«Ser es defenderse», RAMIRO DE MAEZTU
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Este artículo se publicó en La Gaceta antes de convertirse en La Gaceta de la Iberosfera, no siendo entonces propiedad de Fundación Disenso.

El asesinato del padre Hamel

Hace tres días, unos terroristas yihadistas degollaron en Saint-Etienne-du-Rouvray, un pueblo de Normandía no lejos de Rouen, al padre Jacques Hamel, de 86 años. Era el párroco auxiliar y estaba celebrando la Eucaristía. La noticia ha conmovido a toda Europa. Al funeral de este sacerdote, celebrado en Notre Dame de París, han acudido representantes de toda la política francesa empezando por el Presidente de la República.

Desde la conversión de Clodoveo I, Francia ha ostentado el título de “Hija predilecta de la Iglesia”. Ha sido cuna de santos y de místicos, de cruzados y de misioneros. Allí nacieron los caballeros fundadores de la Orden del Temple, Hugo de Payens, su primer Gran Maestro, y sus compañeros Godofredo de Saint-Omer, Payen de Montdidier, Archambaud de Saint Agnan, André de Montbard y Godofredo Bison. Hubo tres caballeros más. De dos de ellos, solo conocemos los nombres: Rossal y Gondame. El noveno nos es desconocido, aunque muchos creen que fue Hugo, Conde de Champagne. Se establecieron en Tierra Santa para proteger a los peregrinos. Su sello representa a dos de ellos a grupas de un solo caballo como símbolo de su pobreza. Saladino jamás les dio cuartel. Estos monjes guerreros llegaron a ser la orden más poderosa de Europa. Solo los teutónicos llegaron a aproximarse a su poder. Durante los casi dos siglos de vida de la orden medieval, representaron la avanzadilla y el bastión de la cristiandad latina en el Oriente Próximo.

Francia ha sido, pues, una tierra de evangelizadores y defensores de la fe. Una de sus patronas es Juana de Arco (1412-1431), la Doncella de Orleans, una de mis santas favoritas. Me gusta imaginarla en la batalla de Patay cargando al frente de los franceses contra los ingleses y los borgoñones. Se la suele representar con el estandarte real y flanqueada por el arcángel Miguel a quien se le pide en las plegarias que nos defienda en la batalla.

Toda Francia está cubierta de iglesias. Al igual que sucede con los pueblos españoles -sobre todo en Castilla y Aragón- el urbanismo de sus pueblos suele estar marcado por la parroquia y la fortaleza. De allende los Pirineos llegaron el románico y el gótico. De allá llegaron también los peregrinos que venían de toda Europa. La última etapa del Camino Francés, Saint Jean Pied-de-Port, conduce a Roncesvalles, que recuerda al paso donde Roldán combatió contra las tropas de Marsil, el rey moro de Zaragoza. Allí murió él, que hizo sonar el olifante llamando a Carlomagno en su auxilio, y allí cayeron también el arzobispo Turpín y la flor y nata de la caballería del imperio.

Durante sus más de diez siglos de historia, Francia ha nutrido de mártires la historia de la Iglesia. El martirio de San Denis, quien fue el primer obispo de Lutecia, dio nombre al Mons Martyrium, el Monte de los Mártires. Ahí están los 191 sacerdotes de París muertos el 2 de septiembre de 1792 durante la Revolución Francesa por negarse a jurar la constitución civil del clero. Cuando Marie-Jeanne Roland de la Platiere, revolucionaria ella misma y guillotinada durante el Terror, exclamó “¡libertad, cuántos crímenes se cometen en tu nombre!” no andaba desencaminada. Mártires fueron los siete monjes trapenses de Tibhirine. Todos eran franceses. Habían organizado un grupo de diálogo y oración entre cristianos y musulmanes. Se llamaba “Vínculo de paz”. Cuando la violencia se recrudeció en Argelia, se negaron a abandonar el país y se quedaron junto a los argelinos. No quisieron correr suerte distinta de sus hermanos musulmanes. Los terroristas islamistas los decapitaron el 30 de mayo de 1996. Cuando se conoció su muerte, las decenas de miles de iglesias en toda Francia repicaron sus campanas a la vez en señal de luto.

Suele olvidarse que, en la tradición bíblica, la paz es un valor, pero en ocasiones para defenderla hay que ir a la guerra. Uno de los títulos del Todopoderoso es “Yahveh Tzvaot”, el Señor de los Ejércitos. Por eso, evocar de vez en cuando a los que se atrevieron, como los macabeos, a combatir por aquello que creían, debería servirnos para situar en su justo contexto el pacifismo suicida.

El padre Jacques Hamel, víctima del terrorismo, ha conmovido a millones y ha revelado qué significa, en toda su profundidad, seguir a Cristo hasta el final. Él encarna la firmeza de las convicciones y la fortaleza de la fe en un tiempo de debilidades y vacilaciones.

 

 Descanse en paz.

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