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Este artículo se publicó en La Gaceta antes de convertirse en La Gaceta de la Iberosfera, no siendo entonces propiedad de Fundación Disenso.

La fragilidad moral del ser humano

20 de abril de 2017

Por muy elevado concepto que se tenga sobre la naturaleza y el sentido altruista que adorna a los humanos, incluyo a todas las razas, etnias y subgéneros locales, hasta el más optimista tendrá que reconocer que las tentaciones rondan a la mayoría y que un número bastante numeroso de los mismos, confrontados con la posibilidad de beneficiarse, aprovechan la ocasión.

Hay una gran hipocresía en la critica a la corrupción, que se me entienda, no la justifico, por parte de personas que nunca han tenido ni la posibilidad de verse tentados y que por otra parte en su pequeña escala no rechazan  aprovecharse de los huecos que la vida le ofrece para obtener un beneficio.

Tal realidad no excluye por supuesto la existencia de personas incorruptibles y generosas con su tiempo e inteligencia, que evitan tales seducciones, aunque siempre será conveniente que existan mecanismos eficaces de control que limiten el poder de aquellas personas que ocupen puestos de responsabilidad, y que por si su voluntad no resiste la tentación, al menos que teman el castigo.

Partiendo de la base de que no existe el ser perfecto y que por tanto toda investidura de poder deberá estar vigilada estrechamente: todo sistema político al margen de las personas que lo ostenten, debería estar en principio restrictivamente estructurado y limitado. Este es un principio axiomático de los sistemas liberales- parlamentarios – occidentales, que está incardinado en la esencia de todas su constituciones o leyes básicas, ha sufrido un notable asalto por parte de ideologías más intervencionistas, no entro aquí a valorar sus méritos,  que peligrosamente se han visto fortalecidas precisamente por los actuales avances tecnológicos, otorgándole a los personajes públicos un  poder de controlar y corromperse muy superior al que podría darse en una sociedad más primitiva.  

Esto abre un tremendo dilema: si el estado es cada vez más poderoso, abarca cada vez mayores cuotas de poder y se requieren más personas,  aquellas que constituyen su organigrama a todos los niveles,  aquellas que en la práctica son las que controlan los hilos del estado y  los centros de decisión de las grandes empresas,  habrá cada vez más individuos que puedan aprovecharse de su puesto, personas con sus debilidades y flaquezas, expuestas a la tentación de administrar la “res pública” como mejor les parezca a sus intereses. 

Teniendo en cuenta que la capacidad de controlar informáticamente a las personas puede llegar a ser total, estos poderes fácticos, nacionales e internacionales, controlan cada vez un mayor porcentaje de la riqueza colectiva, por vía impositiva directa, indirecta y mediante tributos especiales, con lo cual los ciudadanos efectivamente pierden en su mayor parte la capacidad  de  decidir sus preferencias en favor de esa maquinaria estatal, y si esa cesión de su independencia, económica y social, se tradujera solamente en un sistema de gastos controlados, donde claramente se viera que el producto de su sacrificio tributario se tradujera en bienes que favoreciesen exclusivamente a la colectividad, aunque no se esté de acuerdo con las teorías socialistas,  la cuestión tendría un pase, pero si a lo que estamos asistiendo es que todos, y cuando me refiero a todos es que son todos los partidos, están infectados de corrupción congénita, simplemente porque su propio funcionamiento requiere de las contribuciones que mantienen sus máquinas en marcha, mega estructuras sin la cuales se derrumbarían. En el fondo y para mayor agravio, las ideologías ya cuentan poco, en realidad estamos ante unos juegos de ambiciones e intereses personales, mucho más susceptibles de generar corrupción al faltarle la fibra moral en esa lucha por el poder.

Esa nueva omnipresente tecnología en manos de la estructura dominante en cada momento, restringirá dramáticamente la libertad de las personas, ya que permitirá la utilización de un inmenso poder coercitivo al otorgar una potestad desmesurada a los individuos que componen los cuadros de mando de los mismos partidos políticos.

Sería por tanto absolutamente necesario, dado el enorme potencial de las nuevas tecnologías, replantearse unas bases impositivas proporcionales a la hora de plantearse la obtención y asignación de recursos por parte de la autoridad fiscal así como unas normas de privacidad de cara a la autoridad gubernativa para respetar la libertad de las personas a la hora de disponer de los recursos obtenidos individualmente o de acción y pensamiento.

Es imprescindible, si lo que de verdad se busca  es sanear el sector público y eliminar tentaciones, redimensionar este modelo de estado, cada vez más poderoso y controlador, que acaba por conceder excesiva autonomía y poder a los individuos que encarnan ese poder, una situación de la que se deriva una corrupción inevitable, pues la naturaleza humana, salvando excepciones honrosas, es muy vulnerable a dejarse corromper y al halago. Los partidos políticos, todos, acaban por enrocarse en una endogamia corporativa que degenera y acaba pudriendo el sistema.

No somos tan ingenuos como para pensar que por ser los estados más reducidos y sencillos vaya a desaparecer la corrupción, siempre habrá ocasión para que se produzca el trasvase indebido de fondos entre aquellos que ejercen el poder y sus tributarios, lo que sí es innegable es que será más fácilmente controlable, fiscalizable,  por simple volumen, será menor, no este despropósito que nos está anegando, cuyo origen radica más en la financiación del propio sistema que en los casos particulares. En resumen ya lo decían los clásicos, Adam Smith y compañía, los liberales no podemos dejar de proclamar el credo, cuanto más recursos manejen las particulares mejor le irá al conjunto, lo que no excluye que haya unos ciertos controles, pero los imprescindibles…

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