«Ser es defenderse», Ramiro de Maeztu
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Este artículo se publicó en La Gaceta antes de convertirse en La Gaceta de la Iberosfera, no siendo entonces propiedad de Fundación Disenso.

Ich bin ein Berliner

El 26 de junio de 1963 el presidente J. F. Kennedy estaba en el balcón del edificio Rathaus Schöneberg. Se cumplían 15 años del bloqueo de Berlín. Entre junio de 1948 y mayo 1949, los soviéticos sometieron a la parte occidental de la ciudad a un aislamiento que, de hecho, se parecía bastante a un asedio. La respuesta de occidente fue organizar un puente aéreo que envió alimentos y todo lo necesario para resistir esta medida de fuerza. En el auxilio a Berlín Occidental participaron la Fuerza aérea de los Estados Unidos, la R.A.F. británica, la aviación canadiense, la australiana, la neozelandesa, la sudafricana y la francesa. Es interesante ver cómo Occidente no es solo una realidad geográfica, sino sobre todo una civilización que se ha extendido por todo el planeta. El bloqueo fracasó y, once meses después, Stalin ordenó levantarlo. En 1963, hacía dos años que los soviéticos habían levantado un muro que separaba a los berlineses orientales de los occidentales. Se trataba de evitar la emigración masiva desde la República Democrática Alemana hacia la República Federal. Berlín era, en palabras de Frederick Kempe, “el lugar más peligroso del mundo”.

En aquella ciudad, dividida por un muro infame, Kennedy pronunció algunas de sus palabras más lúcidas y valientes:

“Hace dos mil años el alarde más orgulloso era “civis romanus sum”. Hoy, en el mundo de la libertad, el alarde más orgulloso es “Ich bin ein Berliner”. ¡Doy las gracias a mi intérprete que está traduciendo mi alemán! Hay mucha gente en el mundo que realmente no entiende, o dice que no entiende, cuál es el gran problema entre el mundo libre y el mundo comunista. Dejad que vengan a Berlín. Hay algunos que dicen que el comunismo es el movimiento del futuro. Dejad que vengan a Berlín. Y hay algunos que dicen que es verdad que el comunismo es un sistema maligno pero que nos permite hacer progresos económicos. Lasst sie nach Berlin kommen. Dejad que vengan a Berlín.”

La capital de Alemania ha sido en estos días, de nuevo, víctima del terrorismo yihadista que pretende aterrorizar a las sociedades europeas y que viene sembrando de muertos Oriente y Occidente. El terrorista que arremetió contra un mercadillo navideño el lunes pasado mató a 12 personas e hirió a otras 56. En todo el continente se han extremado las medidas de seguridad y se mantiene la alerta. A medida que el Estado Islámico va sufriendo derrotas en Siria e Irak, el peligro de que los terroristas que se han adiestrado en sus filas lleguen a Europa inquieta a las fuerzas y cuerpos de seguridad de los Estados de la Unión.

El mercadillo navideño está junto a la iglesia memorial Kaiser Wilhelm, destruida por los bombardeos aliados y que se alza hoy en ruinas en memoria de la destrucción de Berlín. Si uno ve las fotografías de antes de la guerra, podrá admirar la belleza del edificio y su torre admirable que parecía una flecha lanzada al cielo. A comienzos del siglo XX, Berlín era una de las ciudades más bellas de Europa. A diferencia de Viena, que conservaba el viejo esplendor de la monarquía de los Habsburgo, la capital alemana competía en modernidad con París y Londres. Vean “Berlín, sinfonía de una ciudad” si quieren hacerse una idea de esa urbe vibrante a lo largo de todo un día en 1927.

Pocos años después, Hitler y los suyos arruinarían el espíritu de esta capital maravillosa y traicionarían la alta cultura alemana y su universalidad. Ya lo advirtió el célebre Samuel Fischer, judío de Budapest y editor de Thomas Mann, cuando le preguntaron por Adolph Hitler:

“Kein Europäer. Von grossen humanen ideen versteht er nichts”, “No es europeo. No entiende nada de las grandes ideas humanas”.

No, los nazis no entendían nada de las grandes ideas humanas. Tampoco entendían nada los comunistas que sometieron a media Alemania y media Europa a regímenes tiránicos cuya crueldad e injusticia todavía se recuerdan con horror entre quienes los sufrieron. Tampoco entienden nada de las grandes ideas de la humanidad los terroristas yihadistas que asesinan a musulmanes, judíos, cristianos y a tantos otros invocando a un Dios cuyo nombre profanan cada vez que lo pronuncian. Ninguno de ellos entiende nada de esas grandes ideas de la humanidad.

La cuestión ahora es, más bien, si los europeos comprendemos el alcance y la profundidad de lo que está en juego. Occidente es una civilización que se ha construido sobre la noción de la dignidad intrínseca de todo ser humano, sobre la libertad, la razón y la justicia. El legado de Atenas, Roma y Jerusalén dio el humanismo cristiano, las catedrales medievales, el Camino de Santiago, la filosofía de Santo Tomás de Aquino, la Divina Comedia, El Nacimiento de Venus, El Escorial y El Quijote, la música de Bach, los versos de Goethe y Heine, la prosa de Roth y Zweig… Todo Occidente se alza sobre estas pocas ideas fundamentales y profundísimas. Kant ideó los principios para la paz perpetua. Beethoven puso música a la Oda a la Alegría de Schiller. La Novena Sinfonía es el himno oficial de la Unión Europea. Estos terroristas han atacado el corazón palpitante de una civilización de la que podemos sentirnos orgullosos.

Sin embargo, este legado no es gratuito. Europa se debate hoy en una confusión cultural y política que amenaza con hundirla por completo en el marasmo de la corrección política, los complejos de culpa y el relativismo cultural como valor absoluto. Debemos afirmar que nuestra civilización sigue siendo preferible a las teocracias que los islamistas pretenden imponer y defenderla en todos los planos de la vida pública. Europa debe ser un lugar donde un musulmán pueda vivir con la misma libertad que un cristiano o un judío, no un espacio donde la sharia se imponga sobre las leyes nacionales o, peor aún, se convierta ella misma en legislación aplicable. La generosidad con los refugiados no puede ser el pretexto para ceder en derechos y libertades que los europeos han construido durante siglos.

Mi padre me enseñó a amar a Alemania a través de su literatura y su música. Miles de alemanes resistieron a los nazis y salvaron el nombre de una tierra hollada por aquellos miserables. Ahí están Martin Niemöller y la iglesia confesante. Ahí están los hermanos Scholl y la Rosa Blanca. Ahí están tantos que mantuvieron la claridad moral en un tiempo de tinieblas. Esa claridad moral es necesaria ahora. Europa debe afirmarse y no ceder ni en sus leyes, ni en sus valores y principios. No hay mayor traidor que quien se traiciona a sí mismo y este es el riesgo que corre hoy Europa. Es necesario afrontar la amenaza yihadista desde la firmeza que, en el pasado, Occidente tuvo frente al nazismo y el comunismo.

Berlín tiene un lugar muy especial en mi corazón. Estos terroristas han atacado, de nuevo, el corazón de Europa.

Ojalá sepamos defenderlo.

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