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Este artículo se publicó en La Gaceta antes de convertirse en La Gaceta de la Iberosfera, no siendo entonces propiedad de Fundación Disenso.

Fidel Castro, ‘referente mundial’

30 de noviembre de 2016

Nada como analizar la reacción ante hechos puntuales, como la muerte de Fidel Castro, para llegar a definir y descubrir las verdaderas razones y formas de pensar de algunas personas, pública y privada.

El decir que Castro fue un personaje clave en la comprensión del siglo XX es una evidencia, pero tal definición carece enteramente de contenido valorativo, también fueron claves para la comprensión de la historia reciente Hitler, Stalin, Mao, Mussolini, Pol Pot,  Franco, Pilsudski, Pinochet y tantos otros como en el pasado lo fueron Napoleón, Genghis Khan, Tamerlán Pedro el Grande o Atila, lo que no implica que hayan sido ni benéficos ni dejen  de serlo, se trata de una colección de tiranos mesiánicos o dictadores según se prefiera denominarlos.

Lo primero que hay que distinguir es la diferencia entre un dictador, que es una persona que ejerce temporalmente el poder, en una situación específica,  y que no pretende, o no es capaz, de establecer un nuevo modelo de estado, con continuidad,  y  los que instrumentan un estado totalitario en función de una idea y cuyo arrastre histórico, para bien o para mal, tiene consecuencias a más largo plazo, a la vez que implica una opresión y una penetración mucho más profunda en las mentes de la población.

Cuando escuchamos comentarios sobre un personaje como Fidel Castro, un tirano totalitario de izquierdas, con  todos los atributos de un déspota, que redujo a su pueblo a un amasijo de miseria, y que con su camarilla fue causante de un exilio que vaya más allá de tal calificativo, pues supuso la pérdida física de más de un 20% de la población del país, emitir opiniones o dar explicaciones que de alguna manera encubren comprensión o simpatía, aunque no abierta, pues sería un escándalo entre los “bien pensantes”, no digamos nada de aquellos que abiertamente se dedican a loar al personaje y colocarlo como referente de dignidad para todo un continente, estamos ante personas que o bien románticamente continúan dentro del síndrome de la superioridad moral de la izquierda, o  justifican alcanzar un fin por cualquier medio, siempre y cuando sea con altruistas intenciones: la famosa frase de Stalin que tanto gustaba a la izquierda divina europea en su día: “para hacer una tortilla hay que romper los huevos…”   Estamos ante personas que por razones íntimas en realidad lo justifican.

Por tanto, estamos ante una reacción en última instancia de simpatía, no racional, personas movidas por razones ideológicas, que justifican aquellas situaciones dictatoriales o despóticas, siempre y cuando provengan de posiciones ideológicas afines. Lo cual en algunos casos no deja de ser sorprendente, pues implica una dosis de irracionalidad, incluso entre personas que carecerían de todo motivo para simpatizar con tales métodos,  con intereses individuales objetivamente contrarios. Esta postura es la manifestación profunda de un sustrato psicológico no compatible con el discurso político hipócrita al uso. En el fondo quien así piensa, con su comportamiento, lo que viene a poner de manifiesto, es que muchas personas se muestran más influidas por empatías, simpatías o antipatías, filias y fobias, que van más allá del discurso racional.

Lo paradójico es que la mayoría de las personas que acarician esas ideas revolucionarias  utópicas, serían incapaces de aceptar la forma de vida en que devienen tales movimientos. Aunque por mal que nos pese, tal tendencia emocional, si persiste el tiempo suficiente y es lo suficientemente numerosa, es como una fiebre colectiva irracional, puede llevar a que tales dictaduras se instalen en el poder,  aunque luego se arrepientan, y acaben por llevar a una sociedad a la más profunda miseria.

La única justificación racional que pudiera tener una dictadura, o  un estado totalitario, para una persona con objetividad, es evitar un mal mayor y llevar al conjunto de la sociedad a un nivel superior de estabilidad y desarrollo económico y social.  La necesidad de superar una situación crítica,  evitar un caos, es lo que podría condonar la utilización de métodos coercitivos, incluso violentos para lograr ese fin, ahora bien su valoración última, vendrá dada a posteriori: es decir por sus resultados. En resumen, fríamente: cual era la situación de la nación y de la sociedad en general al comienzo y cuál es la situación al  finalizar esa dictadura. Ese sería el baremo para evaluar lo que de positivo pudiera haber en una situación extrema o crítica que aconseja o incluso obliga tomar tales soluciones.

Con ese criterio en mente, no cabe duda de que la dictadura cubana es nefasta, evidentemente la situación de la isla no era ni mucho menos ideal cuando se instaló el castrismo, pero el resultado tras el período autocrático es palmariamente negativo, hasta unos límites incomprensibles para un país, no pobre y con una población capaz y emprendedora, como bien han demostrado aquellos cubanos que han salido del país y han conseguido prosperar en una de las sociedades más competitivas del mundo: la de EE.UU. y no sin brillantez.

Comparado con la otra bestia negra de las dictaduras sudamericanas, que sería la de Pinochet, resulta que la diferencia es transparente. Tras la salida pacífica de Pinochet del poder, Chile que era un país de segundo orden, se ha convertido en el mejor y más destacado modelo de desarrollo y progreso de toda Sudamérica. No así sus vecinos argentinos, otra dictadura de derechas fallida.

Podríamos señalar muchos ejemplos parecidos, aunque nos demonicen los “políticamente correctos”. Compárese la situación de España antes del 36 y la que se encontraron los artífices de la transición en el 75, en sentido contrario la Venezuela de Chaves y Maduro, un país prospero, que necesitaba sin duda reformas sociales importantes, pero que no era un vertedero de escasez, violencia y pobreza general, que es en lo que han convertido a una de las naciones más ricas del mundo.

La Alemania de Hitler, que tras un despegue positivo inicial, nos lego millones de muertes y la mayor tragedia bélica de Europa; la Unión Soviética de Lenin o Stalin, que se encontró a un imperio por desarrollar, lleno de injusticias sin duda, pero que lo que a continuación dejaron fue además de una máquina militar y una sociedad castrada, tanto en su territorio como a su alrededor no tiene parangón de sufrimiento en los anales de la humanidad reciente. Tal situación es solo comparable a la de su colega ideológico Mao,  que en nombre de una China mejor, eliminó a millones de personas y quiso destruir las bases de una de las más antiguas e importantes civilizaciones del mundo. Sin embargo su sucesor Deng Xiau Ping, igual de dictador implacable, pero con más inteligencia y menos sectarismo ideológico, inicio un proceso que habría de transformar a China en una de las grandes naciones de mundo, mejorando, si bien no para todos, el nivel de vida de su pueblo a unos niveles ni soñados al principio de su mandato.

En resumen y abreviando,  considerando sus resultados, independientemente de que como régimen político la dictadura es un sistema incompleto y no deseable a la larga,  las hay cuyo saldo es positivo, y las hay cuyo saldo es negativo, el empeñarse en no verlo, solo nos puede llevar a la conclusión de que aquellos que aprueban un modelo y rechazan el otro lo que siguen son simpatías y emociones y no razones.

La pregunta a partir de esta consideración sería: ¿Porqué hay personas entonces que simpatizan, justifican, aprueban, votan,  buscan o desean que adoptemos un modelo que ha dado los peores resultados, menos libertad y mayor miseria reparte?

 

 

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