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Este artículo se publicó en La Gaceta antes de convertirse en La Gaceta de la Iberosfera, no siendo entonces propiedad de Fundación Disenso.

Falta de sintonía

15 de marzo de 2017

Resulta verdaderamente sorprendente desde un punto de vista objetivo la falta de conexión sobre todo en España que existe entre la temática repetida hasta el hastío por políticos y los medios de comunicación en general y las cuestiones que preocupan ya que afectan directamente a los ciudadanos. Ignoro si se trata de algo aleatorio o una simple cuestión de espectáculo para atraer y fijar audiencias como si fuera una comedia televisiva más, o si estamos ante algo que se produce por unas razones concretas, pues no es normal la uniformidad observada en cuanto a la superficialidad de análisis y contenidos de la mayoría de los canales de información públicos e incluso privados, evitando abordar la problemática para definir el verdadero origen de la misma, lo cual no hace más que exagerar tal divorcio de intereses entre la población y los poderes públicos.

Es comprensible que la lucha por ocupar un puesto en los cargos representativos del poder sea una de las preocupaciones mayores de los candidatos a alcanzar dichas posiciones, y que el componente de espectáculo que encierra dicha competición para los medios sea en cierto modo prioritario, ahora bien el sistema electoral, el mecanismo de nombramiento o las razones que determinan dichas preferencias entre los partidos o entre los contendientes, no son ni deben ser la razón de ocupar el poder, ni es lo que de verdad interesa al ciudadano medio que vive pendiente de su día a día.

Quien ocupe el sillón, seamos sinceros, salvo para algunos fieles y adictos, no debería ser es lo esencial, interesaría mucho más: ¿qué es lo que van a hacer esas personas una vez alcanzado el mismo, cómo lo van a hacer y cómo van vigilar su cumplimiento? ¿Por qué se le da tanto protagonismo al proceso de acceso al poder, convirtiéndose así la política en un juego de nombres y personas y no de ideas? ¿Será porque carezcan de ellas o porque no se atrevan a definirse, es que ya han llegado a la conclusión de que para gobernar en este modelo de democracia la indefinición ideológica, el no retratarse, ser esponjoso y difuso, inconcreto con objeto de no atraer las iras o antipatías de nadie – aunque tampoco se consigan simpatías sinceras – es el medio de conseguir la victoria electoral?

Al carecer de programas realistas (es evidente que algunas posturas son transparentes en cuanto a sus intenciones y por tanto no se les puede incluir bajo este epígrafe) lo que más abunda son proyectos concretos poco diferenciados, con lo cual se cae en una simple alternancia y lucha entre personalidades. Esto es lo que nos ha llevado en los últimos años a tener, de facto, varios partidos socialistas, como antaño, y una izquierda variopinta que va desde la anarquía hasta el marxismo populista, cuya única obsesión es que no gobierne la derecha y una derecha que lo que le une es estar en el poder y evitar que gobierne la izquierda, ya que de hecho también está constituida por tendencias e ideologías muy diversas. En una palabra, habría, si fuéramos sinceros, como mínimo, revueltos o separados, incluyendo a los separatistas, siendo conservadores, unos diez grupos con aspiraciones a tocar poder…

La falta de definición acabará por llevar a una parte de la ciudadanía, la pragmática y sufrida, la que a través de sus impuestos financia el espectáculo, a la tentación de desear un gobierno tecnocrático incluso autoritario, una vez garantizados unos supuestos de convivencia elementales y prescindir de todo el aparato, ya que el ahorro sería sustancial y las necesidades económica reales, no planteamientos virtuales ideales, que nos va a plantear el futuro son considerables: desafíos demográficos y de productividad, migratorios y de recursos, financieros y económicos. Retos para los que se requiere una objetividad, competencia y sobre todo sinceridad a la hora de enfrentarse a ellos.

Sería deseable replantear el discurso político en torna a la problemática actual con realismo, huir de tópicos, ver hechos y posturas, creencias y situaciones reales, sinceridad y profundidad en los planteamientos, abandonar una dialéctica de eslóganes y lugares comunes, hay que recuperar la polémica y contraste de ideas, analizar el escenario, no tanto en función de conveniencias personales, volver a debatir: que los medios y los próceres vuelvan a discutir abiertamente sus posturas, sin ideas preconcebidas, sobre lo que es correcto y lo que no lo es, aquello que nos aborda existe independientemente lo que nos parezca.

El éxito de los movimientos recientes que han resurgido en Europa y EE.UU. radica en gran medida en la vuelta a un discurso abierto al público, un discurso que muchos ciudadanos entienden, aunque escandalice a otros sectores “elitistas” de la población o resulte anatema para una visión oficial que se ha mantenido indiscutida durante los últimos años.

 

Poner sobre la mesa una problemática existente, resucitar un lenguaje familiar para un gran sector de la población, denunciando hechos evidentes y fallos del sistema, asuntos que se han venido tapando por no encontrar una respuesta, o porque la respuesta que pudiera darse resultaba contraria a la forma oficial de enfocar y programar el futuro de la sociedad, ha resultado enormemente eficaz a la hora de captar la atención general, y si esta demanda de la sociedad no es atendida con la suficiente efectividad, el peligro que se avecina es que la gente pueda caer en la tentación de buscar una solución de una manera más contundente. Sería indispensable que la actual clase política y los medios, tanto de comunicación como de poder, acompasasen su lenguaje y discurso, a los intereses de sus ciudadanos, prestasen atención a estas demandas, para encauzar este movimiento por una senda liberal convencional, tradicional, no la nueva acepción del término, no sería bueno volver a caer bajo el imperio de sistemas totalitarios, que siempre han conseguido llegar al poder en circunstancias como la presente. No vale esconder la cabeza, “negar la mayor” y rechazar las propuestas del opositor demonizando al mismo, no se puede endiosar una ideología por encima de la realidad, todo progreso en la humanidad se ha producido por evolución ni revoluciones ni ingenierías genéticas.  

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