«Ser es defenderse», Ramiro de Maeztu
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Este artículo se publicó en La Gaceta antes de convertirse en La Gaceta de la Iberosfera, no siendo entonces propiedad de Fundación Disenso.

Las inevitables decisiones en el ejercicio del poder

30 de marzo de 2015

¿Dónde tiene su origen esa animadversión tan enconada a nivel personal, más hacia Rajoy que hacia el PP, que se refleja en las elecciones y en las encuestas?  Y sobre todo en la actitud y enfado de sus propios votantes.

Todo ejercicio del poder en un grupo humano debe buscar apoyo en una ideología o filosofía de vida, lo que supone asumir una postura que entraña riesgos y genera enfrentamientos con aquellos que no participan de los mismos puntos de vista o intereses colectivos o individuales.

Siempre habrá quienes no coincidan con la apreciación de quien lo ejerce, con lógica o sin ella, en ocasiones, más de las recomendables,  por pura y simple antipatía anímica o intereses personales, aunque un buen gobernante, un verdadero estadista,  debe asumir esa realidad y gobernar  según sus criterios, sobre todo de los del grupo que lo ha puesto al frente, aunque eso entrañe necesariamente generar enemigos en ocasiones violentos.

El prescindir o aparcar los principios que informaron al colectivo que representan unos gobernantes, al igual que la postura de un autócrata (que a su vez defiende los intereses de una oligarquía),  es perfectamente posible, pero entonces el poder se convierte en el  ejercicio de una voluntad personal y arbitraria cuya única disculpa es su propio afán de dominio y el perpetuarse.   Cuando en pasados momentos de la historia tales circunstancias se producían, pues el poder es como una droga de la que es difícil sustraerse, ha sido defenestrado, tarde o temprano, ya por sus colegas, jerarcas o los propios esbirros de la autocracia monárquica o por las urnas en un sistema liberal democrático.

El Presidente Rajoy accedió al poder tras unas elecciones en que obtuvo la mayoría absoluta, en una nación en cuyas circunscripciones territoriales, autonomías y municipios, estaban mayoritariamente bajo su control, es decir tenía todo el poder posible en una democracia, para llevar a cabo parlamentariamente las modificaciones legales e institucionales que legítimamente  hubiera querido, para darle una vuelta a la situación calamitosa en la que nos había hundido el régimen socialista del Señor Zapatero y los nacionalistas.

Es cierto que España tenía un déficit económico estratosférico y que eso había que resolverlo para poder continuar en la UE y sustentar un estado viable,  pero como todo empresario u hombre de la calle sabe, la solución a cuadrar las cuentas, ingresos y gastos, puede hacerse por dos vías: aumentando los ingresos o cortando gastos. Políticamente Rajoy se encontraba para cuadrar ese desajuste con un dilema. Uno: enfrentarse con un sector amplio de la sociedad española, que ha vivido y medrado en el sector público a través de diversas instituciones, partidos, sindicatos,  administraciones locales,  regionales, subvencionados, empresas públicas, asesores, muchos y de todos los partidos,  grupos de presión, o conservando la estructura imprescindible reducir ese aparato económicamente parasitario  para equilibrar los gastos a los ingresos. Esto hubiera generado una agitación social agresiva incómoda y  violenta en muchos casos, ya que estaríamos retirándole los medios de subsistencia a muchos colectivos que han vivido a costa de la política y de la administración pública a todos los niveles y que hubieran tenido que buscarse la vida en otros sectores, o dos: aumentar los ingresos vía subida de todos los impuestos, IRPF, IVA, IBI, especiales, etc. a un colectivo ciudadano dócil y fácil de controlar, pues es mayoritariamente la clase media y media baja la que está sujeto por las nóminas y la necesidad del consumo diario, personas que no son peligrosas pues no se espera que salgan en violentas manifestaciones por la calle ni vayan a revolucionarse.

Desde un punto de vista de estrategia político-militar de paz social la elección no tiene duda. La segunda opción es la lógica, la fácil la que evita el conflicto en la calle, las huelgas y las manifestaciones. La otra resultaría muy incómoda para gobernar. Por eso no admito que afirme que opinar es fácil y gobernar difícil…estoy de acuerdo, pero la parte desagradable de gobernar la ha obviado que es la de enfrentarse si es necesario a cara de perro. Como hizo Margaret Thatcher con los grandes sindicatos británicos para salir de la postración económica.

Ahora bien esa elección supuso una traición a su electorado, un electorado con unos principios y unos intereses, y a muchos de la oposición, muchos  que estaban esperando medidas claras y contundentes de su gobierno en temas que nada tienen que ver con la economía: unidad nacional, terrorismo, sistema electoral, judicatura. ¡Que para eso le habían votado! No es de extrañar que la factura que le pasa esa clase media escueza, un votante que solo le queda el recurso de votar en contra. Pasará a la historia como la persona que llevo la ruina al partido conservador de España, paradójicamente, teniendo en sus manos todos los instrumentos democráticos del poder. O se produce el milagro…

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