«Ser es defenderse», RAMIRO DE MAEZTU
La Gaceta de la Iberosfera
Buscar
Cerrar este cuadro de búsqueda.
Este artículo se publicó en La Gaceta antes de convertirse en La Gaceta de la Iberosfera, no siendo entonces propiedad de Fundación Disenso.

Cuando los normandos conquistaron Inglaterra

Hace 950 años se libró una batalla que cambió el curso de la historia de Inglaterra y, por lo tanto, de Europa. Tras la caída del Imperio Romano, que jamás desapareció por completo y a cuya sombra seguimos viviendo hoy, Gran Bretaña quedó dentro de la órbita cultural de los pueblos marinos y guerreros que llegaron del norte de Europa. Conquistada por los romanos en el año 43 de nuestra era, el imperio se retiró en el 410 para defender mejor sus fronteras en el continente. Entonces llegaron los sajones y los jutos, contra quienes combatieron los britanos. La victoria del monte Badon -que debió de librarse en torno al año 500 y en la que, según cuenta la Historia Brittonum, luchó el caudillo Arturo- sirvió de poco frente a la furia guerrera de los hombres venidos de allende el mar del norte. Entre los siglos V y VI, junto a los sajones y los jutos, llegaron los anglos. Venidos de la península de Angeln, en el estado de Schelswig-Holstein (Alemania), traían una cultura más próxima a la Germania que describió tácito que a la caricatura de los pueblos bárbaros que a veces se hace. El arte de los anglosajones que, según Beda el Venerable, descendían de aquellos pueblos, era refinado y bellísimo. Tienen un ejemplo en el tesoro de Sotton Hoo que se exhibe en el Museo Británico. Sin embargo, hay muchas cosas de este periodo que no sabemos. Ha pasado a la Historia con el nombre de la Edad Oscura. En el siglo VII, se admitió en los reinos anglos la práctica del cristianismo, reintroducido por el benedictino Agustí de Canterbury (¿534? – ¿604?), que había entrado en declive tras la marcha de los romanos y había convivido siempre con el paganismo. Los cristianos se habían refugiado de las invasiones bárbaras en Gales y Cornualles, en el Occidente de la isla de Gran Bretaña.

No obstante, sería un error creer que Inglaterra estaba aislada. En el continente, el reino de los francos, que alcanzó su apogeo con el gran Carlomagno (¿742?-814), consolidó sus fronteras entre 511 y 561 y se extendía desde el mar del norte hasta los Pirineos. San Agustín se sirvió de intérpretes francos cuando llegó a Inglaterra. En el año 601, san Agustín fue nombrado obispo de Canterbury. Había cierta continuidad cultural entre los reinos del continente y los de la Gran Bretaña. El Canal de la Mancha era más un puente que una barrera. Todo el Mar del Norte era un camino por el que llegaron las invasiones vikingas a partir de finales del siglo VIII. Los primeros ataques los perpetraron vikingos daneses en 789 y 793. Su apogeo llegó entre 830 y 860. Sus drakkars, que podían ascender por los ríos y cruzar el mar, sembraron el terror en las costas de Inglaterra. Cuando el periodo de las invasiones terminó, al sustrato anglosajón se había sumado el elemento vikingo. Los vikingos daneses llegaron a establecer un reino entre Londres y Chester desde finales del siglo IX hasta principios del siglo XI que se llamó Danelaw.

Por supuesto, los vikingos encontraron resistencia. Sin embargo, Inglaterra estaba dividida y los anglosajones no tenían la fuerza para derrotarlos. Solo podían aspirar a contenerlos. Los vikingos fueron ganando poder e influencia en los distintos señoríos de la isla. Especialmente importante fue el matrimonio entre Godwin, conde de Essex y la noble vikinga Gytha Thorkelsdóttir, de cuyo matrimonio nació el desdichado Harold II, último rey de la Inglaterra anglosajona. Harold fue elegido para sustituir a su difunto cuñado San Eduardo el Confesor el 5 de enero de 1066. Debió enfrentarse a dos rivales formidables: al rey Harald Hardrada de Noruega y al duque de Normandía Guillermo el Conquistador. Así, se vio atrapado entre las dos grandes fuerzas que presionaban sobre Inglaterra en la Edad Media: los estados vikingos de Escandinavia y el poder de Normandía, a su vez un estado vikingo en su origen integrado en Francia a partir de 911 en virtud del Tratado de Saint Clair-sur-Epte.

El infeliz Harold debió de ser un hombre muy valiente. Primero hizo la guerra al rey noruego. Cuando su hermano Tostig Godwinson, aliado de Harald Hardrada le preguntó qué ofrecía al rey de Noruega, Harold le respondió que le daría “siete pies de buena tierra inglesa, siete pies porque era mucho más alto que la mayoría”. Es inevitable conmoverse ante este rey recién coronado que anuncia a su enemigo la superficie de la tumba que le tiene preparada. Borges, un profundísimo conocedor de las literaturas germánicas medievales, recordaba un pasaje similar de los bardos y poetas que cantaron a estos reyes de espadas y desafíos. En la Batalla de Maldon, una balada que recuerda el combate del 10 de agosto de 991 entre anglosajones y vikingos, Byrhtnoth, el jefe de aquéllos, exhorta a sus hombres a ser valientes a pesar de su inferioridad numérica. Les ordena sostener sus redondos escudos con manos firme y no tener miedo. El verso dice “And ne forhtedon na”. Así, eran los reyes en tiempos de los vikingos y los anglosajones.

El caso es que a Harold la fortuna le sonrió en su primera gran batalla como rey. El 25 de septiembre de 1066 los ejércitos de Harold II de Inglaterra y Harald Hardrada de Noruega se enfrentaron en Stamford Bridge. A Harald lo mató un flechazo en la garganta. Los anglosajones dieron muerte a unos 4.500 noruegos. Los vikingos no se recuperaron de esta derrota y, salvo una excepción en 1075, así terminó el ciclo de las invasiones vikingas. A pesar de la victoria, el ejército anglosajón quedó muy mermado.

Entonces llegaron las tropas de Guillermo el Conquistador. Siete mil hombres y 600 barcos llegaron al sur de Inglaterra solo tres días después de la victoria anglosajona en Stamford Bridge. Harold salió a su encuentro a marchas forzadas. La batalla fue en Hastings el 14 de octubre de 1066. Los normandos tenían dos armas devastadoras: el arco largo y la ballesta. Las huestes normandas empleaban técnicas de combate muy avanzadas para la época. Combinaban infantería y caballería pesada. Utilizaban estribos, que permitía luchar mejor a caballo y dominar a la cabalgadura. Junto a los normandos, Guillermo enroló a bretones, flamencos y franceses. Frente a ellos, Harold solo podía oponer una infantería que acometía con fiereza, sí, pero sin estrategia. Todo se resolvió en un día en torno a una colina. Los anglosajones ocupaban la parte superior y, al principio, la altura les dio cierta ventaja. Los normandos llevaron la iniciativa. Primero cargó la infantería, pero la rechazó una lluvia de flechas, lanzas, jabalinas y hachas arrojadizas. Los de Guillermo atacaban cuesta arriba y estaban perdiendo muchos hombres. El Conquistador comenzó a lanzar, a partir del mediodía, ataques rápidos que fueron dividiendo a las filas de Harold. Cundo los sajones perseguían a los normandos, la caballería los envolvía y los exterminaba. El lector debe imaginarse una batalla donde las órdenes se daban a voz en grito o mediante banderas que, a menudo, ni se veían con claridad. Las filas de Harold fueron diezmadas. Los escudos sajones ya no resistían los embates de los normandos. Hacia las cuatro de la tarde, el ejército invasor rompió las filas de los defensores. Un grupo de sajones se agrupó en torno al estandarte de su rey para un último combate. A Harold lo mató una flecha. Entonces fue la desbandada. Algunos lograron refugiarse en los bosques cercanos y librar algunas escaramuzas, pero el resultado era innegable: los normandos habían vencido.

Guillermo fue coronado rey de Inglaterra en la Navidad de 1066 en la Abadía de Westminster.

Así, la Inglaterra anglosajona heredera de la Edad Oscura y las invasiones vikingas, pasó a integrarse en el sistema feudal de matriz francesa. Dominar por completo la isla fue difícil. Los daneses ayudaron a los sajones que trataron de resistir, peor fue inútil. Inglaterra se llenó de castillos y fortalezas donde vivían los señores feudales. El francés se convirtió en la lengua de la corte y enriqueció al inglés con un registro fabuloso de términos y matices. Aún hoy, el uso de términos como “lamb” y “mutton” refleja el doble origen de los sustantivos ingleses. La iglesia ganó propiedades y poder. Las relaciones entre Inglaterra y Francia se hicieron estrechísimas. Siglos más tarde, una guerra que duraría Cien Años demostraría una vez más que las Islas Británicas jamás han estado alejadas del continente. Antes bien, han desempeñado un papel esencial en la historia de Europa.

La batalla de Hastings, que en estos días cumple 950 años, quedó representada en un lienzo maravilloso: el Tapiz de la Reina Matilde o Tapiz de Bayeux, que se conserva en la localidad del mismo nombre en Francia. En sus casi 70 metros, narra los hechos anteriores a la conquista normanda. Su colorido es admirable. Sus figuras, enriquecidas con inscripciones en latín, parecen animadas como si de un cómic fabuloso se tratase. En él aparecen 626 figuras, 202 caballos y mulas, 55 perros, 37 castillos y otras edificaciones y 41 barcos. Me gusta especialmente el detalle de los perros. La historia de Occidente, desde que Argos fue el único en reconocer a Ulises a su regreso a Ítaca, se ha escrito junto a ellos. Desde luego, la cultura inglesa es inimaginable sin los perros.

 

Pongámonos en pie y recordemos a los que lucharon en esta batalla que cambio la historia de Inglaterra y de toda Europa. 

TEMAS |
.
Fondo newsletter