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Este artículo se publicó en La Gaceta antes de convertirse en La Gaceta de la Iberosfera, no siendo entonces propiedad de Fundación Disenso.

Podemos, plataforma electoral del separatismo

Ahora sabemos que al líder de Podemos el himno de su país le parece una “cutre pachanga fachosa”, y la bandera un trapo “monárquico y postfranquista”. Sabemos, por una grabación de finales de 2013, que Pablo Iglesias no puede siquiera “pronunciar” el nombre de “España”. Y que le «revienta» el nacionalismo español «mucho más que el vasco o el catalán”.

Lejos han quedado aquellos día de diciembre de 2014 en los que apelaba hasta en seis ocasiones a la “patria” en un multitudinario discurso de Sol. Reivindicaba incluso el Dos de Mayo, una de los grandes mitos patrióticos españoles y, desde luego, el preferido, casi el único, de la izquierda. Y lejos quedan los días en los que Errejón advertía de que hablarían “con la misma voz, tono y propuestas en todos los territorios». Más aún: trabajarían para acabar con la «dinámica casi cantonalista y de regionalización extrema» que, decían, padece el actual régimen autonómico. 

Parecían renunciar al voto nacionalista, tan numeroso en regiones como Cataluña o el País Vasco, y proponían incluso normalizar los símbolos nacionales –rojigualda incluida- en sus apariciones públicas. En definitiva, Podemos iba camino de revolucionar el panorama político, asumiendo, por vez primera desde la II República, un discurso patriótico español desde la izquierda, si bien de corte hispanoamericano. 

Pero existe una característica particular y poderosísima de la actual izquierda española con respecto a las izquierdas de otros países: el rechazo a su propia nación. Y tal rechazo acabó por imponerse. Después de algunos meses lidiando con las tendencias centrífugas de algunos círculos regionales y de coqueteos con el nacionalismo periférico, el partido armó un discurso definitivo que renunció al Dos de Mayo para echarse en brazos de nacionalistas de todo pelaje y condición. Allí donde existían movimientos fragmentarios de cierta envergadura, allí estuvo Podemos. Se asociaron con ellos y asumieron sus postulados. En Cataluña y el País Vasco, pero también en Galicia y el “País Valenciano”. 

De ‘patria’ a ‘país de naciones’ en seis meses

Según Enric Martínez, profesor de Ciencias Políticas y Sociología y antiguo miembro de Podemos, contrario a las tesis nacionalistas y por ello purgado por el aparato, el viraje filo-nacionalista en el discurso del partido se debe a una doble causa. La primera tiene que ver con el “dogmatismo” de la actual dirección: “comulgan con tópicos sin una base intelectual solvente según los cuales habría que proteger a unas nacionalidades supuestamente oprimidas. Pero es justo al revés: los catalanohablantes, por poner un caso, suelen disfrutar de mejor posición social que los castellanohablantes”. 

La segunda causa que ha llevado a los de Iglesias a asumir gran parte del corpus ideológico nacionalista tiene que ver, según Martínez, con el oportunismo táctico. El fracaso organizativo en la mayor parte de las regiones ha empujado a Podemos a incorporar partidos y organizaciones que ya existían: “En Cataluña ha sido un verdadero desastre, apenas hay estructura. Las purgas y favoritismos debilitaron mucho el partido. Tu futuro dependía de tus conexiones personales con el ‘Clan de Somosaguas’ o de pertenecer a la organización independentista Procés Constituent, instalada en el seno de la organización en Cataluña con el beneplácito de la dirección nacional”. Las purgas y maniobras para colocar a los afines se produjeron en todos lo territorios, así, como “apenas quedaba militancia, la dirección optó por juntarse con partidos como ICV, Compromís y Anova que sí disponían de una organización de afiliados y cuadros consolidada, además de espacios electorales gratuitos en las televisiones y radios públicas”.  

De modo que, “si bien al principio renegaban de lo que llamaban ‘sopas de siglas’, llegó un momento en que consideraron que asociarse con partidos ya existentes y perfectamente consolidados, era la única forma de ganar terreno rápidamente en aquellos territorios. Y esos partidos han sido, la mayoría de las veces, partidos soberanistas como ICV, Compromís y Anova”. Son partidos, además, postmaterialistas, esto es: “ya no les importa tanto la redistribución económica, reivindicación histórica de la izquierda, porque el grueso de sus afiliados y votantes son de clase media con sus necesidades materiales cubiertas”.  

Las amistades peligrosas

«Puto ejército español y puta España«. En tales términos se expresaba Rafael Peña Vidal, concejal del Ayuntamiento de Santiago de Compostela y miembro de Compostela Aberta, una de las marcas blancas de Podemos en Galicia. Más: el cabeza de lista de la Marea por La Coruña, Antonio Gómez-Reino Varela, firmó un manifiesto en el que se apoyaba de manera explícita al asesino etarra Iñaki De Juana Chaos. 

Los socios de Podemos en Galicia, Anova, son, no ya partidarios del derecho de autodeterminación sino abiertamente separatistas. Su líder es el histriónico Xosé Manel Beiras, aquél que en un ataque de ira a punto estuvo de agredir a Alberto Núñez Feijóo en el Parlamento gallego y que relativizó la actividad terrorista de ‘Resistencia Galega’. 

Algo similar ha ocurrido en la Comunidad Valenciana, rebautizada ahora por los podemitas como ‘País Valencià’, donde los de Iglesias van de la mano de Compromís. Un partido cuyo diputado nacional en la pasada legislatura, Joan Baldoví, abogaba por “dar pasos pequeños pero decididos para que los valencianos comiencen a ganar conciencia de pueblo” y cuyo Conseller de Educació advertía hace pocas fechas que “la soberanía es del pueblo y tanto si es legal como ilegal, se tiene que hacer (el referéndum de autodeterminación)” y que “los Países Catalanes son una realidad más allá de lo cultural: son una realidad política y deberían serlo en el futuro todavía más”.

‘Cargos de Podemos se manifiestan con EH Bildu por la libertad de Otegi’, titulaba el pasado mes de octubre el diario El País. Y unas semanas antes Iglesias se descolgaba con una frase que le anduvo mucho tiempo persiguiendo: “El terrorismo de ETA tiene explicaciones políticas”. Y entre una y otra tuvo tiempo de lamentarse por la “trágica” situación por la que atraviesan los presos etarras, algunos a cientos de kilómetros de su casa. Y lo mismo con aquél vídeo en una Herriko Taberna glosando los méritos de una banda terrorista que “se adelantó a todos” en su lectura de la Transición. Y ya con poder, Podemos no dudó en dar a Bildu las llaves del Ayuntamiento de Pamplona. Incluso concurrieron juntos por Navarra el 20D.

La vinculación entre el mundo abertzale y Podemos se consagró ante los ojos de todos cuando la formación de Pablo Iglesias se convirtió el pasado domingo en el partido más votado del País Vasco, por encima incluso del PNV. Y lo mismo puede decirse del caso catalán, donde los neochavistas se han erigieron en primera fuerza política a una enorme distancia del segundo. 

Con semejantes socios y con tan nutridos apoyos en regiones de tradicional voto nacionalista, no resulta extraño que Iglesias haya hecho del ‘derecho a decidir’ su particular línea roja a la hora de abordar cualquier negociación. Así se lo expuso la misma noche electoral a todo el que quiso escucharle: «El referéndum en Cataluña es imprescindible e irrenunciable”. 

Rebajó después a España a la naturaleza de “país” para, acto seguido, elevar de rango jerárquico a sus regiones hasta hacer de ellas “naciones”. Así, el nuestro sería “un país de naciones”; ni tan siquiera una “nación de naciones”.

España entra así en una nueva y disparatada era política en la que una macro plataforma electoral de ámbito “estatal” velará por los intereses de todos los nacionalismos periféricos. Una fórmula inédita que causa una mezcla de perplejidad y expectación en los partidos separatistas clásicos, que ven amenazados sus nichos de votos al tiempo que ven más próximos sus viejos objetivos fundacionales.

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