«Ser es defenderse», Ramiro de Maeztu
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Este artículo se publicó en La Gaceta antes de convertirse en La Gaceta de la Iberosfera, no siendo entonces propiedad de Fundación Disenso.

El futuro de una sociedad

11 de enero de 2017

Con frecuencia se le critica a la clase política su falta de visión de futuro, y es cierto, parece que vive envuelta en un constante esfuerzo de apagar fuegos urgentes sin prestar atención a otras cuestiones de fondo que quedan pendientes en aras de la conveniencia electoral o popularidad mediática.

Pero si lo pensamos, sin pasiones ni prejuicios, eso es perfectamente lógico,  pues tales son las exigencias del sistema en que estamos inmersos, el procedimiento escogido para determinar quien gobierna, no es otro que seguir las indicaciones de la voluntad colectiva de cara al mecanismo de ejercer el poder, que es la máxima aspiración de un político de partido, sin prácticamente otros atenuantes o consideraciones.

¡Qué no debería ser así! Por supuesto, en un mundo ideal, deberían prevalecer los criterios de servicio público y vocación de servir a la comunidad, y no digo que no haya casos, pero lo normal es que la persona se adapte al medio y este le empuja en ese sentido: quien quiera alcanzar el poder tiene que prestar oído a los vaivenes y opiniones cambiantes de la mayoría.

Al fin y al cabo dichos representantes son un reflejo de la sociedad en la que se desenvuelven, que también es “cortoplacista,” sería muy raro que se diferenciaran dramáticamente del entorno en el que nacen, viven, se desarrollen y desaparecen, y puesto que estamos en un entorno muy diferente al de simplemente hace unos años, en que la inmediatez, el presente rabioso, la velocidad, la información sin reflexión se han apoderado de las mentes del hombre actual, y a eso añadimos  estupideces como “el metalenguaje” “La post verdad” y majaderías falazmente perniciosas como esas, habrá manipulación y mentes huecas que sigan a esta legión de falsos profetas, oportunistas, estafadores y resentidos, doctos profesores de una acrisolada mediocridad, digna de un “gran hermano”,  “citas a gogó” o vulgaridades  degradantes  como un “Kardashians” de marca hispana, epítome de la ignorancia arrogante más palpable.

¿Quién no ha escuchado una y mil veces a estos nuevos filósofos declarar enfáticamente que lo único que importa es el presente…?  ¡Cómo puede alguien decir semejante tontería! Afirmar tal cosa no es otra cosa que una tontería, el pasado ha existido y el futuro puede o no existir y eso depende de lo que hagamos en el aquí y ahora, el presente. El presente es precisamente eso:  un fugaz momento, una honda dentro de una corriente,  que si no se pone en perspectiva respecto a un pasado y un futuro no es nada, lo que existe es el fluir, tanto desde un punto de vista filosófico, ya lo dijo Heráclito hace muchos siglos,  como del de la física contemporánea: David Bohm, y cuando se dice que todo es relativo, que no existen libros al respecto, se miente, hay bibliotecas, pero quien tal cosa dice no se ha tomado el trabajo de leerlas.     

Creo y sé que lo que voy a decir es anatema en la actual coyuntura política: el sistema democrático actual ha llegado a su propia némesis, a base de extender el valor de la opinión pública a unos límites condicionantes excesivos se ha llegado al paroxismo. Temas especializados, cuestiones que requieren un conocimiento específico y una experiencia,  son tratados por auténticos incompetentes, al margen de cualquier ideología, simplemente porqué han sido votados por un grupo de individuos lo suficientemente amplio para otorgarles el poder. Esto es aberrante desde un punto de vista de la supervivencia a largo plazo de una sociedad.

El que todo poder debe apoyarse, para ser legítimo y poder subsistir a la larga, en un apoyo popular es la esencia de una democracia bien entendida, pero eso no debe confundirse con que todos puedan opinar de todo, o creer que una opinión, más o menos mayoritaria, sea correcta, solo por el hecho de ser compartida por muchas personas. Tal argumento es tan evidentemente ridículo como encargarle a un jardinero que haga una intervención a corazón abierto…

 

En última instancia, toda sociedad ha de ser gobernada por un grupo, independientemente de que hablemos de una monarquía, en la cual siempre habrá una camarilla, una aristocracia, que lo es, o una democracia que se ejerce mediante representación, la calidad de ese grupo es esencial para el buen funcionamiento de una nación. Para que una democracia o cualquier forma de gobierno puedan ser eficientes y no convertirse en la dictadura de una minoría que controla torticeramente a una mayoría indocumentada, ha de ser  “meritocrática”, donde un hombre pueda progresar en su seno en función de su capacidad y “liberal”, donde una batería de leyes fundamentales protejan al individuo de las medidas aleatorias o discrecionales del poder. Dichas democracias han funcionado, con sus más y sus menos. El puro electoralismo está condenado al fracaso. Simplemente no puede funcionar porque el hombre es como es y no un ser angélico, el hombre necesita de libertad, equilibrios y limitaciones. Si una democracia se convierte en ilimitada: degenera, se convierte primero en anarquía ingobernable y acaba en tiranía. Pues los pueblos cuando descubren que sus clases gobernantes son incapaces de solventar sus problemas, y pierden el tiempo enfrascados en su propia dinámica de poder, acaban por echarse en brazos del que imponga un orden y proporcione una solución aunque esta haya de hacerse de forma drástica.

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