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Agustín Laje (Córdoba, Argentina, 1989) es licenciado en Ciencias Políticas por la Universidad Católica de Córdoba. Fundador y Director de la Fundación Centro de Estudios LIBRE.
Agustín Laje (Córdoba, Argentina, 1989) es licenciado en Ciencias Políticas por la Universidad Católica de Córdoba. Fundador y Director de la Fundación Centro de Estudios LIBRE.

Los grandes perdedores de las elecciones norteamericanas

4 de noviembre de 2020

Toda elección tiene ganadores y perdedores. Siempre en plural, nunca en singular. Los individuos que compiten son solo el rostro de fuerzas que colisionan, de intereses en pugna, de grupos de poder cuyas caras permanecen anónimas para muchos, de agendas específicas y formas de concebir el mundo que, de vez en cuando, disputan eso que algunos llaman “hegemonía”.

Ganadores y perdedores. Una elección es una competencia. Pero al momento de escribir estas líneas la competencia electoral norteamericana se rehúsa a concluir; la realidad parece que empieza a quemar los ojos de quienes entregaron su vista a CNN, Univisión, The New York Times, etc. En rigor, nadie tiene todavía datos definitivos, pero los escrutinios parciales (ya muy avanzados, por cierto) de los “swing states” que restan de cerrar, y las tendencias en danza, indican que Trump será Presidente por cuatro años más. 

Pero, aún perdiendo, Biden no será el gran derrotado de esta noche tan enrarecida como pretendidamente inconclusa. Biden, en caso de perder definitivamente, pasará al olvido muy rápido. No será más que una anécdota que ni sus partidarios se interesarán en rememorar (¿y es que ha habido acaso candidato menos interesante que Biden en las últimas décadas?). 

Los grandes derrotados de la noche, independientemente de los resultados finales, son otros. De ellos es posible dar cuenta ahora mismo, sin el escrutinio final de Pensilvania, sin los números definitivos de Wisconsin o Michigan. Esos perdedores son al menos tres. Y, a diferencia de Biden, probablemente los sigamos recordando y soportando en lo sucesivo.

En primer lugar, las encuestadoras. El mundo que dibujaron para nosotros reveló ser eso mismo: un dibujo. Un pésimo dibujo. Admitieron que en 2016 habían cometido “fallas” de orden metodológico, pero que, ahora sí, todos los ajustes pertinentes habían sido efectuados. Ahora sí, debíamos confiar en ellas. Virtualmente todas las consultoras, además, mostraban prácticamente el mismo dibujo. El dibujo era azul y llevaba el nombre de Biden. Era, en todo caso, una caricatura. Lo supimos después, hace un par de horas nada más, cuando contrastamos los vaticinios de pacotilla con los que fuimos bombardeados con la realidad.

Claro que hubo mucha gente que, ante los cuestionarios, no se animó a decir la verdad. Para muchos es difícil admitirlo, pero en el “país más libre del mundo” hay muchas personas que no se sienten con la libertad de decirle a sus encuestadores a quién piensan votar. Causalmente, eso ocurre en los votantes de Trump: muchos temen la violencia de la izquierda radical. Pero no creo que las enormes magnitudes de error hayan obedecido sencillamente al miedo de los encuestados. Estamos hablando de márgenes de error que superan en muchos casos los 12 puntos del pronóstico ofrecido. No fue negligencia: fue dolo. La realidad terminó siendo exactamente la opuesta a la que nos anticiparon que tendría lugar indefectiblemente.

Y es que debe quedar claro de una vez por todas que los sondeos son performativos: no procuran representar una realidad sino, sobre todo, producirla. Tal cosa era bien sabida por pensadores tan distintos como Pierre Bourdieu o Giovanni Sartori. En otras palabras, si el sondeo fuera un mapa y la realidad el territorio, el propósito real de la encuestadora consiste en asemejar el territorio al mapa y no el mapa al territorio. Para eso en verdad se les paga. “Profecía autocumplida”, algunos le llaman a semejante obra de arte. Pero el engaño salta a la luz cuando no alcanzan los efectos performativos del sondeo como para intervenir en el territorio y se termina constando que, en verdad, el mapa era tan solo una estafa.

En segundo lugar, los medios de comunicación del establishment. Ellos han sido, con especial destaque, enormes perdedores esta noche que acaba de irse. Y en este caso no simplemente por la desinformación a la que han sometido al pueblo norteamericano (y al mundo entero), sino porque, como nunca antes, ha quedado a la vista de todos que las grandes corporaciones del periodismo no son más que un colosal actor político que posiciona sus propios intereses por sobre la información. 

La “ética periodística” con la que los comunicadores del establishment se llenan la boca a diario ha muerto. Más aún: nunca ha existido. Como Santa Claus. Pero ahora son los adultos los que pierden la ilusión. Y eso es bueno: no se puede vivir toda la vida ilusionado con quienes denuncian “fake news” por TV. No se puede vivir la vida siendo tomado por imbécil. Los dueños de la verdad, los omniscientes de este mundo, con rostros serios, kilos de maquillaje, buena ropita y filmados a 4K, terminaron ocupando el lugar de los payasos del circo. Ahora están nerviosos: en CNN ni siquiera daban Florida y Texas a Trump cuando el escrutinio ya había finalizado. ¿Seguirá creyendo la gente en ellos? ¿Seguirán creyendo en Santa Claus? Intuyo que la migración hacia fuentes alternativas e independientes, que ya es una tendencia en Internet hace tiempo, se acentuará después de todo esto.  

Finalmente, las redes sociales. Ese es el tercer gran perdedor de las elecciones norteamericanas. Así como cayó la ilusión de la objetividad e imparcialidad periodística, acaba de terminar de caer la ilusión de la libertad prometida por la tecnología de las comunicaciones. Fue un relato bonito, hay que admitirlo. “Democratizar la comunicación social”, “Empoderar al ciudadano”, “Horizontalizar los discursos”… las redes quisieron ser el punto de llegada de una democracia liberal que encontraba medios técnicos para volverse participativa (y, en algunos casos, directa), pero terminaron siendo estructuras hipercontroladas, repletas de dispositivos algorítmicos censores que filtran política e ideológicamente lo que puede y lo que no puede ser dicho.

Reglamentos confusos, sanciones arbitrarias, bloqueos masivos, advertencias sesgadas, cuentas borradas: las redes sociales terminaron siendo el panóptico más ambicioso que ni Bentham ni Foucault podrían jamás haber imaginado. Espacio virtual de disciplinamiento político antes que de libre expresión. Dicho sea de paso, escribo estas líneas y el último twitt de Donald Trump acaba de ser censurado. Si el Presidente de Estados Unidos no goza de libertad de expresión en las redes sociales, ¿qué queda para ciudadanos de a pie como nosotros? 

Seguimos, mientras cierro estas líneas, sin datos finales. No puedo decir aún que Joe Biden haya perdido. Hay que esperar un poco más. Lo que sí es posible decir en este momento, y de forma conclusiva, es que estas elecciones ya han dejado tres grandes perdedores. Encuestadoras, medios y redes: y habrá que hacerles sentir y padecer su derrota.

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