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Este artículo se publicó en La Gaceta antes de convertirse en La Gaceta de la Iberosfera, no siendo entonces propiedad de Fundación Disenso.

España, sociedad anti-familia

6 de febrero de 2017

Cuando comenzaba esta crisis económica, en la que aún estamos inmersos, la mayoría de los analistas siempre complementaban este hecho con el argumento de que la crisis económica estaba unida a una crisis más profunda de valores.

La crisis económica dicen que va remitiendo, pero ¿La crisis de valores remite o se agrava?

A mi entender la crisis de valores se agrava, pues todo aquello que se analizó, como la crisis demográfica, la crisis de la familia, la rupturas de parejas, la falta de sentido comunitario, la falta de responsabilidad con el otro, no solo no ha remitido, sino que aumenta por momentos en una sociedad que desprecia y no comprende el valor de la familia, pues esos valores chocan con el individualismo más atroz.

Los políticos de todos los colores, incluido el PP que antaño diagnosticaba la crisis de valores, desprecian cualquier medida para cambiar la situación, incluso traicionando su programa.

Hay más tolerancia social, hay más aceptación en el ambiente, hacia una pareja de hecho con perro o gato, viajeros y sobradamente preparados, que hacia un matrimonio que se esfuerza cada día en sacar adelante a sus hijos. En esta sociedad casi no puedes protestar si un perro hace sus necesidades en la puerta de tu casa, a la vez que debes extremar el cuidado para que tus niños no ofendan con sus juegos, o con inocentes riñas, la tranquilidad de los adultos. Solo el dinero y el éxito individual imperan en la sociedad de hoy.

Una sociedad complicada para crear una familia y educar a tus hijos

Ya no solo es que España esté a la cola en ayudas a la maternidad y a la familia, es que a la vez estamos a la cabeza en ayudas a la imposición de la ideología de género y somos punteros en legislación sobre esta ideología en detrimento de la familia natural, difuminando y relativizando su esencia.

El miedo a la pérdida de trabajo, la precariedad manifiesta, las nulas políticas para la conciliación familiar y laboral, alimenta el miedo al compromiso con un proyecto de vida que incluya la creación de una familia.

Aparte de lo anterior, la sociedad ha cambiado y existe una mayor dificultad para la educación de los hijos.

La escritora sobre materia educativa Murphy Witt describe esta situación en unos interesantes párrafos:

“En la actualidad, los niños ya no crecen espontáneamente. Han cambiado demasiadas cosas en nuestra sociedad. No hace mucho tiempo se decía: “Lo que llegue, bien recibido será”. Pero hoy en día no quedan prácticamente familias con una visión tan distendida. Abuelas que prefieren viajar por todo el mundo en lugar de ocuparse de sus nietos, pisos pequeños y condiciones adversas para los niños, falta de oferta para cuidarlos y una presión continua, tanto en términos de tiempo como de rendimiento, para combinar trabajo y familia: ¡los padres de hoy no lo tienen precisamente fácil!

No solo falta un apoyo útil, sino que también la vida diaria de las familias es cada vez más complicada: comida rápida y falta  de ejercicio físico, culto a las marcas y consumismo, televisión publicitaria y videos violentos, Internet y juegos de ordenador, conductas agresivas en el parque y mobbing en el colegio, dificultades para leer y déficit de atención, trastornos alimentarios y éxtasis: el mundo de nuestros hijos es multiproblemático».

Datos objetivos

Los datos son objetivos y alarmantes pero nadie dice nada. Existe la falsa convicción en el ambiente de que estos cambios contribuyen a la felicidad individual

El Instituto Nacional de Estadística (INE) dio a conocer, el verano pasado, los datos sobre nacimientos del año 2015. Y aunque hacía años que se venía advirtiendo, finalmente las predicciones se hicieron realidad en 2015 y por primera vez en 75 años se registraron más muertes que nacimientos, sumiendo a España en una grave crisis demográfica

Según datos recientes el número de hogares con un núcleo conyugal sin hijos se ha triplicado entre 1977 y 2015 al pasar de 1,5 a 4,4 millones, y representan ya el 25% del total frente al 17% de hace cuatro décadas. Por su parte, los hogares unipersonales se han quintuplicado (3,8 millones frente a 700.000) y suponen en la actualidad el 22% del total frente al 8% de 1977

¿Es solo un problema económico?

Sergio Fernández Riquelme, profesor de Política Social de la Universidad de Murcia, trata de dar una explicación que va más allá de lo estrictamente económico:

“…el «invierno demográfico» no se debe de manera exclusiva a cuestiones socioeconómicas o prestaciones estatales; las personas con más recursos no son necesariamente los que más hijos tienen, ni las sociedades más ricas tienen mayor población que las más pobres.

La política social demuestra que, fundamentalmente, y más allá del determinismo de Malthus, lo demográfico viene determinado por principios socioculturales referidos a la visión colectiva sobre la vida y el matrimonio de un país y de un tiempo. Las comunidades que sitúan como valor nacional fundamental a la familia, bien como factor de progreso bien como factor de supervivencia, ofrecen cifras sostenidas de estabilidad demográfica, tanto en contextos de bienestar como de crisis. La historia, magistra vitae, demuestra esta máxima. Y España, quizás alumno aventajado individualismo liberal-consumista como ideal de progreso en el siglo XXI, aparece como ejemplo paradigmático: la progresiva destrucción de la unidad familiar española como referente vital, jurídica y simbólicamente, presenta evidentes consecuencias demográficas. Así, este «invierno» viene determinado, empíricamente, por el acelerado desprestigio de «lo familiar» (como otras instituciones y referentes colectivos) en las postreras generaciones de la democracia española, que se traduce en el acuciado descenso de la nupcialidad (caída de la tasa casi a la mitad entre 1981 y 2012, situándose en el 3.36%), en el incremento de las rupturas matrimoniales (aumentó hasta 105.893 en 2014), en el imparable ascenso de los hogares unipersonales (el 25% en 2015), el descenso sistemático del tamaño de los hogares españoles (bajando hasta el 2,51, solo superando la cifra de 3 las ciudades autónomas de Ceuta y Melilla), en el aumento de la violencia intrafamiliar (tanto doméstica como filioparental, doblando esta última las denuncias en un lustro) y en las evidentes dificultades de conciliación de la vida laboral y familiar».

Sociedad anti-familia

Por todo lo anterior podemos concluir que España es ya una sociedad anti-familia o refractaria hacia ella. Sin un cambio radical de paradigma socio-cultural, se difuminara cada vez más la institución familiar como núcleo social, que según la evidencia de los datos, se está descuidando. La excesiva exposición de datos macroeconómicos en esta crisis contrasta con los datos reales de mínimas ayudas a una institución natural que contribuye a la contención del gasto social, renueva la población para hacer viable el sistema, conforma la estabilidad de un país y contribuye a la cohesión social de manera indudable.

O volvemos a dar prestigio a la familia natural y a la natalidad, o nuestra sociedad está destinada a desaparecer.

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