«Ser es defenderse», Ramiro de Maeztu
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Este artículo se publicó en La Gaceta antes de convertirse en La Gaceta de la Iberosfera, no siendo entonces propiedad de Fundación Disenso.

Por qué se prohibe el Toro de la Vega (y no los Correbous)

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Castilla, su identidad, está histórica e irremediablemente ligada a la identidad española. Al decir de Claudio Sánchez-Albornoz, ”Castilla hizo a España y España deshizo a Castilla”. Así, la vieja Castilla tuvo que morir para dar a luz a la nación española. Julián Marías reformula la tesis pero mantiene lo nuclear, que es la extinción de Castilla como entidad política: «Castilla se hizo España”. También Ortega cree que la parte, por un proceso de agregación, acabó por construir el todo: “Castilla hizo a España”. Aunque luego añade: “Y Castilla deshizo a España”, en tanto abandonó su obra al albur de las tendencias centrífugas de la periferia. 

Dos lecturas se desprenden de lo anterior: Castilla está, o incluso es, la génesis de la actual nación española. Y dos, al vaciar Castilla su identidad en su obra, el viejo reino entra en una profunda crisis y pierde casi por completo su personalidad. Se fragmenta y, exhausta, se repliega en su territorio originario. 
La comunidad autónoma de Castilla y León, salida de los pactos de la Transición, no es sino la consecuencia de aquél desmayo histórico. A la actual Castilla y León le falta su salida natural al mar, que siempre fue la provincia de Santander. Y La Rioja, erigidas ambas, contra todo criterio histórico, en autonomías independientes. 

Castilla no pudo elaborar un relato regional propio al estilo del vasco, el catalán, el andaluz o el gallego porque su relato era previo y superior, su relato era España. En ella volcó su identidad. Con el transcurrir de los años, y cuando Arana y Prat de la Riba confeccionaban sus respectivos nacionalismos, en Castilla se quiso rescatar el episodio de los comuneros como símbolo de identidad propio y exclusivo. Y así, la aprobación del estatuto de autonomía consagró la revuelta comunera, hoy reivindicada casi en exclusiva por la izquierda radical, como fiesta oficial de la comunidad. Mas nunca cuajó un discurso identitario castellano. No lo hay. Ni tampoco partidos que le den cauce. No al menos con representación. Castilla ha fracasado en la construcción de su nacionalismo. Por eso la prohibición del Toro de la Vega no ha supuesto mayor problema a los poderes públicos. 

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(Celebración del Día de los Comuneros, llamado ‘Día Nacional de Castilla’, en la localidad de Villalar)

La tradición de lancear al toro hasta la muerte, brutal por otra parte, es varias veces secular. En Cataluña o el País Vasco se hubiera defendido su continuidad en base a razones históricas y de identidad “nacional”. Argumentos que el poder central, preso de complejos y una inexplicable mala conciencia, acata sin discusión. La superioridad moral que la democracia española concede a los regionalismos periféricos los eleva de categoría política. Sus razones no se discuten. Y han creado escuela. El localismo, vistas sus prebendas, se contagia por imitación. A otras regiones, pero también a otros movimientos políticos que, en principio, deberían ser ajenos a este tipo de discursos. Así, por ejemplo, el Sindicato Andaluz de los Trabajadores, SAT, sabedor del alto rendimiento del discurso nacionalista, y también de su capacidad movilizadora, ha ido adoptando los ritos estéticos de los movimientos nacionalistas radicales catalán y vasco. De ellos ha aprendido la importancia de la simbología identitaria. Saben que el Estado teme más las consecuencias de un encarcelamiento cuando es el de un gudari que cuando es el de un sindicalista andaluz. Por eso quieren ser gudaris. Gudaris andaluces.

Nadie tocará los sanfermines navarros ni los correbous catalanes

En Tordesillas, los defensores de la fiesta apelaron “a los vecinos”, no a la tierra, no a los ancestros, no a la nación castellana. Informa El Mundo que un vecino recurrió a “la pureza, el valor, el honor o la caballerosidad”, argumentos todos ellos inútiles y acaso contraproducentes en la actualidad. A otro tordesillano, ganador del torneo en varias ocasiones, se le preguntó si el pueblo cumplirá con la prohibición: “Aquí siempre se ha cumplido la ley y se seguirá cumpliendo”. 


Y de entre todos hubo un vecino, José María Sigüenza, que hizo quizá la lectura más afinada: la prohibición de la fiesta de Tordesillas será incruenta y no supondrá mayor problema a la administración porque es Tordesillas. Porque es Castilla. Nadie se atrevería hacer lo propio “en Pamplona”, dijo. Esto es, en Navarra. Como tampoco nadie prohibirá los Correbous en Tarragona, esto es, en Cataluña

Así las cosas, si la amenaza rupturista presente en los movimientos nacionalistas se ha demostrado extraordinariamente rentable, la lealtad al proyecto común, al no presentar desafío ni chantaje, es generalmente desoída cuando no desdeñada. Una lógica perversa que opera en España desde la Transición y que promueve la aprición de movimientos regionalistas. No en vano, el tal Sigüenza es uno de los líderes de la, aún minoritaria, Unidad Regionalista de Castilla y León. 

 

 

Rafael Núñez Huesca

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