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Este artículo se publicó en La Gaceta antes de convertirse en La Gaceta de la Iberosfera, no siendo entonces propiedad de Fundación Disenso.

Se necesitaría un auténtico Senado

28 de abril de 2016

Política ficción

Senador viene de “senior”,  es decir persona mayor, que ocupa un puesto de honor en el gobierno de una república, persona que ha ocupado diversos cargos de responsabilidad y que exhibe una reconocida trayectoria personal y profesional. Al menos eso es lo que debería ser, otra cosa es como se haya ido  presentando a lo largo de la historia. En última instancia dicha institución, hoy en día, se ha convertido en un cargo más, elegido directamente por sufragio popular, con lo cual pierde su característica definitoria,  aquella que debería definir su postura ante los problemas que van surgiendo en una sociedad: la independencia de criterio y la objetividad, perdiendo así  una de sus funciones más importantes,  aconsejar y servir de contrapeso a la urgencia de aquellos que en un momento determinado tienen que tomar decisiones de largo plazo.

Tal como está planteada la institución, no queda garantizada la experiencia ni la valía de sus miembros sino su popularidad, quedando limitado su poder a la hora de intentar frenar aquellas decisiones que simplemente vienen impuestas por una conveniencia política en el corto plazo. Limitar el ejercicio del poder y sujetarlo a derecho es la característica más importante de las democracias parlamentarias.

La función de un senado,  sería la de moderar, encauzar y estabilizar las diversas tendencias que van apareciendo a lo largo del tiempo e impedir virajes violentos en la sociedad que pudieran hacer peligrar la convivencia y la paz colectiva,  limitando así el poder del puro electoralismo y la potencial dictadura de los partidos. El darle contenido de cámara territorial no sería más que una versión federal del mismo sistema.  Románticamente me estoy refiriendo casi al mítico “consejo de ancianos”

Es evidente que cada generación, al igual que cada persona, tiene unas preferencias y unas ideas, que de una u otra forma desea ver triunfar, obviamente en función de su situación y de sus objetivos; la política es el campo en donde dichas tendencias y aspiraciones individuales y colectivas compiten entre sí por su prevalencia, es una lucha por afirmar los propios criterios y eliminar los ajenos. Este conflicto es lógico y natural, es un conflicto personal y colectivo por implantar un sistema que garantice sus propios intereses y convicciones. Esta pugna puede presentarse entre miembros pertenecientes a distintas ideologías pero también puede ser dentro de la propia, en función de la edad y la experiencia de cada persona.

El senado debería ser la institución formada por veteranos de las diversas tendencias ideológicas, la institución que moderara las ansias de poder de las nuevas generaciones, con exceso de ansia y entusiasmo por alcanzar el poder pero faltos de rodaje, un freno a las veleidades, con el fin de impedir que dicha oposición de intereses  desemboque en una guerra o en un desastre social que acabe por perjudicar a todos.

Esto resulta tan evidente en España hoy en día, que no hay más que escuchar a veteranos del socialismo como Felipe Gonzalez, Alfonso Guerra o Joaquin Leguina,  interviniendo para  frenar la deriva revolucionaria del nuevo alevín Sanchez  y la nueva generación de aspirantes a ministros, o a la vieja guardia de la derecha española, criticando abiertamente la política de la nueva generación del PP. Incluso muchos, que en el pasado han sido marxistas radicales o simpatizantes, no me detengo a mencionar nombres porque son legión,  quizá el más representativo sea el famoso Cohn- Bendit, ¡virulento revolucionario de mayo del 68 dirigiéndose al parlamento europeo en calidad de diputado!,  si se les escucha hoy parecen casi liberales… ¿Por qué será? Por desgracia, toda esa experiencia, acumulada por unos y otros, está cayendo en saco roto, ya que el ansia por alcanzar el poder o conservarlo es tan acusada que nadie quiere escuchar a la voz de la experiencia, que aunque solo fuera por los años y la práctica tiene autoridad para que se le escuche.

En mi opinión no debería bastar escuchar, sino que tuviera la fuerza ejecutiva suficiente como para paralizar algunas de los disparates que se están diciendo y planteando. Esa debería ser la función del senado. Es desesperante ver, como una vez tras otra, los humanos cometen los mismos errores,  cuando estos han sido avisados con más que suficiente antelación.  La juventud posee indudablemente unas virtudes y una energía absolutamente necesaria para empujar y promover el progreso pero esto no es suficiente para gobernar con acierto, se requiere el peso que da la experiencia y el conocimiento adquirido en los estudios y la vida. No considerarlo ni tenerlo en cuenta, aunque se presuma de lo contrario,  nos lleva una vez más a ese dicho tan terrible de que quien desconoce la historia está condenado a repetirla.

Esta incomprensible muestra de irracionalidad: el no aprovechar el conocimiento y experiencia de las personas mayores, prestándoles la debida autoridad y poder como para encauzar a nuestras generaciones futuras, es algo absurdamente asumido incluso por aquellos, que teniendo los años, ponderan y celebran a la juventud como si fuera un valor supremo, como si fuera una virtud en si misma (por el contrario  más de un psiquiatra afirmaría que la adolescencia, que hoy en día se prolonga enormemente, con los estudios y la cobertura familiar,  se trata de una enfermedad que se cura con el tiempo…). Estamos sufriendo un remolino de infantilismo en una sociedad que en pocos años será un geriátrico.

Por ejemplo parece una broma que en unas sociedades en las que cada vez tardan más los jóvenes en alcanzar la independencia y la madurez, se pretenda regir exclusivamente por valores juveniles, proponiendo bajar la edad de voto a los 16 años. Una propuesta, que hoy en día, probablemente no en el tiempo de nuestros abuelos, solo puede tener el objetivo de aprovecharse de la ingenuidad de las nuevas generaciones, instaladas en la protección que les proporciona la sociedad contemporánea y la tolerancia materno-paterna, para promover causas utópicas que sirvan de cobertura a intereses no confesables de acceso al poder.  

El largo plazo, a pesar de la “boutade” de Keynes,  debe ser tenido en cuenta dentro y más allá de nuestra vivencia individual, si pensamos en nuestra sociedad con una ilusión de continuidad, deberíamos pensar en nuestros hijos, lo cual no pasa necesariamente por “darles el voto”, todo ser que viene al mundo necesita un aprendizaje y una experiencia antes de echarse adelante, y debe ser protegido,  eso es lo que caracteriza  una sociedad sana y con futuro, si solo vemos el presente, los errores se repetirán, y las nuevas generaciones habrán de padecer esa falta de experiencia de sus gobernantes. Cualquier militar podrá ilustrarnos sobre la diferencia entre táctica y estrategia, lo mismo sucede en política o economía, las equivocaciones se pagan muy caras y en determinados casos el decir luego:   ”lo siento mis intenciones eran buenas…”  no debería ser tolerable, cuando la experiencia de nuestros mayores nos hubiera aconsejado otro curso de acción.

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