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Este artículo se publicó en La Gaceta antes de convertirse en La Gaceta de la Iberosfera, no siendo entonces propiedad de Fundación Disenso.

El necesario equilibrio ideológico en los partidos

23 de octubre de 2014

No puede pretenderse que todo el mundo tenga exactamente la misma opinión, si bien puede hablarse de “familias ideológicas” que coinciden en más puntos de los que discrepan y están dispuestos a colaborar a una causa común.

Todo partido político que pretende llegar al gobierno debe ser, en una democracia, ”mayoritario”, al menos temporalmente, mientras ejerza el poder para que una sociedad pueda avanzar y la convivencia sea posible. Igualmente debe existir un consenso básico, incluso entre los partidos mayoritarios tradicionales, sobre determinados principios inalterables, independientemente de las ideologías, para que pueda existir una convivencia pacífica: es lo que en las democracias parlamentarias liberales podríamos denominar constituciones.

Los partidos tradicionales en España llámense de izquierdas o de derechas, distinción convencional, que cada vez tiene menos sentido, parece que se han olvidado de ciertas realidades básicas que los están llevando a su desaparición al convertir la política en una mera lucha por alcanzar el poder electoralmente. Debe buscarse el equilibrio dentro de los propios partidos y en la nación en general. Por ejemplo el PP identificado como el partido de la derecha ya no lo es, era una familia de ideologías compuesta por conservadores tradicionales, democristianos, liberales, católicos creyentes, propietarios, profesionales libres y “nacionalistas españoles”  así como algunos marginales afines. Lo lógico es que la política de dicho grupo  reflejase en su gobierno, aun con discrepancias internas, consenso. No debería haberse permitido la condición hegemónica de una elite funcionarial que se ha impuesto por encima del conjunto. Seamos sinceros: los votantes  conservadores están que trinan, los liberales políticamente están ausentes, carecen de poder o influencia, al igual que los democristianos o católicos, por no hablar de los nacionalistas españoles, o los propietarios y profesionales, asediados fiscalmente a todos los niveles municipales, autonómicos y nacionales. Es obvio que un partido que pierde a sus votantes, no es que simplemente pierda, es que puede desaparecer, para que resurjan una serie de partidos dispersos, cada uno representando a las distintas tendencias. La sola teoría del voto útil está yendo más allá del más elemental sentido común, es un órdago suicida.

Al PSOE le ha ocurrido algo similar en su campo, una familia en la que hay socialistas marxistas, socialdemócratas, socialistas sin más, sindicalistas, comunistas, anarquistas, anti sistema, regionalistas, libertarios… La izquierda siempre ha sido más variopinta. Hoy ha perdido su centro y se encamina a unas elecciones donde la tentación es descentrarse, lo que le conduciría al mismo desastre que sufrió tras la guerra del 36. No olvidemos que frente al régimen de Franco estaban los comunistas fundamentalmente apoyados por la URSS y que los socialistas renacen en la transición apoyados descaradamente por los socialdemócratas alemanes. Estos buscan desesperadamente una ideología distintiva, ya que muchos de sus principios básicos y  del liberalismo ya han sido consensuados  con la derecha tradicional y se practica activamente: educación universal, sanidad, respeto a los derechos de los trabajadores, jubilaciones dignas, divorcio, libertad religiosa… Un partido de gobierno debe proponer ideas que no sean meras utopías, la izquierda no debe caer en mesianismos utópicos. Ese es su desafío: dar un giro acoplado a los tiempos que corren. En realidad ambos partidos deberían buscar un mayor consenso dentro de sí mismos, que cada uno haga su papel, la  derecha conservadora, y la izquierda repartidora, para encontrarse a mitad de camino y juntos buscar proyectos  ilusionantes realistas.

Tal como están las cosas, desgraciadamente, veo un desenlace en que ambas tendencias se van a reorganizar en una ensalada de partidos, incapaz de sacar a una España fraccionada adelante. Es grande la responsabilidad de los aparatos de partido,  no deben monopolizar el poder, es el origen de toda la corrupción. Podría llegar el momento en que al final, un pueblo “cabreado”, provoque que los extremos  rompan la baraja y entonces vendrá “el llorar y crujir de dientes…”

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