«Ser es defenderse», RAMIRO DE MAEZTU
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Este artículo se publicó en La Gaceta antes de convertirse en La Gaceta de la Iberosfera, no siendo entonces propiedad de Fundación Disenso.

La discrepancia perdida

29 de septiembre de 2016

El socialismo popular, o socialdemocracia, como le gusta denominarse, como ideología y norma social,  se ha convertido en la hipotética quinta esencia de la democracia, y  la democracia al estilo socialista, modelo en el que solo caben los votos como factor decisivo a la hora de gobernar, por encima de principios generales y valores, impera el criterio mayoritario puro y duro. (Qué razón tenía el viejo Engels) Esta ideología, se ha convertido en la religión oficial del estado, y junto a tal axioma se alinean todas las teorías referentes a la transformación de la sociedad, como “liberadoras de colectivos oprimidos”. Es curioso como el marxismo fracasado en sus postulados económicos clásicos, ortodoxos, ya no utiliza al proletariado como la víctima del sistema liberal, sino a los “colectivos marginales” como punta de lanza para moralmente justificar la imposición de esa “nueva forma de censura o ingeniería social” y así desmantelar al sistema clásico occidental.

Quien no simpatice con esa visón del mundo es anatema,  condenado al ostracismo, como ejemplifican hoy en día la filosofía política y económica, incluso del PP, que se rinde con armas y bagajes al criterio generalizado, o la propugnada por el PSOE o Ciudadanos, que en prácticamente nada se diferencian, salvando en las rencillas políticas entre candidatos.

La socialdemocracia es el canon europeo, y quien discrepe de tal conclusión no debe tener derecho a disentir ni a expresarse, al menos en los medios de difusión general. El problema añadido a tan decidida pretensión, es que junto a esta visión socialista de la sociedad, por razones que no acabo de ver relacionadas, salvo como una forma de erosionar las bases y raíces de nuestra propia civilización, para llevar a cabo su propósito socialmente igualador,  se quieren igualmente subvertir otros valores, criterios, tradiciones y sentimientos, que subsisten en el seno de la propia cultura occidental. Parecería  que pretenden alterar dichos baluartes ideológicos y sociales europeos, para conseguir la sumisión de la sociedad  a esa nueva religión.

Dicha campaña de derribo, va desde programar la forma correcta de pensar, de creer,  de sentir y de comportarse en esta vieja Europa y en  EE.UU., entre cuyas poblaciones, sobre todo en algunas, todavía subsisten fuerzas que se rebelan contra dicha nueva dictadura. Se tiene buen cuidado  de no autorizar la expresión de dicha resistencia en los medios,  ni dar publicidad abierta en los vehículos de comunicación generales.

Esta oposición silenciada mayoritariamente, tarde o temprano, aflorará si es que no lo está haciendo ya,  porque un pulso entre las profundas fuerzas populares y una elite de diseño, llevan a un choque frontal y en ese choque es difícil saber quien saldrá vencedor, lo que sí es fácil de pronosticar, con un mínimo de historia a nuestras espaldas, es saber que ese experimento  actual de modelo de mundo que se pretende imponer, fracasará, lo que de ahí salga es de momento una incógnita.

Querer formar una Europa Unida, renunciando, por corrección política, o por expreso deseo de cargarse determinados principios y valores, que son los únicos que de verdad teníamos en común, por encima del clima, la geografía o  las peculiares idiosincrasias, es absurdo. Lo que une a Europa es la tradición común y el espíritu combativo de esa tradición común: la filosofía griega, el derecho romano y el germánico, la religión cristiana, el racionalismo y la ilustración, pretender montarla, dejando de lado semejantes pilares para fundamentarla en un buenismo multicultural, es un disparate de ingeniería social condenada al más absoluto fracaso.

Europa está formada por naciones antiguas con una personalidad formada a lo largo de la historia, cada una tiene sus peculiaridades, perfectamente compatibles dentro de un esquema de valores común, esos valores, creencias y fe, que nos unen, una racionalidad una ética de origen cristiano, unas costumbres y unas tradiciones, una actitud combativa no sumisa, que ha luchado durante siglos, compitiendo unidos, o cada uno por separado, contra aquellas civilizaciones a nuestro alrededor, más extensas y poderosas desde los Aqueménides hasta el Imperio Otomano, de aquellos que han intentado ocupar este espacio e imponer su modo de ver el mundo. Un territorio de distinta tipología étnica pero básicamente común. Podemos estar diferenciados por las necesidades que impone el clima o la geografía, pero nuestra manera de enfrentarnos a la vida en lo bueno y en lo malo es muy parecida, y esa base es la determinan esos pilares comunes que hacen de columna vertebral de esta pequeña península de Eurasia y la de aquellos de sus miembros que se trasladaron en su día allende los mares en busca de una vida más generosa, en donde hallar más posibilidades de superar las limitaciones territoriales del viejo continente.

 

¿Por qué al querer estructurar una nueva Europa unida, se ha expresamente rechazado aquello que más nos puede relacionar? Tarde o temprano eso pasará factura, aquellas personas que se niegan a renunciar a su tradición cristiana, racional e ilustrada, manteniendo en sus territorios las costumbres y leyes que le han dado sentido a su existencia a lo largo de la historia, se están rebelando contra cualquier intento de modificar la filosofía básica que encarna el espíritu europeo, y así no se forja una UE.

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