigración o el aborto. 

El liberalismo, en fin, es la sublimación de la libertad individual. El individuo por encima de todo colectivo, y por supuesto del Estado. Los vínculos históricos tejidos por cualquier sociedad humana han de permanecer en un discreto segundo plano. Por eso no debería resultar extraño que desde el liberalismo ortodoxo se considere la secesión un derecho. Lo explica clarito Juan Ramón Rallo en suúltimo artículo: “la separación de un individuo o de un subgrupo de individuos del Estado no debe estar prohibida ni funcional ni geográficamente”. Por si quedan dudas: “la desasociación (sic) del grupo cobra sentido y razonabilidad si mis preferencias devienen irreconciliables con las de los demás”. Pura coherencia; nada que objetar. El liberalismo también es esto, no sólo que le bajen a uno los impuestos. Es entonces cuando aparece el listo: Oiga, yo es que soy liberal, pero sólo en lo económico. Claro. Como mi amigo Juanjo, más español que Don Pelayo y culé a poca honra: Soy del Barça, pero sólo en lo deportivo. Juanjo, el Barça es mucho más que un equipo de fútbol (y el Madrid, el Atleti y hasta el último equipo de Regional). Y España mucho más que un Estado. 

Al liberalismo le debemos la victoria sobre el Antiguo Régimen en el XIX y sobre el nazismo y el bolchevismo en el XX. Le debemos la desaparición de los aranceles y la construcción europea. Le debemos, en definitiva, gran parte de la libertad que hoy disfrutamos. Al liberalismo, no al anarcoliberalismo, no al liberalismo libertario, conceptos anglosajones alejados de la tradición gaditana. Una tradición que jamás renunció, ni siquiera en los momentos más duros, a los valores que trascendían lo material. Así respondía un tal Jovellanos a la propuesta del, liberal como él, Horace Sebastiani, en plena Guerra de la Independencia: 

 “Señor General: Yo no sigo un partido; sigo la santa y justa causa que sigue mi Patria, (…) lidiamos por los preciosos derechos de nuestro Rey, nuestra Religión, nuestra Constitución y nuestra Independencia. (…) yo estaré muy dispuesto a respetar los humanos y filosóficos principios que, según nos decís, profesa vuestro rey José, cuando vea que, ausentándose de nuestro territorio, reconozca que una nación, cuya desolación se hace actualmente a su nombre por vuestros soldados, no es el teatro más propio para desplegarlos”.

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