«Ser es defenderse», Ramiro de Maeztu
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Este artículo se publicó en La Gaceta antes de convertirse en La Gaceta de la Iberosfera, no siendo entonces propiedad de Fundación Disenso.

Así entró el francés en la Historia

Todo comenzó a la muerte de Carlomagno (742-814), el gran emperador que sentó las bases de la Europa de hoy, y que había recibido la corona imperial de manos del Papa León III en la Navidad del año 800. Nuestro continente, donde la grandeza de Roma había entrado en una profunda decadencia, había pasado por uno de los periodos más fecundos y fascinantes de la historia de Occidente: el Renacimiento carolingio, uno de cuyos ejemplos es la Escuela Palatina de Aquisgrán, que impulsó el gran Alcuino de York (circa 736-804). El heredero imperial, Ludovico Pío (778-840), no logró igualar la grandeza de su padre.

Muerto el emperador, todo aquello estaba en peligro. Las luchas entre los nietos de Carlomagno -Carlos el Calvo, Luis el Germánico y Lotario- podrían haber destruido el legado de aquel emperador admirable que aspiraba a reconstruir la vieja grandeza de Roma desde su palacio de Aquisgrán. Carlos y Luis resolvieron aliarse y garantizarse la defensa mutua frente a Lotario, formalizando su acuerdo mediante un juramento solemne el día 14 de febrero del año 842 en la ciudad de Estrasburgo.

El lector ha de imaginarse a aquellos dos príncipes con sus respectivos ejércitos: lanzas, escudos, yelmos que protegen el rostro de quien los porta, mazas de guerra y hachas, cotas de malla. Hay jinetes que montan caballos cubiertos con gualdrapas coloridas. Los guerreros saben el poder de la aclamación y creen en los juramentos. Durante siglos, ellos han quitado y puesto reyes y emperadores. Ganará el Imperio quien pueda sostenerlo por la fuerza de las armas. Los soldados van a jurar combatir codo a codo contra las tropas de Lotario.

El juramento está escrito en latín pero aquellos hombres hablan entre sí otros idiomas. Los hombres de Luis hablan “teudisca lingua”, el habla de los tedescos o tudescos. Aquí ya balbucea el alemán de Lutero y Wagner. Esos guerreros del norte se expresan en un germánico cuyo origen sitúan los filólogos en la región de Renania. Vienen del otro lado del Rin, de ese lugar impreciso y peligroso que Tácito había descrito en la Germania. El ejército de Carlos el Calvo, sin embargo, habla una “romana lingua”: un romance que poco a poco va alejándose del latín para ganar una personalidad propia. Así entra el francés en la Historia. Cada rey pronuncia el juramento en la lengua del otro y después lo repiten las respectivas tropas. Habla Luis el Germánico: “Por el amor de Dios y por el pueblo cristiano, y por nuestro bien común, a partir de ahora, mientras Dios me dé sabiduría y poder, socorreré a este mi hermano Carlos con mi ayuda y cualquier otra cosa, como se debe socorrer a un hermano, según es justo, a condición de que él haga lo mismo por mí, y no tendré nunca acuerdo alguno con Lotario que, por mi voluntad, pueda ser perjudicial para mi hermano Carlos.”

Estas palabras de lealtad, que invocan a Dios y aseguran auxilio en la guerra, son el primer texto que se conserva en francés. Tienen más de mil años; exactamente, 1174.

Por supuesto, hay otros textos medievales en francés aunque son posteriores. El primer testimonio literario es la Secuencia de Santa Eulalia (880 u 881) Sin embargo, aquí está el primer latido de una cultura que ha hecho grande el nombre de Europa por todo el planeta. Deberíamos hablar de estas cosas más a menudo. En este pequeño texto está prefigurada la literatura de caballerías que hizo enloquecer a Don Quijote y el habla de los constructores de las grandes catedrales góticas de Francia. Aquí, en la ciudad de Estrasburgo, echa a andar el idioma de Montaigne y Molière. En sus líneas está encerrada la profundidad de Pascal y la sonoridad de Ronsard y sus sonetos. Deberíamos recordar la grandeza y la elegancia de una lengua que Europa abrazó como propia de la diplomacia y la cultura durante siglos. Los normandos la llevaron a Inglaterra y, gracias a ella, el inglés dispone de dos registros que enriquecen su semántica permitiendo diferenciar, por ejemplo, el habla cotidiana y el habla culta.

Marc Fumaroli ha escrito un libro delicioso que describe el tiempo en que nuestro continente se expresaba en esta lengua que dio sus primeros pasos por boca de reyes y soldados. Por las páginas de “Cuando Europa hablaba francés” desfilan diplomáticos y nobles, viajeros y clérigos que ven en el francés el vehículo para la “vida noble”. En francés se expresaba habitualmente la nobleza polaca. Era frecuente escucharlo en las cortes de Catalina la Grande y el Zar Pedro. Se convirtió en un sonido habitual entre los cristianos del Líbano, que aún hoy la conservan en sus familias como un tesoro preciado. En francés escribieron Aimé Césaire y Sédhar Senghor para celebrar la negritud. Hoy la Francofonía es una de las comunidades lingüísticas y culturales más ricas del planeta.

El próximo 14 de febrero se cumplirá un año más de aquel juramento que se convirtió en el acta de nacimiento de un idioma prodigioso. Así que anímense y aprendan unas palabras en francés para celebrar el día de los enamorados al mismo tiempo que este cumpleaños.

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