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Este artículo se publicó en La Gaceta antes de convertirse en La Gaceta de la Iberosfera, no siendo entonces propiedad de Fundación Disenso.

Mila, la ladrona de pollos, abandona MasterChef

Por Pepe G.-Saavedra

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Todas las neveras de los aspirantes desembarcaron en el plató de MasterChef directamente desde sus cocinas. La mayoría de ellas, adornadas con postales, ecografías, notas de amor y demás cosas cuquis, guardaban en su interior mucha ñoñería pero pocos alimentos. El reto del jurado se basó en elaborar distintos platos a partir de los productos que los aspirantes dejaron en sus frigoríficos antes de partir a concursar por la ansiada plaza en la escuela gastronómica Basque Culinary Center. Tuvieron además la oportunidad de acompañar sus elaboraciones con uno de los manjares más cotizados en la cocina española. De tetilla, cabrales, manchego, de cabra… el queso fue el producto estrellaen todas sus vertienes durante la primera prueba. Sally, que ya se ve con pie y medio en la final, y Andrea salieron airosas del reto y vencieron con un tarta de queso y fresas y unos canelones de calabacín, respectivamente.

Hasta Cáceres, con Toño Pérez de anfitrión, viajaron los aspirantes para trabajar con los productos típicos de la cocina de Extremadura. El laureado chef propuso a cada uno de los grupos, capitaneados por Sally, Andrea y Fidel, un plato y tres postres diferentes. Los concursantes atendieron a las directrices de Pérez sin pestañear y tuvieron la difícil tarea de reconstruir de memoria los platos planteados. Todo pintaba muy negro: una Mila un tanto desquiciante, un Pablo tan perdido como de costumbre, una Sally rebosante de ego… La tónica que reina durante cada entrega en la fase de grupos y que siempre termina con lágrimas y reproches. Pero la sangre no llegó al río y tanto los invitados al festín como los tres jueces felicitaron a los aspirantes por el buen trabajo realizado. Los pequeños detalles fueron los que llevaron a Carlos, Sally y Antonio a salvarse de pelear por un puesto en MasterChef.

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Y la paz llegó a las cocinas de la mano de dos monjas aficionadas a la repostería. No, ni Lucía Caram ni Teresa Forcades han aparcado sus polémicas intervenciones para aficionarse a los buñuelos. La propuesta de las hermanas se basó en la elaboración de una tarta adornada con el dulce preferido en los conventos.  Los nervios y la desesperación jugaron una mala pasada a algunos de los concursantes. Fidel tuvo su particular guerra para montar la nata, Pablo se peleó con la masa de los buñuelos y Lidia elaboró un dulce con pinta de merluza a la romana. Tras una escueta deliberación Mila, previa petición para que Lidia abandonara el concurso por su inminente maternidad y aún con el robo del pollo a la gallega a sus espaldas, tuvo que colgar el delantal y despedirse de las cocinas de MasterChef. Por cierto, el #Leóncomegamba aún trae cola.

 

 

 

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