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Este artículo se publicó en La Gaceta antes de convertirse en La Gaceta de la Iberosfera, no siendo entonces propiedad de Fundación Disenso.

La agonía del sistema

25 de enero de 2017

Empleo el término agonía en su sentido original griego, recogido en español por Don Miguel de Unamuno, en su acepción de lucha y esfuerzo por conseguir un objetivo, lo que nos obliga a formular una serie de preguntas elementales para intentar llegar, al menos a unas respuestas que expliquen lo que nos está sucediendo: ¿Por qué la sociedad actual en Occidente ha vuelto a un enfrentamiento atávico que parecía olvidado tan solo hace unos años? ¿Quién ha propiciado el renacimiento de viejas consignas y proclamas altisonantes para erosionar nuestra convivencia?

Toda sociedad tiene entre sus miembros, tanto a nivel local como a nivel internacional, personas que opinan de forma diferente sobre el significado y sentido de la vida, así como ideas dispares en cuanto a lo que se entiende  por un orden justo y viable, tanto en su relación con el medio, el universo en el que vivimos, como  entre nosotros mismos.

Muchas de estas diferencias de intereses en muchos casos se han exteriorizado en conflictos,  algunos devastadores y otros en  que se ha llegado  a una solución de compromiso, tanto entre humanos de una misma comunidad como entre naciones.

Una de las primeras puntualizaciones que debemos hacer es que toda persona se ve condicionada por dos esferas: la individual con su problemática específica y su encaje en el sistema colectivo y la pública con sus instituciones representativas. Es muy frecuente que los problemas, carácter, insuficiencias o complejos personales, acaben encontrando su reflejo en la esfera colectiva, encarnando así una serie de posturas político sociales condicionadas por esos “egos” y circunstancias particulares, de modo que con frecuencia, la adscripción a uno u otro grupo político se materializa en función de esos instintos, filias y fobias básicas, es una adscripción que viene condicionada por nuestra particularidad y no por una convicción analítica racional.

Este es un hecho que todo gobernante de raza conoce y explota en su propio beneficio, unos en un sentido y otros en otro, encauzando esos sentimientos  según sus intereses personales para alcanzar el poder, es lo que observamos y definimos en demasiados ocasiones como demagogia: prometer aquello que positivamente sabemos que es irrealizable, imposible,  no solo por la promesa en sí, que incluso podría ser factible, sino por las circunstancias y condicionantes reales que rodean a toda sociedad en ese momento.

Tradicionalmente en la sociedad contemporánea hemos distinguido, según esas diversas adscripciones, simpatías, apoyos, intereses, convicciones,  entre unas llamadas “derechas” e “izquierdas”, un puro convencionalismo, por pura simplificación, dos posturas que históricamente han tenido significados y contenidos diferentes, dependiendo de las circunstancias históricas y el nivel de desarrollo social en cada momento, así como de la preeminencia de las ideologías de moda, pero que a pesar de los matices que han ido adoptando a los largo de la historia, esencialmente  han mantenido una uniformidad en cuanto a su calificación, preferencias, sentido de la sociedad y de la vida en general.

Dicha división de opiniones,  unida a los intereses nacionales y políticos internos y externos, ha conducido a la humanidad a un sinfín de conflictos, guerras y revoluciones que nos han salpicado inmisericordemente durante siglos. En unas ocasiones ha prevalecido un bando y en otras el contrario, pero en todo caso, con consecuencias poco alentadoras para la evolución pacífica de la sociedad.

Uno de los grandes logros de los últimos años, ¡casi un milagro contemplando la historia pasada de la humanidad! tanto a nivel nacional como internacional, ha sido  que tras unos tremendos traumas bélicos y sufrimiento infinito, se  ha conseguido construir y pactar un equilibrio razonable entre ambas mentalidades o facciones, al menos en Occidente.  

Volvamos entonces a la pregunta original ¿Por qué ahora parece renacer esta desgraciada y arcana polémica en Occidente, entre un sector y otro en el seno de sociedades, no perfectas por supuesto, pero evolucionadas y equilibradas, económica, social y culturalmente como nunca se ha visto en el pasado?

Como todo planteamiento que pretenda enmarcar una explicación aun superficial, debemos ver cuál ha sido la evolución ideológica de ambas posiciones durante estos últimos años en Occidente, y  cómo se ha desarrollado el tira y afloja de esas ideologías a la hora de querer conformar al conjunto social, cada cual conforme a sus creencias o principios. En otra época estaríamos hablando de fe en distintos credos.

Tras el éxito de una sociedad liberal, que ha pactado con un socialismo atenuado, de instintos más colectivistas, casi podríamos definir el sistema,  sin ánimo de polemizar, ni recurrir a demagogias,  que estamos ante una fórmula de capitalismo social o liberalismo socialista templado por el humanismo y la compasión de amplia raíz tradicionalmente cristiana. Al fin parecía que se  había llegado a un compromiso, en parte por puro mérito del sistema pero igualmente también por puro agotamiento ciudadano, a causa de unos conflictos desgarradores, que a nadie beneficiaban,  entre los principios de  libertad e igualdad.   

Ese equilibrio, entre ambas facciones o formas de entender la sociedad y el mundo en general, típico de la evolución política y social en Occidente tras las dos guerras mundiales más aterradoras que ha conocido la humanidad y una estéril  guerra fría, dentro y fuera de las naciones, da la impresión de que está tocando fondo.

¿La razón?, habrá muchas probablemente, una quizá la más evidente: Las nuevas generaciones al desconocer el pasado, no le tienen miedo a los viejos demonios de la naturaleza humana cuando esta se desboca, ya que ellos no la han sufrido y no se abstienen de intentar dejar su huella, repitiendo, uno tras otro, los mismos errores que sus abuelos. Otra causa sería, en mi opinión, que  movimientos radicales de la izquierda tradicional, en ocasiones aliados, paradójicamente, a unos intereses económicos no confesados, apoyándose en el propio sistema,  incrustándose en la sociedad contemporánea, para disgusto de otro sector incluso mayoritario de esa misma sociedad, utilizando casi monopolísticamente  los medios a su alcance: de comunicación, docentes, de poder electoral, lobbies de opinión, cargos públicos sectarios, con intención de derribar nuestro sistema occidental, ante la indiferencia de una derecha tradicionalmente más pasiva,  han roto ese pacto no escrito alcanzado tras tantos sufrimientos, al intentar forzar su modelo de sociedad sobre la mayoría.

La derecha tradicional se encuentra contra las cuerdas, habiéndosele privado de legitimidad e incluso de razón de ser, impera en el ambiente un dogmatismo de “progresía” que desprecia a sus contrarios y pretende ser el pensamiento universalmente válido, mientras todo aquello que se le oponga es anatema,  lo que en otras edades se llamaba herético…

Pero ocurre que ese sentimiento primigenio, conservador y liberal en el sentido amplio del término, forma también parte de la naturaleza humana: la libertad de conciencia, el deseo de progresar económicamente, la libertad individual, el deseo de orden y seguridad para uno mismo y su entorno, la apetencia de la propiedad, el respeto al orden natural biológico, el valor de la familia, el derecho personal, la justa retribución de los crímenes, el respeto a las leyes, la nación y sus costumbres, en fin todos esos valores que encarnan dicha forma de pensar y sobre todo de sentir. Tales valores y criterios deben ser respetados si deseamos que prevalezca la paz social.

Ocurre que tales personas, tendencias o colectivos, por emplear terminología contaminada, no suelen hacer mucho ruido, normalmente, pero cuando se encabritan, cuando son llevados al extremo de su paciencia suelen dar lugar a reacciones violentas, y entonces es cuando esas minorías, que se creían encarnación divina de la voluntad popular,  que ejercían esa enorme influencia y presión social, se sienten de pronto amenazados en su hegemonía  y tiemblan por su continuidad al verse sobrepasados. No entro en aquello de si son buenos o malos, listos o estúpidos, genios o figuras, es un hecho que cuando a un grupo humano se le lleva a sus extremos y se le pretende manipular más allá de lo necesario y razonable para la convivencia pacífica, reacciona y que en la sociedad actual, por razones en ocasiones inexplicables, a las sociedades de cultura occidental sobre todo a la clase media, se las ha llevado al límite de las provocaciones, presiones e imposiciones ideológicas. Provocaciones y asaltos, no nuevos desde luego, desgraciadamente, ya se han padecido en el pasado y no hace tanto tiempo y ha costado mucho el purgarlas, de hecho todavía hay quienes las están padeciendo,  cuestiones que creíamos superadas y enterradas pero que una nueva generación irresponsable ha vuelto a sacar al dragón de la caverna.

Estamos comenzando a ver los primeros síntomas de esa reacción y muchos todavía no creen lo que están viendo, se revuelven con sorpresa y rabia tras una larga hegemonía de años, y no lo aceptan, al tiempo, no va a ir a menos sino a más  y lo peor que podrían hacer esas fuerzas, hasta ahora mediáticamente dominantes, es reconocer el hecho y volver a un cauce de aceptación y equilibrio. Si se dedican a poner zancadillas en contra de una manera irracional, como el niño que no acepta compartir el juguete, es entonces cuando podría surgir de nuevo el gran conflicto. Es pura historia, veamos si hemos aprendido la lección, a nuestros padres les costó mucha sangre y no hace tanto tiempo…    

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