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Este artículo se publicó en La Gaceta antes de convertirse en La Gaceta de la Iberosfera, no siendo entonces propiedad de Fundación Disenso.

Populismo

16 de noviembre de 2016

La definición de esta palabra según la Real Academia Española de la Lengua es: “Tendencia política que pretende atraerse a las clases populares…” A continuación precisa que tiene sentido despectivo. Ateniéndonos al sentido literal de esta palabra, resulta que en una democracia electoralista, donde gobierna quien más votos o apoyos tiene, sin más paliativos, dado que las clases populares (concepto que habría mucho que precisar) son las más numerosas, es un hecho generalizado que el populismo es algo común a todos los partidos y tendencias políticas, al buscar todas ese apoyo de la mayoría, con objeto de alcanzar el poder.

¿Por qué entonces incluimos bajo el término populismo a un Podemos, al régimen venezolano, a un FN de Francia o a un Trump en EE.UU. por ejemplo, y no lo hacemos cuando nos referimos al partido demócrata americano, al socialismo francés o español, al PP al SPD alemán…? Cuando todos ellos, descaradamente, buscando votos entre la clase popular, ofrecen el mismo oro y moro que los demás y cuyo incumplimiento resulta lo más frecuente en todos los casos.

¿Es que no es igualmente utópico prometer bajar los impuestos, devolver los puestos de trabajo a sus obreros, afirmar un sentimiento nacionalista y promover un plan de inversiones públicas, que prometer una medicina y una educación de calidad universal y gratuita, la paz mundial o un control del clima? Todos esos propósitos son, desde un punto de vista racional, a largo plazo, imposibles simultáneamente, son banderines de enganche que se hacen para atraer votos, para atraerse a las mayorías populares, ¿Por qué entonces a unos los denominamos “populistas” y a otros no, con independencia de nuestras simpatías? ¿Estamos ante una incorrección? Mi pregunta es: ¿Por qué?

¿Es casual, un simple lapsus lingüístico, o es una deliberada tergiversación semántica? La explicación creo que está en la nota que a continuación figura en el diccionario, en donde se específica que, normalmente, tal término tiene sentido despectivo. Por tanto, ante lo que realmente estamos, no es una casualidad sino ante una clara intención de desprestigiar a unas formas de pensamiento y acción política frente a otras, que se estiman convencionales, en función de unos parámetros ya definidos por el propio “establishment”.

Es obvio que un partido de raíz conservadora o liberal tradicional, que respeta la propiedad privada, la libre iniciativa, la libertad de conciencia y económica, que defiende la forma de vida de su entorno nacional con preferencia a alternativas ajenas, que defiende una organización social que se basa en la unión de hombre y mujer, y que defiende el concepto de familia nuclear como base del desarrollo individual y social, que defiende la legítima acumulación de riqueza y la transmisión de la misma de generación en generación, donde cada hombre es en gran medida responsable de su destino y no solo objeto de condicionamientos sociales, que si tiene que escoger entre el valor de la libertad y de la igualdad, no duda en seleccionar el primero con preferencia al segundo, lo que no implica negar sino favorecer una igualdad de oportunidades, tal partido llámese demócrata, republicano, liberal, popular, nacionalista, o cualquier otra sigla al uso, tiene poco o nada en común con un partido de inspiración colectivista, intervencionista, estatalista, paternalista, de corte marxista, anarquista, evangélico o socialista, que busca destruir el actual sistema de organización social para crear la utopía de una sociedad totalmente igualitaria, donde los recursos se reparten conforme a unas necesidades definidas por el poder, la educación está controlada, los medios de opinión monitorizados, la libertad de circulación y de comercio se deben sujetar a unos criterios definidos por el interés colectivo, en la que una élite política dirige los destinos de todos y cada uno de los ciudadanos en nombre de su propio bien.

Por ello definir a ambas posturas en una democracia, cuando adoptan formas extremas, como “populistas” no define absolutamente nada.

Es obvio que ambos sistema conviven en la actualidad, aun en sus formas extremas, más o menos disimuladas, y ambas teorías son mantenidas, en mayor o menor grado, por diferentes grupos de interés, con mayor o menor virulencia. Es lógico que una visión excesivamente personalista lleve en ocasiones a una postura egoísta y esta puede abortar el buen fin de una comunidad, pero también es cierto que un igualitarismo forzoso lleva a la parálisis y empobrecimiento colectivo de cualquier sociedad. Por ello, el sentido común ha aconsejado siempre mantener un equilibrio entre libertad e igualdad, entre individuo y colectividad.

En Occidente al menos, la postura propugnada por el liberalismo extremo ha sido relegada y prácticamente eliminada de las formas de organización socio política de nuestras sociedades, por ello no vamos a entrar en analizar las consecuencias que tendría un modelo social tan escorado hacia un individualismo patológico. Sin embargo eso no ha sido así con la visión contraria: la igualitaria…Lo que pasa, es que se ha ido llegando a ella casi imperceptiblemente a través de los excesos intervencionistas de los actuales gobiernos que en gran medida han sido ideológicamente colonizados por utopías socialistas.

Unas posturas teórica y aparentemente moderadas, igualmente expropiatorias por otra parte, “socialdemócratas”, distintas a las tradicionales radicales comunistas, bajo la cobertura de un sistema democrático, nos han llevado a una situación en la que todo incentivo de mejorar individualmente, económica, social o personalmente, ha quedado prácticamente anulada, pues se han eliminado la mayoría de los mecanismos con los que poder alcanzar esas metas. A la larga, una sociedad así, acaba por paralizarse, como ocurrió en los países del Este durante la etapa comunista, de ahí que hoy esos países se rebelen con tanta energía contra las directrices políticamente cargadas de Bruselas, saben cómo terminan esas situaciones… Se acaba en manos de unas minorías que determinan y marcan la vida y el destino de todos los miembros de esa sociedad, y como esa situación no es gratificante, ni individual ni colectivamente, se acaba utilizando la fuerza como elemento disuasorio para mantener el orden social: pobreza y dictadura.

¿Cómo se puede llegar pacíficamente a esa situación? Muy sencillo simplemente utilizando ideológicamente mecanismos de compensación e igualación social, sin tener en cuenta un justo equilibrio entre los principios que motivan a las personas, sin idealismos, y las necesidades que hay que cubrir para mantener la paz social.

Cuando se habla en los medios de “populismos de derechas” estamos jugando torticeramente con un concepto acuñado por la ideología predominante, que es el dogma social demócrata, que no acepta ninguna teoría contraria a sus postulados como legítima, de ahí que apliquen el término “populista” en su acepción despectiva, a cualquier movimiento contrario a su ideología, en lugar de circunscribir su aplicación a los típicos de la izquierda radical, sin olvidar que tanto el fascismo italiano como el nacional socialismo alemán tienen su origen en las izquierdas y no en las derechas.

 

Lo que se está produciendo en Europa y EE.UU. es una rebelión ciudadana contra la intromisión del estado en las vidas individuales. A través del dogma socialdemócrata en Europa y en gran parte de Occidente hemos llegado a una situación en la que a una persona le resulta prácticamente imposible alcanzar la independencia económica, trabajando honradamente, debido a una fiscalidad expropiatoria, directa, indirecta, patrimonial, residencial, sucesiones y especiales. Cuando un ciudadano es incapaz de generar un patrimonio lo suficientemente sustantivo como para disfrutar de independencia económica ni puede transmitirlo a los suyos, pierde empuje vital además de su libertad efectiva, pues está a expensas de lo que determinen las autoridades, ya que es el Estado quien acumula tal proporción de la riqueza nacional, que lo controla, para luego distribuirlo entre los ciudadanos, súbditos sujetos por sus propias necesidades básicas: alimentación, vivienda, familia, medicina, jubilación… 

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